Las cuatro M de Canadá

23 / 01 / 2018 Madelaine Drohan (Ottawa)
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Mounties (Policía montada), madera, montañas y marihuana.

Legalizar la marihuana parecía una iniciativa perfecta cuando Justin Trudeau lo prometió durante su campaña electoral de 2015. Provisto de una imagen juvenil y progresista como líder de los liberales, a su lado, los conservadores parecían serios y aburridos. La marihuana medicinal ya era legal y la mayoría de los canadienses apoyaba la despenalización de su uso recreativo. Estados Unidos creó reticencias en los Gobiernos canadienses anteriores, proclives a actuar con más flexibilidad. Pero esto dejó de ser un problema a medida que los Estados al sur de la frontera empezaron a dar luz verde a la maría.

Sin embargo, cuando el Gobierno liberal se prepare para legalizar y regularizar el uso recreativo de la marihuana a primeros de julio, la situación será menos clara. El apoyo a la legalización ha caído, aunque hay una mayoría que todavía quiere que Canadá se convierta en el segundo país del mundo, tras Uruguay, en dar ese paso. Otro problema al que se enfrenta Trudeau es la incertidumbre política en EEUU. Bajo la presidencia de Barack Obama, el Gobierno de EEUU apenas hizo nada cuando ocho Estados y el distrito de Columbia legalizaron la marihuana recreativa, si bien siguió siendo una sustancia prohibida bajo la ley federal. No está claro si esto seguirá siendo así con Trump. Hay indicios de que su administración adoptará medidas más firmes.

Los canadienses llevaban tiempo con la idea de suavizar la prohibición de la marihuana. En 1972, el Gobierno liberal de Pierre Elliott Trudeau, padre del actual presidente, hizo campaña con la promesa de despenalizar la maría (sin llegar a cumplirla), pero con el fin de la prohibición ahora en el horizonte los canadienses empiezan a tener dudas.

Es incomprensible dado el número de casos sin resolver en esta área provincial y federal de jurisdicción compartida. El Gobierno federal aplicará algunas directrices generales, como un mínimo de edad de 18 años para comprar o consumir la droga (aunque las provincias pueden aumentar ese límite) y una cantidad máxima de 30 gramos para consumo y de cuatro plantas para cultivos privados. También se concederán permisos a los productores. El resto queda en manos de las provincias, que supervisarán su distribución y venta.

Ontario, la provincia más poblada, fue la primera que ideó un plan; su Gobierno decidió un férreo control sobre el cannabis, utilizando su ley estatal sobre el alcohol para distribuir y vender el producto on line a través de 150 licorerías. Los compradores y consumidores deben tener 19 años, la edad legal para beber. Las tiendas ilegales de maría, que junto con farmacias y productores de marihuana medicinal han presionado para llevarse tajada de los 5.000 millones de dólares canadienses (3.374 millones de euros) del mercado minorista, serán clausuradas.

Sin embargo, hasta que todas las provincias pongan en marcha sus planes, los canadienses seguirán inquietos. Trudeau ha contribuido involuntariamente a la confusión. En 2013 copó los titulares cuando admitió haber fumado marihuana durante un acto privado cuando era diputado. Encajaba con su pasado de instructor de snowboard en la Columbia Británica, un deporte y una provincia asociados al consumo de drogas. Pero el primer ministro ha dicho sistemáticamente que la legalización pasa por mantener la maría fuera del alcance de los niños y de las organizaciones criminales. Su Gobierno se ha mantenido firme a este respecto. Nombró a un exjefe de Policía responsable de toda la documentación referente a la legalización. Sus palabras sugieren que fumar un porro puede resultar placentero o divertido sin cruzar los límites ministeriales. Los defensores de la maría que pensaban que las normas se flexibilizarían ahora que uno de los suyos estaba en el poder, se sienten traicionados.

Estas sutilezas se olvidarán ante una audiencia internacional, con la esperanza de atraer más inversión extranjera y empleos. Trudeau quiere relanzar la imagen de Canadá, alejándola de los estereotipos de un país rico en recursos cuyos símbolos más poderosos son sus montañas, sus maderas y sus mounties. Solo tendrá éxito, en parte, cuando Trudeau añada una cuarta M: la de marihuana.

Madelaine Drohan: corresponsal en Canadá de The Economist

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