El terror de Boko Haram

26 / 05 / 2014 Ethel Bonet/ Fotos: Diego Ibarra
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El Estado de Borno, en Nigeria, es ahora uno de los lugares más peligrosos de la Tierra, donde el grupo Boko Haram arrasa aldeas o coloca bombas en mercados abarrotados de mujeres y niños.

Un “ejército” formado por miles de voluntarios de entre 15 y 20 años monta retenes, registra vehículos y cachea a los viandantes en las atestadas calles de Maiduguri, capital del Estado de Borno, en Nigeria, y cuna del movimiento islamista Boko Haram. Su misión es cazar a islamistas radicales con armas tan precarias como machetes, lanzas, palos con clavos oxidados, o materiales de construcción como tuberías y vigas. Cualquier objeto que, al golpear con fuerza, pueda dejar inconsciente a un sospechoso. Muchos de ellos llevan los ojos inyectados en sangre de no dormir y la lengua azul de drogarse con pastillas de Diazepam mezcladas con alcohol.

Estos chavales se hacen llamar la Fuerza Especial Conjunta Civil (Civil-JTF, en sus siglas en inglés) para suplantar a la Fuerza Especial Conjunta (JTF), que agrupa a paramilitares, soldados, y agentes del Servicio de Seguridad del Estado en los vecindarios de Maiduguri. La  JTF ha llegado a ser tan temida como el propio Boko Haram, sobre todo en los suburbios pobres musulmanes.

La secta islamista radical está tan metida en la sociedad del noreste de Nigeria que se cree que el 40 % de las familias tiene al menos un miembro reclutado por Boko Haram. ¿Quién mejor, pues, que los propios vecinos para identificar a sospechosos islamistas en sus barrios?

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La pobreza, especialmente en los Estados del noreste de Nigeria, la falta de educación y las pocas oportunidades laborales hacen que los jóvenes se conviertan carne de cañón del islamismo radical. “Es imposible saber si uno está en un bando o en el otro. Cualquiera puede ser susceptible de pertenecer a Boko Haram. No hay líneas claras que los definan”, advierte a Tiempo el capitán Boach. “Sacarlos de la calle. Darles una ocupación. Hacer que se sientan importantes en sus barrios, es la mejor manera de luchar contra Boko Haram”, insiste el militar.

Desprovistas de cualquier medida de seguridad, las milicias vecinales se juegan la vida en los retenes y en muchas ocasiones los chavales son blanco de ataques de Boko Haram.

Zaina, de 19 años, tiene bajo sus órdenes a 95 reclutas que, divididos por turnos, mantienen la vigilancia durante las 24 horas del día. “Desde que empezó la crisis decidimos organizarnos y vigilar las calles y barrios para proteger a nuestras familias. El Ejército no puede estar en todos los sitios pero nosotros llegamos a todos los lugares. En ocasiones, éramos nosotros los que acabábamos siendo detenidos en una redada de la policía. Nos arrestaban, nos pegaban y nos encerraban sin pruebas –explica el cabecilla del grupo–. Es peligroso pero solo nosotros podemos proteger nuestra ciudad si el Gobierno y las fuerzas de seguridad fallan en hacerlo. Todo aquel que se quiera unir a nosotros es bienvenido. Cuantos más vecinos protejamos nuestros barrios menos miedo tendremos de ellos”, asegura el cabecilla del grupo con determinación, y concluye: “Estamos cansados de tanta violencia. Ya basta”.

Barbaguiri Buka tiene 30 años, ni está casado ni tiene trabajo. Así que ha decidido unirse a la JTF-Civiles y ayudar en las tareas de vigilancia y registro de vehículos. “No soy solo yo. Mis cinco hermanos también han venido a ayudar. No necesitamos entrenamiento ni uniformes militares. Nos bastamos con nuestros palos y machetes para terminar con la inseguridad. Los auténticos JTF-Civiles no necesitamos uniformes ni salarios. Nos basta con nuestra fe. No nos intimidan las armas ni las balas”, dice Buka con firmeza.

Superstición y magia negra.

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Muchos nigerianos temen pronunciar el nombre de Boko Haram y se refieren a ellos como “criminales” o utilizan el término “crisis” porque el mero hecho de invocar su nombre es como si adquiriera una dimensión esotérica. Entre las creencias que circulan entre la población está que cuando Boko Haram secuestra a alguien lo lleva a los bosques y le hace beber sangre humana para que se convierta en uno de ellos. Algunos creen que los soldados de Boko Haram se convierten en “zombis” a través de rituales de magia negra, por lo que son inmunes a las balas.

Pero detrás de estas creencias y supersticiones, Boko Haram es un grupo terrorista, que nació en 2002 en el norte de Nigeria como un movimiento religioso liderado por el predicador musulmán Mohammed Yusuf. Su verdadero nombre es Jamiat–u-Ahlis Sunna Lidda awati wal-Jihad, pero se le conoce popularmente por Boko Haram, que en hausa, el idioma local, significa: “La educación occidental está prohibida”, en referencia al principal objetivo de su agenda islamista.

“Intentaban convencernos de que con la educación occidental perdíamos nuestros valores musulmanes –explica Zafir, de 27 años–. Incluso esperaban en la puerta de los colegios y nos obligaban a darles el certificado escolar y lo quemaban allí mismo”.

Muchos jóvenes sin oficio ni beneficio se unieron al movimiento liderado por el clérigo Yusuf, que predicaba la implantación de un emirato islámico en el norte de Nigeria, donde los milicianos de Boko Haram acampaban a sus anchas con el fusil al hombro y tomándose la justicia por su mano.

En 2009 el movimiento tomó una dirección extremadamente radical y violenta. Tras el asesinato del líder Yusuf, que murió bajo custodia policial, sus seguidores prometieron venganza. No tardaron en reorganizarse de nuevo bajo el liderazgo de Abubakar Shekau, mucho más radicalizado que su antecesor, y que se encuentra en paradero desconocido. Los hombres de Shekau están llevando a cabo una campaña de terror para derrocar al Estado e implantar un emirato islámico en toda Nigeria. Su última acción ha sido el secuestro de 230 adolescentes en un colegio en la aldea de Chibok, el pasado 14 de abril. El destino de estas chicas, que han provocado una movilización internacional, sigue siendo incierto.

Con apenas cuatro años de vida, este violento grupo insurgente ha causado ya más de 5.000 muertes en Nigeria. Boko Haram le ha declarado la guerra tanto a los cristianos como a los musulmanes que no les apoyan. Desde la llegada al poder del presidente cristiano Goodluck Jonathan, en 2011, han sido asesinados cerca de 800 cristianos y se han producido más de 400 ataques contra iglesias. Pero también han sido atacados templos islámicos. En julio de 2012, un suicida se inmoló en la gran mezquita de Maiduguri, después de las oraciones del viernes, donde se encontraba el líder musulmán de más alto rango en Borno, Alhaji Abubakar Umar Garbai El-Kanemi, que salió con vida del ataque.

Sus ataques se han vuelto aún más sanguinarios desde principios de año, cuando el presidente Jonathan presumió de estar ganándole la batalla a los integristas. Aunque Boko Haram suele operar sobre todo en el noreste del país, el pasado 14 de mayo volvió a atacar en el corazón de Nigeria. Más de 70 personas perdieron la vida en un atentado con coche bomba en una concurrida estación de autobuses en Abuya, la capital, el mayor golpe que ha recibido la ciudad en el último lustro.

En lo que va de año, Boko Haram ha causado la muerte de 1.700 personas (en su mayor parte civiles) en el noreste de Nigeria. El hospital público Umara Shehu Ultramodern no da abasto. No hay camas suficiente ni personal para atender a los supervivientes de las aldeas arrasadas por Boko Haram.

Un poblado en llamas.

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Amina observa impotente cómo su bebé se retuerce de dolor por las quemaduras. Ambos sobrevivieron a un ataque en el poblado de Mainok, a 20 kilómetros de Maiduguri, en el que murieron más de 50 personas, la mayoría mujeres y niños, y 96 familias perdieron sus viviendas. “No sé cuántos eran. Llegaron en camioneta y comenzaron a disparar a todo el mundo, y después rociaron las casas con gasolina y les prendieron fuego. Son salvajes. No son musulmanes... son seres diabólicos”, dice entre sollozos la mujer.

En la cama de al lado descansa Mustafa Mohamed, que recibió un tiro en el muslo en el ataque a Jarkana, a 10 kilómetros de la capital de Borno. “No sabemos por qué hacen esto. Están asesinando a mujeres y niños musulmanes. ¿Y son ellos los que predican el islam? Es el trabajo del diablo. Alá nos guarde”, exorciza haciendo aspavientos con los brazos, antes de explicar con preocupación: “No sé dónde están mis hijos. A muchos de nosotros nos falta alguno de nuestros hijos. Escaparon a los bosques y tememos que los hayan apresado”.

Miles de familias nigerianos han perdido sus hogares y negocios en ataques de Boko Haram pero el Gobierno central está más ocupado en otros menesteres antes que en ayudar a sus ciudadanos. Bastante tiene el presidente Jonathan con el escándalo de la petrolera estatal, Nigerian National Petroleum Corporation (NNPC), en el que tiene que justificar la desaparición de 20.000 millones de dólares (1.500 millones de euros) de las arcas del Estado.

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