Con la mirada fija en el abismo

24 / 01 / 2018 Dominic Ziegler (Hong Kong)
  • Valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

El alarmante juego de arriesgada política nuclear entre EEUU y Corea del Norte.

Foto: STR/AFP/Getty Images

A principios de 2017, el presidente Trump declaró vía Twitter que “no ocurrirá”. Pero en 2018 pasará. Corea del Norte demostrará que ha desarrollado un misil balístico intercontinental (ICBM, en sus siglas en inglés) capaz de alcanzar el continente americano. El insolente país asiático lo hará con unas pruebas de lanzamiento de un ICBM en alguna parte del Pacífico, pero con alcance suficiente hasta San Francisco o Los Ángeles. Y también demostrará asimismo que sus cerebritos han fabricado un artefacto nuclear lo bastante pequeño para colocarlo en una ojiva. La mayor provocación sería, de lejos, realizar una prueba termonuclear en la atmósfera sobre el mismo desafortunado océano.

El resultado de todo ello será un año de arriesgada política nuclear. Estados Unidos tampoco podrá decir que con las sanciones y las presiones diplomáticas se puede persuadir a Corea del Norte de que abandone su programa nuclear. Mientras la retórica y el postureo militar aumentan, el mundo mirará fijamente al abismo. La crisis nuclear de Corea del Norte en 2018 será como una vibrante versión de la crisis de los misiles en Cuba: la última vez que el mundo contempló el Armagedón. Solo que esta vez será más peligroso. Después de todo, no fue Fidel Castro quien tenía su dedo sobre el botón nuclear en 1962, sino Nikita Jrushchov, horrorizado de que la URSS estuviera siendo arrastrada a un conflicto nuclear con EEUU y deseoso de encontrar la manera de dar marcha atrás. En 2018, el dictador de Corea del Norte, Kim Jong Un, será quien tome todas las decisiones. Ni Rusia ni China, supuestos amigos de Corea del Norte, tienen hoy influencia suficiente. Además, las relaciones de China con su imposible pequeño vecino estarán más cerca de romperse.

No mucho más tranquilizadora es la respuesta de EEUU. El mayor peligro es que ambos líderes, en plena batalla dialéctica, se golpean a sí mismos desde sus esquinas boxísticas. Con las tensiones por todo lo alto, los preparativos militares de un lado pueden parecerle al otro la antesala de una guerra. Es por errores y pasos en falso que cualquier cosa puede ocurrir. Y los impetuosos tuits de Trump dirigidos al “hombrecillo cohete” solo pueden alimentar el conflicto. Incluso los generales de Trump, hasta ahora una fuerza de contención del presidente, se pelean por atacar las instalaciones norcoreanas ahora que las ciudades estadounidenses se ven directamente amenazadas.

En primer lugar, debe haber personas sensatas que convenzan a Trump de que la posibilidad de un ataque quirúrgico a Corea del Norte es inexistente. Sus instalaciones y misiles nucleares están bien escondidos –a menudo bajo tierra– o en movimiento. Lo mismo cabe decir de su troglodita líder, por lo que la opción de “decapitación” es francamente difícil. Además, cualquier hostilidad contra Corea del Norte tendría una respuesta rápida, incluso con armas convencionales. La península de Corea está densamente poblada. Seúl, la pujante capital de Corea del Sur, está a tiro de la artillería norcoreana. El Norte, además, tiene un gran arsenal de armas químicas y biológicas. Un conflicto en la península sería una carnicería inimaginable. La suposición de que el siglo XXI es patrimonio de Asia sería la menor de las víctimas. 

Malo, quizá, pero no un loco

Lo siguiente es que quienes rodean a Trump deben ayudarle a comprender la mentalidad de su adversario. Por mucho que Kim, tercera generación de dictadores, dé la impresión de ser un desorbitado fanático, todo sugiere que desea morir apaciblemente de anciano, como su padre y abuelo. Como ellos, Kim ha demostrado su capacidad nuclear no para destruirse a sí mismo sino para disuadir a EEUU de un ataque. Kim pudo ver lo que les ocurrió a Sadam Husein y Muamar el Gadafi cuando abandonaron sus respectivas cruzadas nucleares, y no se quedará tranquilo si Trump rompe el tratado nuclear con Irán. Pero Kim, seguramente, sabe que utilizar sus misiles traería consigo su propia destrucción. Solo se entiende su poderío cuando están desenfundados. El líder norcoreano puede ser malo, pero no un loco. Dicho esto, la respuesta adecuada de EEUU no debería ser una bravuconada militar sino al viejo estilo de la Guerra Fría: contención y disuasión a través del refuerzo de los sistemas de misiles y la proliferación y aplicación de estrictas sanciones. Una vez que se reconoce que el riesgo es confuso para las intenciones del otro lado, las medidas de sentido común deberían incluir la reapertura de las relaciones diplomáticas y la reinstauración del teléfono rojo. EEUU debe estar dispuesto a esperar y esperar hasta que ese estado de pacotilla del Norte sucumba bajo el peso de sus propias contradicciones. Si funcionó con la URSS, también puede hacerlo con Corea del Norte.

Mientras, las apuestas están por todo lo alto para algo más atrevido e inexplorado: acuerdos diplomáticos que incluyan a China y Corea del Sur, así como Corea del Norte y EEUU, diseñados para detener la amenaza de guerra. Un acuerdo de esta magnitud, que a algunos les recuerda al de Potsdam, para el noreste asiático, podría atenuar las tensiones al ofrecer sólidas garantías de seguridad en Corea del Norte a cambio de que Kim renuncie a las armas nucleares intercontinentales. Asimismo, este acuerdo podría poner fin oficialmente a la interminable guerra de Corea de 1950-53, a cambio de un tratado de paz y la reanudación de todas las relaciones diplomáticas y económicas entre Corea del Norte y sus vecinos.

Antes de que su jefe le desautorizara, el secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, mostró su voluntad de dar marcha atrás asegurando que EEUU no tenía ninguna intención de provocar un colapso en su país, ni de enviar fuerzas militares al paralelo 38 que divide el Norte del Sur. Y considerando la falta de dogmatismo de Trump, su caprichosa disposición y su gusto por los acuerdos, la apertura de EEUU a un gran negocio no es inconcebible, aunque sea poco probable. De hecho, siendo optimistas, las posibilidades de dicho negocio en 2018 todavía son ligeramente mejores que las de un invierno nuclear.

Dominic Ziegler: autor de la columna Banyan en The Economist

Grupo Zeta Nexica