Su huella en España

09 / 07 / 2013 12:37 Antonio Rodríguez
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Nelson Mandela estuvo cuatro veces en nuestro país, donde dejó recuerdos imborrables en las personas a las que conoció. En su primera visita, en 1991, pidió que se mantuviesen las sanciones españolas a Pretoria.

En julio de 1991, un año y medio después de su histórica liberación retransmitida en directo al mundo entero, Nelson Mandela pisaba por primera vez España. Fue un viaje de cuatro días con su esposa Winnie, en el que causó una honda impresión en cada uno de los interlocutores españoles a los que conoció. “Enseguida te cautiva”, recordaba años después el expresidente catalán Jordi Pujol en un reportaje de TVE sobre la figura del dirigente sudafricano.

“Me impresionó la claridad de su objetivo de los derechos humanos por encima de otro cualquiera”, opinó Julio Anguita, por entonces coordinador general de Izquierda Unida. A Antonio Gutiérrez, secretario general de Comisiones Obreras, le quedó en el recuerdo el interés de Mandela por la gastronomía española. A la reunión en la sede del sindicato asistió su predecesor, Marcelino Camacho, apartado ya de la primera línea sindical desde 1987 pero deseoso de conocer al que había sido el prisionero más famoso del mundo. Camacho y Mandela tenían en común su paso por la cárcel por motivos políticos, aunque el primero solo estuvo nueve años en los penales franquistas mientras que Mandela se dejó 27 años de su vida entre los barrotes de varias prisiones sudafricanas.

Preocupación. El presidente del Congreso Nacional Africano (CNA) llegó a Madrid con la preocupación en el cuerpo. En las semanas previas, muchos países, entre ellos Estados Unidos, habían suavizado o levantado por completo las sanciones que tanto daño habían hecho al régimen blanco del apartheid. Así que cuando llegó a La Moncloa, lo primero que le pidió a Felipe González es que utilizase su influencia en el seno de la Comunidad Económica Europea (CEE) para que esta endureciese de nuevo las sanciones a Sudáfrica, ya que en diciembre de 1990 se había levantado el veto europeo a las inversiones directas y a la importación de oro y otros metales preciosos del país africano, una de las fuentes de financiación del apartheid.

Pese a que los principales dirigentes del CNA habían recuperado la libertad entre 1989 y 1990 –Mandela fue excarcelado en febrero de ese año–, a mediados de 1991 aún seguía vigente la segregación entre blancos y negros a la hora de votar. Las primeras elecciones multirraciales no llegarían hasta 1994, por lo que el proceso de transición “no era irreversible” en aquel verano de 1991, le advirtió Mandela a González.

Buena dirección. El presidente español reconoció que la democratización de Sudáfrica no sería completa hasta que los negros pudiesen competir en igualdad de condiciones con los blancos y el resto de minorías del gigante africano, pero subrayó que el régimen de Pretoria había dado pasos en la buena dirección.

La realidad es que la política de aislamiento internacional se estaba ya modulando en las cancillerías europeas, en especial Londres, donde la Dama de hierro, Margaret Thatcher, encrespó a Mandela por su ambigüedad con el régimen del apartheid. Tanto Mandela como el CNA amenazaban en aquel 1991 con volver a la lucha armada si el Gobierno de Frederic De Klerk no cumplía tres condiciones: liberar a todos los prisioneros políticos que quedaban por excarcelar, permitir el retorno de los exiliados y, lo más importante, acabar con la violencia, que se había cobrado 10.000 muertos desde la puesta en libertad de Mandela.

“Lo que está claro es que el Gobierno no tiene capacidad para terminar con esta violencia”, afirmaba el referente para los 24 millones de sudafricanos negros en una entrevista a Tiempo durante su estancia en Madrid. “El Gobierno [de De Klerk] ha fracasado y, por tanto, nosotros le acusamos de colaborar con elementos que quieren destruir el CNA y la lucha democrática para conseguir la libertad”, añadía un combativo Mandela.

Desmantelamiento. La reconciliación nacional todavía no había llegado a Sudáfrica, de ahí el interés del líder negro en que se mantuviesen las sanciones hasta el completo desmantelamiento del apartheid y la garantía del voto para todos sus conciudadanos, con independencia de su origen étnico. “Mientras no se cumplan estos objetivos, es prematuro levantar las sanciones”, insistía.

Mandela recogió en aquel viaje el doctorado honoris causa que le había otorgado la Universidad Complutense en reconocimiento a su trayectoria en favor de la no violencia. El acto en el paraninfo universitario contó con la presencia de numerosos intelectuales comprometidos con el fin del apartheid, y el presidente del CNA estuvo escoltado en todo momento por el rector, Gustavo Villapalos, y un jovencísimo José María Michavila, que entonces desempeñaba el cargo de secretario general o número dos de la Complutense.

El líder antirracista viajó a continuación a Barcelona para entrevistarse con Jordi Pujol y el alcalde de la ciudad, Pascual Maragall, y conocer de primera mano las obras del anillo olímpico. Su último acto en España fue un almuerzo con los Reyes en el palacio de la Zarzuela, donde don Juan Carlos y Mandela dieron inicio a una amistad que se ha prolongado hasta la actualidad.

El cariño de la Familia Real por el dirigente sudafricano se cimentó en varios encuentros posteriores. En 1992, Mandela volvió a España para asistir en agosto a las Olimpiadas y luego, en octubre, para recoger el Príncipe de Asturias a la Cooperación Internacional de manos de don Felipe. Aquel acto en el Teatro Campoamor es uno de los más recordados por el elenco de ilustres premiados, entre los que estaban Camilo José Cela o Elisabeth Taylor.

Un año más tarde, en 1994, fue el Príncipe de Asturias el que viajó a Sudáfrica para participar en la ceremonia del nombramiento de Mandela como presidente sudafricano. Una deferencia española con Madiba ya que el Gobierno solo envía al Príncipe a las investiduras iberoamericanas.

En 1999, casi al término de los cinco años de Mandela como mandatario del país austral, los Reyes hicieron una visita de Estado a la nueva Sudáfrica interracial. Tras su salida del poder, Mandela vino una última vez a España en compañía de su nueva esposa, Graça Machel, con motivo de la boda de los Príncipes de Asturias en Madrid.

La presencia del líder sudafricano acaparó las miradas de los invitados a la cena de gala previa en el palacio de El Pardo y en el día de la boda en la catedral de la Almudena. Quince días después anunció en Johannesburgo su retirada definitiva de la vida pública para llevar, a partir de ese momento, una vida de “reflexión tranquila”.

Mandela estaba a punto de cumplir 86 años de edad y en su despedida mostró una vez más todo su encanto. Ante una sala abarrotada de periodistas, reconoció que todavía acudiría a algún que otro acto público, pero lanzó una cariñosa advertencia a quienes quisieran verle en el futuro: “No me llames tú a mí, yo te llamaré a ti”.

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