El Partido soy yo

25 / 01 / 2018 John Parker (Pekín)
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Xi Jinping ha anunciado una nueva era. No será una era de reformas en el sentido occidental.

Foto: Lintao Zhang/Getty Images

Durante años, los partidarios de Xi Jinping han animado a ser pacientes a los descontentos con el lento progreso del país. El cambio está siendo reprimido por la burocracia, dicen. Basta esperar a que Xi coloque a los suyos en los cargos más relevantes. Entonces, lo verán con sus propios ojos.

Ahora que el congreso del Partido Comunista ha acabado, 2018 servirá para estudiar las propuestas. En el congreso (el acontecimiento quinquenal más importante del calendario político chino), Xi declaró que su país había entrado en una nueva era, cuya primera fase, dijo, garantizaría que “la modernización socialista estuviera lista” hacia 2025. Habrá también una nueva ronda de reformas económicas y para sustentar el cambio: Xi ha asegurado que dominará el aparato del Gobierno como un coloso. Incluso antes del congreso, él era jefe del Partido Comunista, presidente, comandante en jefe, jefe del Consejo de Seguridad y presidente de muchos “grupos pequeños” a la sombra y con suficiente influencia para establecer políticas sobre cualquier cosa, desde Taiwán a la economía. Después del cónclave, Xi cuenta con una mayoría de aliados y subordinados (400) en el Comité Central, es decir los miembros de alto nivel del partido, además del sancta-sanctórum del poder, el Comité Permanente de siete miembros del Politburó, la mayoría de su elección, como el resto de líderes provinciales de China y la plana mayor de las Fuerzas Armadas.

Para colmo, revisando los estatutos del Partido, el congreso confiere a Xi un extraordinario nivel de autoridad ideológica, incluyendo una cita a una “Reflexión sobre el socialismo de Xi Jinping con las características chinas para una Nueva Era”. Es la primera vez que un líder vivo es inscrito en los documentos estatutarios del partido desde Mao Zedong. Nadie puede acumular tanta autoridad. Incluso plantea la cuestión de cómo saldrá adelante su sucesor (en teoría, su mandato como presidente y líder del partido es solo hasta 2022), porque, mientras Xi viva, oponérsele es tanto como oponerse al partido.

Xi lamenta constantemente que su programa de reforma no está siendo implementado apropiadamente porque la burocracia adopta la actitud tan china de que “cualquier política que el Gobierno apruebe, la asumiremos” (que, dándole la vuelta, se puede leer “cualquier política que sirva a nuestros intereses”). En 2018, dado su nuevo poder y considerando cuánta palabrería vacía le consagra a sus reformas económicas, parece razonable esperar una nueva ronda de cambios económicos. La cuestión es, ¿de qué tipo?

En 2013, Xi prometió darle al mercado “un papel decisivo” en la economía china y aprobó una lista de 60 reformas. En el congreso, volvió al asunto de “asegurar la asignación de recursos del mercado”. Este tipo de liberalización no puede ser descartada del todo, pero en los últimos tres años las reformas políticas realizadas sugieren todo lo contrario.

Casi todo lo que Xi ha hecho en la esfera económica, ya sea en los medios, el Ejército y en el resto de áreas, ha impulsado el poder del Partido Comunista. A varios grupos de empresas estatales del partido, por ejemplo, se les ha animado a expresar su opinión en las decisiones de inversión. El crecimiento económico depende, en gran medida, de la financiación del Gobierno local (es decir, del partido) de las infraestructuras urbanas. El partido habla de adquirir participaciones de los gigantes chinos de Internet (Alibaba, Tencent y Webo) en 2018. Una genuina reforma de mercado debería reducir la influencia del partido y, por lo tanto, a corto plazo, podría dañar el crecimiento económico.

China reformó las empresas estatales en 2017, pero la medida no permitía a las compañías privadas competir directamente con ellas en otros sectores, lo que contradice la queja de Xi de que su instinto promercado está siendo frenado por otros. En este caso, él mismo propuso cambios que protegían a los de dentro. La idea de que Xi será liberado por su sucesor de hacer lo que no podía hacer antes parece discutible.

Aquellos que esperan una liberalización radical se decepcionarán. Los líderes no suelen cambiar de estadistas reflexivos en su primer mandato a defensores del libre mercado en el siguiente. Una nueva ronda de “reformas con características chinas” significará, por lo tanto, más control del partido sobre las empresas, más subsidios estatales para la industria, la integración y transformación de las empresas estatales en la alianza nacional y una mayor vigilancia de la economía digital. Si esto es bueno para la economía como un todo en la próxima década está todavía por ver, pero Xi cree que sí será bueno para el partido, que es, en definitiva, su prioridad.

John Parker: corresponsal en Pekín de The Economist

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