Planeta Trump

11 / 01 / 2017 Zanny Minton Beddoes
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La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos hará que 2017 marque el inicio de un nuevo orden mundial más oscuro, advierte Zanny Minton Beddoes, redactora jefe de The Economist.

Para los liberales 2016 ha sido un año negro. Una ola de ira populista ha barrido Occidente, haciendo que los británicos votaran separarse de la Unión Europea y los estadounidenses eligieran como 45º presidente a un magnate inmobiliario sin experiencia política que ha orquestado la campaña electoral más desagradable y divisoria de la historia reciente del país. En unos pocos meses los votantes de ambos lados del Atlántico han manifestado un gran rechazo contra su clase política. Han desplazado las líneas maestras de la política occidental desde el antagonismo derecha-izquierda al de apertura-clausura, y han rechazado con un clamor popular la globalización, presentada ahora como un sistema amañado que solo beneficia a una élite egoísta. Se trata de golpes directos contra el orden mundial liberal, y hasta qué punto son serios solo se sabrá en 2017.

Lo más importante será el tipo de presidente que acabe siendo Donald Trump. Si se toma al pie de la letra lo que dijo en campaña y con anterioridad, la perspectiva es desoladora. Trump es un nacionalista económico de viejo cuño, un hombre que cree que el libre comercio ha destrozado la economía de Estados Unidos. Ha sembrado dudas sobre el compromiso del país con sus aliados y ha reclamado construir un muro con México y restricciones a la entrada de inmigrantes musulmanes.

Aunque parece improbable que Trump pueda sacar adelante la totalidad de su agenda antiliberal, ciertas medidas sí sobrevivirán (ver recuadro en la página siguiente). Los votantes le otorgaron al candidato Trump un amplio margen, y el mejor resultado una vez que tome posesión sería que se centre en su plan económico pero que elimine el proteccionismo. Las grandes rebajas de impuestos unidas a un aumento del gasto, desde infraestructuras a defensa, aumentarían la riqueza del país a largo plazo. Y a corto plazo supondrían inyectar adrenalina en la economía. Con esto al menos se podría mantener el proteccionismo bajo mínimos, quizá limitado a unas pocas medidas antidumping. Los resultados serían similares a los de Ronald Reagan, un hombre al que el mundo miró con alarma cuando arrolló en las elecciones de 1980.

Pero incluso en el mejor de los escenarios la presidencia de Trump se cobrará su precio en términos de apertura del orden global. El Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) está muerto. Parece poco probable que se cumpla lo pactado sobre cambio climático firmado en París, y el acuerdo nuclear alcanzado con Irán también podría perder vigor. Debido a que los republicanos conservan el control de las dos Cámaras, sus partidarios le exigirán como mínimo que levante muros, que los inmigrantes ilegales sean deportados y que nombre para el Tribunal Supremo a jueces muy conservadores.

En el resto del mundo, mientras, los regímenes autoritarios tomarán impulso y querrán aprovechar el giro político de Washington hacia sus asuntos de política interior. En China, Xi Jinping, el líder más poderoso del país desde al menos Deng Xiaoping, utilizará el próximo congreso quinquenal de Partido Comunista Chino para afianzar su poder dictatorial. También se apresurará a tratar de llenar el vacío geopolítico dejado por el fracaso del TPP. En Rusia Vladimir Putin disfrutará de la atención de Trump, pero intentará camuflar su vulnerabilidad interna con agresiones a otros países. Así, es poco probable que ceje en sus intentos de desestabilizar Ucrania y el resto del “extranjero próximo” ruso.

Impulsada por la victoria de Trump, la reacción populista europea cogerá fuerza en 2017. Los partidos de ultraderecha se dispararán en las elecciones francesas y holandesas, y en lo que se antojará como un largo e irritante periodo electoral la política europea estará dominada por el alarmismo sobre inmigración, tratados de libre comercio y la vileza de la Unión Europea.

El escenario se ensombrecerá aún más si se producen nuevos ataques terroristas, algo que parece más que factible. También están sobre la mesa nuevos shocks financieros, ya que no es improbable ni una crisis fiscal en Portugal ni un estallido de los problemas crónicos de la banca italiana. En este contexto, las negociaciones del brexit serán lentas, agrias y complicadas.

Luz al final del túnel

Todo ello apunta a un año oscuro, pero la pesadumbre no será eterna. Las políticas populistas y aislacionistas se desacreditarán por sí solas. Es una cruel ironía que Latinoamérica, la región más asociada a esta reacción contra las políticas económicas aperturistas y liberales, esté girando ahora hacia un mayor liberalismo.

El peligro de que este ataque de nacionalismo de Occidente se intensifique también será compensado por fuerzas más profundas. La tecnología está forjando nuevas conexiones globales por grande que sea la reacción contra la inmigración o el comercio. Las pequeñas empresas exportan a través de los mercados on line, y la gente habla y comparte noticias a través de plataformas de redes sociales globales. Los votantes más jóvenes que crecieron entre estas posibilidades digitales tienen más aprecio por la globalización que sus padres, y probablemente votaron contra Trump y el brexit.

La pregunta no es si el mundo volverá a posiciones aperturistas, sino cuándo lo hará (y cuánto daño se producirá mientras tanto). La respuesta a esa pregunta depende por encima de todo de un solo hombre: Donald J. Trump.

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