El raro arte de saber retirarse

22 / 01 / 2018 Robert Guest
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Más líderes deberían dar un paso atrás en 2018.

En algún momento de finales de 2018 el emperador japonés Akihito abdicará. Un servidor público menos abnegado sin duda se habría retirado antes, pero él se sienta en el trono del crisantemo desde 1989, atado por el protocolo imperial. No se le ha permitido relacionarse de forma espontánea con amigos, expresar opiniones políticas o vivir una vida normal de ninguna clase. De acuerdo, él asistió a una cena con la Reina del Sol (un ritual celebrado al principio de su reinado que nadie que no haya sido emperador ha presenciado jamás, y que se dice que tiene lugar desnudo) pero tras ello todo fueron discursos insípidos y ver cómo la gente le hacía reverencias. En 2017 el Parlamento japonés aprobará una ley que le permitirá abdicar y dedicar más tiempo a observar góbidos, su tipo de pez favorito.

¿Por qué no hay más líderes como Akihito? Saber retirarse con dignidad es una virtud tan fundamental como rara. George Washington la tenía, lo mismo que Nelson Mandela, Benedicto XVI e, incluso a la temprana edad de 51 años, el rey Jigme Singye de Bután. Bill Gates renunció al trabajo que le ha convertido en el hombre vivo más rico y tuvo un impacto aún mayor como filántropo. La mayoría de los líderes, sin embargo, se tienen por imprescindibles hasta mucho después de que se evidencie lo contrario.

Basta pensar en Robert Mugabe, que dirigió Zimbabue de una forma tan brutal como incompetente durante 37 años manipulando elecciones que deberían haberle expulsado del poder. Solo un golpe de Estado ejecutado en noviembre impidió que abdicara en favor de su mujer.

Reinaré hasta el fin de los tiempos

Pero hay peores déspotas que Mugabe. El líder norcoreano Kim Jong Un, por ejemplo, es mucho más brutal con su propio pueblo, y con sus armas nucleares es una amenaza para el mundo entero. Lo peor es que, ¡ay!, existen pocas oportunidades de que el hombre cohete se quede sin combustible en 2018, pues está en la treintena y sigue los pasos de su padre y su abuelo, que se mantuvieron en el poder hasta que murieron.

Mugabe tampoco es el líder más longevo, pues hay dos autócratas que le superan. Los dos son africanos, y los dos tendrían que haber dimitido hace tiempo. El más longevo es Paul Biya, que lleva gobernando pésimamente Camerún desde 1975 sin atraer demasiada atención internacional. Teodoro Obiang lleva en el poder en Guinea Ecuatorial desde 1979, cuando derrocó y ordenó fusilar a su tío. Obiang recibió una cleptocracia violenta y bajo su mando la ha convertido en una cleptocracia violenta rica en petróleo. José Eduardo dos Santos, que llegó al poder en Angola en el mismo año y dirigió un régimen similar sostenido por el petróleo, dimitió en 2017. Sin embargo, planea seguir liderando el partido gobernante y sus hijos están al mando del fondo soberano y de la petrolera nacional, por lo que todo parece indicar que seguirá controlando los resortes del poder.

Pocos gobernantes se vuelven mejores en su segunda década en el poder, por lo que ni hablar de la tercera o la cuarta. Incluso si mantienen la cabeza clara, se quedan sin ideas y empiezan a creerse su propia propaganda. Todo poder tiende a corromper, y el poder vitalicio corrompe irremediablemente.

De ahí que resulte descorazonador ver a líderes como Paul Kagame, en Ruanda, o Yoweri Museveni, en Uganda, que en su día fueron encarcelados por opositores, tratar de atornillarse al sillón. Kagame ha reformado la Constitución para poder seguir en el poder potencialmente hasta 2034, mientras que Museveni trata de eliminar el límite de edad para poder seguir en el cargo de por vida.

Los mejores antídotos contra estos disparates son los límites de mandatos presidenciales y la existencia de elecciones realmente limpias. Así, sea lo que sea lo que te guste de Donald Trump, él no estará en la Casa Blanca más de ocho años.

The Economist predice que algunos de estos líderes dimitirán formalmente en 2018 pero seguirán manteniendo su influencia entre bambalinas. Se trata de Raúl Castro, en Cuba; Nursultan Nazarbayev, en Kazajstán; Li Ka Shing, el hombre más rico de Hong Kong; y quizá el rey Salman bin Abdel Aziz Al Saud de Arabia Saudí (que ha abdicado en favor de su hijo Mohamed).

De entre los líderes que deberían dimitir pero no lo harán están Nicolás Maduro, en Venezuela; Najib Razak, en Malasia; y Arsène Wenger, entrenador del Arsenal. Y un líder que merece descansar aún más que Akihito es la reina Isabel II de Inglaterra. Tras 66 años de saludos a sus súbditos ya es hora de que abdique en favor de su hijo Carlos, cuya vocación apasionada por la homeopatía aplicada a las vacas recordará a la gente que solo los cargos desprovistos de poder deberían ser de por vida.

Robert Guest: jefe de Internacional de The Economist

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