La pregunta comprometida que cambió la historia

07 / 11 / 2014 Antonio Rodríguez
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La rueda de prensa donde se iba a anunciar la libertad de desplazamiento se le fue de las manos a las autoridades de la RDA. Esa misma noche miles de berlineses se agolparon en los puestos fronterizos para cruzar el Muro.

A las 19.30 horas del 9 de noviembre de 1989, Günter Schabowski, portavoz del Politburó del Partido Comunista en Berlín Oriental, estaba a punto de acabar una rueda de prensa en la que iba desgranando los acuerdos que el Comité Central había adoptado en una sesión maratoniana iniciada el día anterior. La República Democrática de Alemania (RDA) vivía su particular perestroika desde la caída en desgracia unas semanas antes de Erich Honecker, el guardián de la ortodoxia estalinista en la patria de Marx y Engels desde su llegada al poder en 1971.

El Muro de Berlín llevaba en pie 28 años con sus 155 kilómetros de largo y 3,5 metros de altura como símbolo ominoso de la cárcel en la que el comunismo había encerrado a las sociedades del Pacto de Varsovia. En el lado de la RDA, 600 guardias fronterizos vigilaban que no se produjesen fugas a Occidente con la ayuda de 300 torres de vigilancia y un gran despliegue de alambradas electrificadas. Un total de 239 alemanes del Este habían perdido la vida en su intento por huir a la República Federal de Alemania (RFA).

La primera grieta en el Telón de acero.

Los primeros problemas para la RDA habían surgido en Hungría, en mayo de aquel 1989, cuando Budapest decidió retirar la alambrada que delimitaba la frontera con Austria. Y lo hizo sin pedir permiso a la Unión Soviética. Era la primera grieta en el Telón de acero y para la RDA fue una sangría. Varios miles de alemanes del Este cruzaron Checoslovaquia aquel verano para entrar en Hungría. Finalmente, el 10 de septiembre, se abrió la frontera terrestre húngara y más de 10.000 alemanes del Este cruzaron a Occidente sin tener pasaportes ni permisos de salida.

Otro problema añadido llegó a finales de septiembre, cuando 4.000 alemanes de la RDA invadieron la embajada de la RFA en Praga. Así que el panorama para el inmovilista Honecker era bien sombrío cuando el 6 de octubre su país cumplió 40 años de existencia. El presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, acudió a Berlín Oriental para la efeméride. “Creo que el peligro acecha a aquellos que se niegan a aceptar los desafíos que nos plantea la vida. Un político que se muestre sensible a las tendencias sociales y sepa adaptar su política no debe tener miedo a encontrarse con situaciones delicadas”, dijo el premier soviético nada más llegar. Erich Honecker no se dio por aludido.

En cuanto Gorbachov abandonó Berlín volvió la represión. Sin embargo, la oposición se hizo fuerte en Leipzig, donde el 16 de octubre se desarrolló una manifestación que congregó a 70.000 personas, la mayor que había conocido el país bajo el comunismo. El Gobierno no hizo nada para movilizar a las milicias populares y al día siguiente, en la reunión del Politburó, varios de sus miembros propusieron la sustitución de Honecker por Egon Krenz, el joven apparatchick que debía introducir la glasnost y la perestroika en la RDA. Viendo que todos levantaban la mano en señal de asentimiento, el propio Honecker se sumó a su defenestración política.

Krenz fue confirmado por el Parlamento en una sesión del 24 de octubre, aunque por primera vez en la historia de la RDA no hubo unanimidad. Esa misma noche se celebró una manifestación en su contra en Berlín y en los días siguientes nacieron movimientos de oposición por todo el país.

Y así se llega a la reunión del Comité Central del 8 de noviembre. Krenz anuncia allí una nueva ley de libertad de desplazamiento para los ciudadanos de la RDA, justo el día que Checoslovaquia ha seguido los pasos de Hungría y ha decidido abrir su frontera con la República Federal de Alemania (RFA). La reunión del Comité Central se prolonga hasta el día siguiente y finalmente el decreto ley para viajar libremente al extranjero se aprueba por unanimidad. Su entrada en vigor está prevista para el 10 de noviembre y el Gobierno piensa, erróneamente, que habrá una salida ordenada de ciudadanos descontentos. Nadie teme que se haya abierto la caja de Pandora. El propio Schabowsky no ha participado en la votación del Comité Central y únicamente ha tenido acceso al texto minutos antes de la rueda de prensa. Así que no dice nada en su introducción inicial y da paso al turno de preguntas. El corresponsal de la agencia italiana Ansa en Berlín Oriental, Riccardo Ehrman, le pregunta precisamente por la ley de desplazamientos de la que se hablaba en los últimos días y que, por ejemplo, había provocado que Checoslovaquia abriese su frontera la víspera. Schabowsky se pone nervioso ante la pregunta de Ehrman, da un respingo y se saca de su bolsillo un papel con el citado decreto. De repente suelta el bombazo informativo. El Comité Central ha autorizado el viaje al extranjero “sin condiciones preliminares de ningún tipo respecto a los motivos del viaje”. Por condiciones preliminares se entendía el pasaporte y el visado, que hasta entonces eran necesarios para salir de la RDA y que obviamente ningún ciudadano obtenía si el motivo era viajar a Occidente.

Es más, el portavoz del Politburó precisa que las peticiones serán “aprobadas sin retraso” y que la gente que abandone el país podrá salir “por cualquiera de las fronteras de Alemania Oriental con la RFA”. Sin tiempo para digerir el anuncio, Ehrman le inquiere si también se incluye la posibilidad de pasar a la parte occidental de Berlín. “Sí, se puede salir de la RDA a la RFA o a Berlín Occidental”, responde Schaboswsky. “¿Y cuándo entra en vigor?” fue la siguiente pregunta. Schabowsky vuelve a mirar los papeles, vacila y, sin mirarle a la cara, exclama: “Pues, por lo que yo sé... entra en vigor inmediatamente”.

Tensión en los pasos fronterizos.

La gente de Berlín que ha visto el anuncio por la televisión sale de inmediato de sus casas y se dirige hacia las fronteras, pero los soldados que las custodiaban no habían sido informados de tal medida, ni habían recibido las consignas para el día siguiente, cuando entraría en vigor el decreto ley. “Señor Schabowsky, ¿qué va a pasar con el Muro de Berlín?”, le inquiere otro periodista. El portavoz titubea una vez más. Al Muro le había llegado su hora.

A las 20.30 se empezaron a congregar personas en los pasos fronterizos y la situación comenzó a ponerse tensa. El Gobierno de Egon Krenz, que solo llevaba tres semanas en el poder tras la caída en desgracia de Erich Honecker, intenta en un primer momento que nadie cruce la frontera hasta las 04.00 horas del día siguiente. Pero la multitud no deja de agolparse en los siete puestos fronterizos de Berlín y a las 22.15 se abre el primero de ellos, en Bornholmer Strasse.

A Krenz se le planteó la posibilidad de llamar al Ejército o dejar que las cosas siguiesen su curso. Optó por lo segundo. Y cuando se abrieron los pasos fronterizos, la gente se agolpó ante el monumento más representativo de Berlín, la Puerta de Brandemburgo. El lugar estaba fuertemente vigilado por los gendarmes orientales. Los más atrevidos se encaramaron en un principio al Muro para poder ver el monumento de cerca y los agentes les recibieron con chorros de agua y luces de alta tensión. Pero a nadie le importó mojarse ni que los reflectores les impidiesen ver este símbolo de la unidad alemana. La gente no se amilanó y empezó a martillear el muro de la vergüenza con cualquier cosa punzante que tuviera a mano. Había empezado la noche más larga y alegre en la historia de Alemania.

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