Éxodos de la historia

12 / 11 / 2015 Luis Reyes
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La humanidad es una criatura viva en constante agitación. Desde que existe sociedad humana se han producido desplazamientos de masas, movidas por dos impulsos irresistibles: el hambre y el miedo. Dicho de otra forma, razones económicas o razones políticas han provocado migraciones a lo largo de la historia, desde la horda primitiva que avanza por Europa tras la desglaciación hasta el trasvase de población de Europa a América del XIX, desde el pueblo hebreo fugitivo del faraón hasta los refugiados sirios huyendo del Estado Islámico. Como no podemos hacer un censo general de los éxodos históricos, vamos a ceñirnos al siglo XX y a los más significativos, de los que existe ya impactante memoria gráfica

Trenes repletos de musulmanes e hindúes circulan en direcciones opuestas.
TURQUÍA, 1915

EL GENOCIDIO ARMENIO

Dos acontecimientos de las proporciones de ambas guerras mundiales tenían que producir grandes y trágicas migraciones en el siglo XX, pero la primera que hay que reseñar, porque su perversidad la convertiría en paradigma, fue el éxodo armenio de 1915. Los armenios formaban una minoría cristiana dentro del Imperio Otomano, sometida a las peores vejaciones. A finales del siglo XIX, la negativa a pagar impuestos supuso la matanza de 250.000 armenios, ni que decir que el miedo calaba hasta los huesos de la comunidad. Muchos emigraron, como Elia Kazan reflejó genialmente en su película América América, basada en la experiencia familiar. Sin embargo, al estallar la Gran Guerra aún vivían dos millones de armenios en Turquía.

El Gobierno temía que estos súbditos descontentos, cristianos para más inri, fuesen la quinta columna de Rusia, contra la que Turquía combatía en el Cáucaso, y una reunión del órgano central del Comité para la Unión y el Progreso (los Jóvenes Turcos, en el poder) decidió la eliminación de la minoría armenia. Todos los varones adultos serían asesinados, empezando por los cientos de miles que estaban movilizados en el Ejército, y las mujeres y los niños serían deportados. El camino del exilio, a pie hacia los desiertos de Mesopotamia, fue la caravana de la muerte: a muchos los matarían los paisanos al pasar por los pueblos, las mujeres jóvenes y los niños sanos serían vendidos a mercaderes de esclavos, el resto fue muriendo de hambre y agotamiento.

Solamente llegaron a los campos de internamiento de Irak entre el 10% y el 20% de los que salieron de Anatolia, pero en 1916 se cumplirá lo que Talaat Pachá, ministro del Interior, le ha dicho al embajador alemán cuando este protestaba por la barbarie turca: “Hay que liquidar la cuestión armenia por la extinción de la raza armenia”. Una milicia especial formada con criminales sacados de las cárceles, los Tchetes, recibe la orden de exterminar a todos los internados en los campos, y la cumple. En el censo de 1927, de los dos millones de armenios que había en 1914 solo quedan 27.000.

Es preciso inventar una palabra para describir el crimen de Turquía contra los armenios, y lo hará Rafael Lemkin, un judío polaco estudiante de Derecho en Heidelberg: genocidio, asesinato de un pueblo. No sabe Lemkin que en poco tiempo se le aplicará a su propia raza.

ESPAÑA, 1939

EXILIO REPUBLICANO

La Guerra Civil española fue el prólogo de la Segunda Guerra Mundial según los historiadores, un ensayo general de los horrores que venían para Europa; no podía faltar el de las masas humanas desplazadas. El 15 de enero de 1939 las fuerzas franquistas aíslan Cataluña del resto de España e inician su incontenible avance hacia Barcelona, que cae el 26. Al día siguiente el Gobierno de Daladier abre su frontera al Ejército republicano, unos 300.000 hombres que se retiran a Francia.

Les acompaña una multitud de paisanos, mujeres y niños, que huyen despavoridos por las barbaridades que dicen que hacen los moros, vanguardia del Ejército franquista. Los franceses desarman a los soldados españoles y encierran a todos los refugiados tras las alambradas de unos campos de concentración improvisados en las inhóspitas playas de Argelès, Le Barcarès o Saint-Cyprien, con barracones sin electricidad, paja en el suelo para dormir y absoluta falta de equipamiento. Luego el universo concentracionario se extiende hacia el interior, a los campos de Gurs, Rivesaltes, Bram y Le Vernet.

Un informe oficial del Gobierno francés cifra en 440.000 los internados, de los que 170.000 son mujeres, niños y ancianos; 10.000, heridos; y 40.000, discapacitados. A lo largo del siglo XIX muchos se exiliaron de España por razones políticas, pero nunca se había dado una tragedia colectiva semejante. Lo dicho, un ensayo de la Segunda Guerra Mundial.

FRANCIA, 1940

HUIDA A NINGUNA PARTE

Las tragedias pueden convertirse en farsas grotescas. El primer gran éxodo de masas de la Segunda Guerra Mundial, 8 millones de franceses huyendo por las carreteras hacia el Sur, fue una tontería, no había ninguna justificación para hacerlo. Todo empezó el 10 de junio de 1940, cuando el avance alemán por Francia se vio imparable y el Gobierno ordenó evacuar a los niños de menos de 14 años. Con la típica desconfianza hacia su Gobierno del pequeño burgués francés, todo el que disponía de un automóvil decidió ser él quien evacuase a sus hijos. Luego el pánico se extendió, hizo bola de nieve. Una capital cercana a la frontera como Lille pasó de 200.000 habitantes a 20.000.

Francia se convirtió en un gigantesco atasco, con el resultado de impedir cualquier movimiento de tropas francesas que hubiera intentado frenar al enemigo. Hubo algunos muertos por los bombardeos alemanes porque los civiles se mezclaban con los militares, pero en general la desgracia de esos 8 millones de émigrés, así fueron llamados, fue como planear mal unas vacaciones: embotellamientos, malas noches y comida carísima, porque campesinos y tenderos del camino hicieron su agosto.

Un factor realmente dramático fue que 70.000 niños se perdieron de sus padres en aquel maremágnum, pero los encontraron a todos. Y cuando los alemanes alcanzaron a los fugitivos no violaban a las mujeres sino que les pedían sus señas a las chicas para salir cuando terminaran los combates. Los invasores de Francia no tenían nada que ver con la brutalidad nazi que se produjo en el Este, a los alemanes les gustaba Francia –Hitler fue de turismo a París– y los propios franceses calificaron la ocupación como “douce” (dulce, suave, excepto para los judíos).

A los diez días de iniciarse la huida la gente regresó a sus casas. Puede decirse que, al entregarse al pánico de esa manera, la población civil francesa se puso al nivel del ridículo de su Ejército, que también se ensució en los pantalones.

PRUSIA ORIENTAL, 1945

QUE NO NOS HAGAN LO QUE HICIMOS

Similar al de Francia por el volumen de la masa en movimiento y por su causa, el pánico ante el avance enemigo, el éxodo de los alemanes de Prusia Oriental a principios de 1945 resultó exactamente todo lo opuesto al francés: de los 7 millones de fugitivos, 2.200.000 (cifra oficial alemana) murieron en su escapada, por ataques rusos pero sobre todo de frío, pues en Prusia Oriental se alcanzaban 25 grados bajo cero en invierno. Incluso los que iban en tren llegaban a su destino con los vagones llenos de cadáveres congelados.

Los alemanes sabían las brutalidades que habían cometido sus soldados y SS en la URSS, y temían con razón ser sujeto de revanchas. Los rusos someterían a Alemania al pillaje y la violación de mujeres de forma sistemática, aunque no perpetraron matanzas semejantes a las que habían hecho los alemanes en Rusia. Sin embargo, el Gobierno nazi, para motivar a sus soldados en la defensa del territorio nacional, hizo propaganda en la que los soviéticos aparecían como monstruos genocidas. Por eso cuando en enero del 45 el Ejército Rojo alcanzó la frontera este del Reich e invadió Prusia Oriental, 7 millones de prusianos iniciaron la huida de forma tan espontánea como habían hecho los franceses.

Otro paralelismo entre el último y el primero de los grandes movimientos de masas de la Segunda Guerra Mundial es que para la mayoría fue una huida a ninguna parte, pues el Ejército Rojo hizo un movimiento envolvente que dejó aislada a Prusia Oriental y les obligó a dar la vuelta. Solamente quedaba la posibilidad de salir por el mar, y de esto se responsabilizó la disciplinada Kriegsmarine
 (Marina de guerra). El almirante Karl Dönitz había preparado la evacuación por mar de las numerosas fuerzas navales que tenían su base en Prusia Oriental, pero la llamada operación Aníbal se extendió a la población civil, y logró sacar a cerca de un millón de paisanos y 350.000 militares.

El éxodo prusiano no acabó sin embargo con la guerra. Al terminar esta Stalin modificó las fronteras, anexionando a la URSS Prusia Oriental y el este de Polonia. Para compensar a los polacos, corrió hacia el Oeste la frontera de Polonia con Alemania y les dio la región de Danzig, donde se había iniciado la guerra. La política fue de limpieza étnica, todos los alemanes irían a la Alemania reducida, más allá de la Línea Oder-Neisse, y todos los polacos, a los nuevos límites de Polonia, un éxodo forzoso para 20 millones de personas.

INDIA-PAkISTÁN, 1947

DOBLE DIRECCIÓN, DOBLE TRAGEDIA

La tan deseada independencia de la India no fue ocasión de alegría, sino de llanto y crujir de dientes. Gandhi y el Partido del Congreso, que habían capitaneado la lucha no violenta que logró la retirada inglesa, querían una India unida, laica y multiconfesional, pero la Liga Musulmana exigía un Estado islámico para la minoría musulmana. Las dos comunidades religiosas principales, hindúes y musulmanes, tenían conflictos seculares, pero conforme se acercaba el fin del Raj (el poder británico), alcanzaron una virulencia jamás vista. En el territorio en disputa del Punjab se produjeron entre 200.000 y 500.000 muertos en disturbios.

La partición de la India se impuso como el mal menor –aunque generaría varias guerras entre los dos nuevos Estados–, y la Liga Musulmana logró su Pakistán, cuyo nombre, el País de los Puros en urdú, es significativo. Pero la realidad es que las dos comunidades estaban presentes por todo el subcontinente, y se produjo la mayor emigración forzada de la historia. Según la ONU, 14 millones de musulmanes, hindúes y sijs huyeron de sus vecinos, el primer grupo hacia Pakistán, los otros hacia la India. Con frecuencia, cuando las miserables caravanas de refugiados se cruzaban con rumbos opuestos, se mataban entre sí, descargando su frustración sobre el otro.

ORIENTE MEDIO 1948-1967

EL EFECTO DOMINÓ

Otra consecuencia de la Segunda Guerra Mundial es la emigración de judíos supervivientes del holocausto nazi hacia la Tierra Prometida. La llegada desde finales del XIX de judíos sionistas a Palestina, con la intención de crear un Estado propio, Israel, ha provocado ya conflictos con los naturales, los árabes palestinos, pero el flujo migratorio se dispara tras la guerra y las autoridades británicas, que ejercen un mandato de las Naciones Unidas, lo prohíben para impedir una guerra entre comunidades.

El movimiento sionista, que combate a los ingleses mediante el terrorismo, organiza redes de contrabando de personas, que llevarán a Palestina a más de 400.000 judíos. Pese a los sinsabores de esta aliá (“ascenso” en hebreo, como los sionistas llaman a sus oleadas migratorias), para gente que ha sobrevivido a la persecución nazi es un drama menor, pero el inteligente manejo de los medios de comunicación por el sionismo gana la simpatía de la opinión pública occidental. El caso del buque de emigrantes Éxodo, recogido por la literatura y el cine, es un ejemplo de ello.

Como temía el Gobierno británico, el proceso desemboca en la guerra árabe-israelí de 1948, donde el avance de los judíos va a provocar un nuevo éxodo, esta vez de palestinos, a los que algunas matanzas perpetradas por los sionistas hacen huir en pánico de sus aldeas. Es una especie de efecto dominó trágico, la llegada de medio millón de judíos provoca la expulsión de sus hogares de entre 700.000 y 900.000 palestinos.

Veinte años después, en la Guerra de los Seis Días, vuelve a producirse una huida de la población civil de Cisjordania ante el avance israelí. Los nuevos refugiados se suman a los de 1948 por un universo de campos que se extiende por Líbano, Siria y Jordania, una auténtica nación fraccionada, sin país. Los refugiados palestinos, más de 4 millones y medio en el censo de la ONU de 2008, van a convertirse en el conjunto más antiguo de estas víctimas de las guerras, que en Oriente Medio, Asia y África aumenta constantemente con los nuevos conflictos.

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