El vía crucis de los refugiados
Los migrantes que llegan a la isla de Lesbos tienen que pasar por un registro obligatorio, donde aguardan miles de personas a diario en unas instalaciones saturadas
Cuando Anas Elmehemed (Homs, Siria, 1994) comenzó a estudiar Electrónica, no se imaginaba que tres años después estaría en una isla griega tomando un ferry tras huir de la guerra en su país. Llegó a Lesbos (Grecia) desde Esmirna (Turquía), en una balsa con sesenta personas y después de una travesía de tres horas por la que pagó 1.000 dólares (923 euros) a las mafias turcas. Ahora embarca hacia Atenas. Luego le esperan la Ruta de los Balcanes y varias fronteras hasta su destino: Alemania.
Esta historia no es excepcional. Es el drama diario de las miles de personas que huyen de la guerra o la violencia en su país y se juegan la vida cruzando el Mediterráneo en busca de una salvación que sitúan en Europa. En 2015 ya son más de 800.000. La mitad son sirios. También hay afganos, iraquíes, iraníes, bengalíes o eritreos. La mayoría llegan por mar a Lesbos, una isla que ha cambiado su condición de perla del Egeo por la de puerta de entrada a Europa.
Para continuar su éxodo hacia Europa los refugiados deben seguir un protocolo que les demora varios días y comienza nada más poner pie en tierra. Es su particular vía crucis y tiene tres estaciones de penitencia.
La orilla. Las pateras llegan, sobre todo, a las playas de Skala Skaminea y Molyvos, donde aguardan voluntarios de diferentes organizaciones y nacionalidades para recibir a los migrantes en la orilla. Pero antes tienen que llegar. Una ONG de socorristas españoles, Proactiva Open Arms, es la única preparada para ayudar a los refugiados en el mar. Han rescatado a cientos en naufragios desde mediados de septiembre y prestan auxilio sin descanso “porque las mafias no entienden de horarios y llegan botes todo el día”, cuenta Miguel Morales, uno de los socorristas en Lesbos. Las mafias turcas controlan todo desde Esmirna y hacen negocio del drama: “Les cobran 1.000 dólares [923 euros] por ir en una balsa insegura y sin guía, a veces retienen a un familiar como garantía de pago y los salvavidas que les dan no tienen flotabilidad”.
Con este lastre, una muda de ropa, el móvil y dinero –muchos también con un título universitario protegido en una funda de plástico– los refugiados llegan a Lesbos. Bebés, embarazadas y ancianos son los primeros en ser atendidos por los voluntarios. Hipotermia, estado de shock, crisis de ansiedad o vómitos son los síntomas más comunes, y las reacciones más frecuentes: llorar, besar el suelo y llamar a la familia para avisar de que han llegado.
En la orilla Wasima, una mujer afgana de 25 años, da de mamar a su bebé. Acaba de llegar, está extenuada y le duelen las piernas. Una voluntaria le cubre los pies con plástico térmico. No sabe a qué país irá, dice, “cualquiera que no sea peligroso y dé una educación a mi hijo”.
Tras recuperarse del viaje abandonan la playa y se dirigen, solos o con voluntarios, a los campamentos de primera atención, en Molyvos y Skala Skaminea. Allí reciben ropa seca, comida, atención médica e información del trámite de registro. También cargan sus móviles.
El centro de registro. De los campamentos salen autobuses hacia los centros de registro, en Moria y Kara Tepe. El registro es obligatorio, dura entre dos y cinco días y lo tramita Frontex. En Moria aguardan varios miles de personas a diario en unas instalaciones saturadas. Deben guardar cola, rellenar un formulario, hacer una breve entrevista y dejar constancia de su entrada en Grecia mediante una foto y la huella dactilar. A continuación, obtienen el documento para proseguir su rumbo.
Allí trabaja como voluntario Ricardo Angora, un médico psiquiatra español de Médicos del Mundo. Su consulta atiende a más de un centenar de refugiados al día. La mayoría padece estrés y ansiedad “por la experiencia traumática del viaje” pero los colectivos más vulnerables son “los que han sufrido un naufragio, porque han estado cerca de morir, y los menores no acompañados, expuestos a abusos de todo tipo”.
El flujo migratorio a Lesbos es de unos 3.000 refugiados al día. Aunque “pueda ser ilegal”, Ricardo defiende que por encima de todo “es legítimo” porque “son personas que buscan vivir en un país donde se respeten los derechos, las libertades y donde funcionen las instituciones, más que un país con buena situación económica”. Con el registro ya formalizado, los refugiados pueden proseguir esa espinosa búsqueda.
Para ello se dirigen a bordo de autobuses o taxis a la capital: Mitiline. Directos al puerto.
El puerto. Del puerto de Mitiline salen hacia Atenas tres ferris diarios y más de 5.000 refugiados. Las colas para embarcar son interminables. Hileras de tiendas de campaña sirven de refugio a quienes tienen que esperar días hasta conseguir billete. Cuesta 60 euros. Es el negocio blanco del éxodo.
En estas condiciones hay cientos de refugiados, como Narges. Una niña afgana de 15 años acampada en el muelle con su familia. Llevan cinco días, aún no tienen los pasajes “pero no importa esperar porque ya estamos a salvo”. Huyen de la violencia en Afganistán, donde Narges “no podía ni ir a clase”. Sobre el futuro se pregunta con abrumadora naturalidad: “¿Para qué voy a querer volver a un país peligroso y sin futuro?”. Aún no ha decidido su destino europeo.
El vía crucis de Lesbos termina con el sonido de la sirena del ferri. Comienza el embarque bajo estricta vigilancia policial. Próxima parada, Atenas. Después, los Balcanes y Centroeuropa. O hasta donde las fronteras les dejen avanzar.