Después del califato

03 / 01 / 2018 Anton La Guardia
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La caída del Estado Islámico devolverá el protagonismo a las milicias kurdas, Hezbolá y Al Qaeda.

Si hay algo en lo que todo el mundo coincidía en Oriente Próximo era que el califato creado por el autodenominado Estado Islámico (EI) era una amenaza que debía ser destruida. Ese objetivo se logrará en 2018. El EI ha sido expulsado de Mosul, donde declaró el califato en 2014, y de Raqqa, su capital en Siria. Y es muy probable que su líder, Abu Bakr Al Bagdadi, muera conforme vayan cayendo sus últimos enclaves en el valle del Éufrates y en la frontera entre Irak y Siria.

Lejos de acabar con los problemas de Oriente Próximo, la caída del califato expondrá de forma aún más clara las tensiones que permitieron su auge. La pelea por el botín ha enfrentado a antiguos aliados, mientras que los viejos enemigos vuelven a enfrentarse.

Bashar Al Assad, salvado por Rusia e Irán, será cada vez más reconocido por otros países como el líder indiscutido de Siria. En Irak, Haider Al Arabi, el primer ministro, expandirá su control sobre la mayoría de zonas del país con el apoyo de Estados Unidos e Irán, que han combatido de forma separada al EI, y que ahora simplemente se limitarán a atemperar las fuerzas que amenazan a unos Estados árabes dominados por autócratas sin legitimi-
 dad y en los que proliferan las rivalidades sectarias y étnicas, las políticas económicas fracasadas y el paro masivo entre los jóvenes.

Es improbable que el EI sea la única milicia que emerja de las ruinas del califato. En muchos lugares habrá grupos armados que desafiarán a los Estados, como por ejemplo las milicias kurdas o el grupo chií libanés Hezbolá.

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