Pasarse de cautos

12 / 01 / 2018 Matthew Valencia
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Los daños de la aversión al riesgo financiero.

Para muchos dentro de la industria de servicios financieros, y para muchos más que trabajan por buenas causas en países golpeados por la guerra, ha sido la madre de todas las consecuencias imprevistas. La crisis financiera global marcó el inicio de un férreo cerco regulador para los delitos financieros y para las empresas que los permitían. Era comprensible. Pero esto ha provocado que los bancos huyan de clientes pertenecientes a lugares o sectores considerados de alto riesgo en términos de evasión fiscal, incumplimiento de sanciones o financiación del terrorismo. Esta aversión al riesgo, que ahora cumple casi una década, ha causado un inmenso daño, en su mayor parte en países pobres. Sin embargo, hay esperanzas de que 2018 sea el año en que los bancos redescubran el riesgo y empiecen a abrir la mano del grifo del dinero.

La retirada se debió a una mezcla de miedo y prudencia. El miedo lo provocaban las sanciones por ser cómplices en delitos financieros. Estas han aumentado. BNP Paribas fue castigada con una multa de casi 9.000 millones de dólares (7.600 millones de euros) por prestar ayuda a clientes que se saltaban sanciones. Los bancos también han huido de clientes a los que juzgaban con pocos recursos como consecuencia de las exigencias de mayor capital y liquidez que siguieron a la crisis.

Hay bancos en África, Europa del Este, Latinoamérica y el Caribe que han sido rechazados por sus homólogos occidentales, en los que confiaban para realizar sus transacciones en dólares y euros. El número de relaciones interbancarias en el Caribe se redujo en torno al 10% solo en 2016.

Las empresas de envío de dinero y las ONG que operan en zonas de conflicto se han llevado la peor parte. Un informe elaborado por cientos de ONG determinó que dos tercios de ellas han tenido problemas financieros, como retrasos en las transferencias o cancelación de cuentas. La consecuencia es que hay gente que ha muerto de frío en Afganistán o que se ha quedado sin medicinas en Siria. En estos lugares esta aversión al riesgo ha podido incluso incrementar el riesgo de delitos financieros, ya que ha impulsado las transacciones en metálico y el uso de redes financieras no reguladas. Pero el daño va más allá de los clientes de los bancos. La aversión al riesgo estrangula los flujos financieros de los que depende parte de la economía mundial.

La culpa de esta aversión al riesgo está muy repartida. Algunos bancos han sobreactuado, o bien han echado la culpa al endurecimiento de la normativa de ciertas decisiones tomadas solo por motivos comerciales. Los reguladores, mientras tanto, a menudo han dado indicaciones muy vagas a los bancos acerca de qué riesgos podían asumir y cuáles no.

La buena noticia es que la conciencia del problema ha aumentado notablemente en los últimos dos años y que se han tomado medidas, si bien con retraso. El Consejo de Estabilidad Financiera, formado por políticos de muchos países, está coordinando esfuerzos para revertir la tendencia. Las medidas van desde ayudar a los países pobres a fortalecer sus controles frente a los delitos financieros hasta impulsar tecnología financiera que pudiera mejorar la detección de transacciones sospechosas. La tecnología de cadena de bloques, que sustenta el bitcoin, podría, por ejemplo, convertirse en una forma barata y eficaz de verificar las transacciones y la identidad de los clientes.

Primeras señales de cambio

No estamos ante un problema fácil. Y es que cuando se trata de delitos financieros no hay genios de la lámpara. Los bancos, por ejemplo, se siguen resistiendo a dar su brazo a torcer por miedo a sanciones. Pero los políticos por fin están haciendo esfuerzos para que los bancos vuelvan allí de donde se fueron, como por ejemplo ser más permisivos con errores derivados de riesgos de gestión que se tomaron de buena fe. Los bancos que pueden demostrar que tienen buenos controles frente al lavado de dinero y han cumplido las normas tienen más crédito en caso de que puedan llegar a facilitar operaciones ilícitas.

En 2018 los efectos de este cambio de actitud deberían ser más visibles. JP Morgan Chase, el mayor garante de pagos en dólares, ha empezado a dar los primeros pasos para restablecer las relaciones con los bancos de los mercados emergentes que han demostrado la diligencia debida. Otros grandes bancos han dado indicios de que van a seguir este ejemplo.

Es inevitable que, después de que estalle la siguiente crisis, se produzca otra oleada de aversión al riesgo. La esperanza está en que hayamos aprendido la lección de la última crisis y la siguiente provoque menos daños colaterales.

Matthew Valenciajefe de Investigación de The Economist

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