Arrepentimiento republicano

27 / 01 / 2017 James Astill
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Los congresistas republicanos se arrepentirán de haberle apoyado.

Paul Ryan

Muchos de los republicanos que apoyaron a Donald Trump a pesar de toda la obscenidad que desplegó en campaña, alegaron como justificación este deseo: será el fin del poder fragmentado que, en parte gracias a sus propios esfuerzos, no dejó de lastrar la presidencia de Barack Obama. Ahora ya tienen lo que querían: controlan la Casa Blanca y las dos Cámaras del Capitolio. Pero en 2017 este sueño de los que apoyaron a Trump se convertirá en pesadilla.

Su respaldo a Trump se basaba en la esperanza de que, una vez fuera elegido presidente, le daría vía libre a Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes, para llevar a cabo su agenda conservadora de rebajas fiscales y reducción del Estado. Pero a Donald Trump no le interesan los detalles políticos, como ya dejó claro a lo
 largo de su campaña electoral al ofrecer a John Kasich, gobernador de Ohio, ser su vicepresidente y quedar al cargo de la política nacional e internacional. Ryan tiene montones de ideas. En 2016, cuando aún no estaba Trump, su plan de seis puntos que endurecía el acceso a los beneficios sociales y facilitaba que las empresas contaminasen marcó la agenda política de los republicanos.

Pero Trump odia a Ryan debido a que este le negó su apoyo un mes antes de las elecciones, tras publicarse un vídeo en el que el presidente electo se jactaba de las libertades que se podía tomar con las mujeres. Ryan también tiene enemigos en la Cámara de Representantes, en la que la facción derechista Caucus de la Libertad está cada vez más crecida y deseando enfrentarse a él. En vez de permanecer en su puesto para ser continuamente humillado por este grupo y por el nuevo presidente, lo más probable es que Paul Ryan dimita en 2017, si no es depuesto antes.

El Caucus de la Libertad tratará de sustituirle por uno de los suyos, aunque quizá no lo consiga. En cualquier caso, el republicano que sustituya a Ryan se enfrentará a una carrera de obstáculos. Los demócratas del Senado, aún heridos por la derrota, se valdrán de técnicas de filibusterismo para impedir la reforma del sistema de bienestar y la revocación de la Ley de Atención Médica Asequible, que Trump también prometió eliminar. Habrá otros intentos de desmantelar el Obamacare.

Además, el presidente electo, para apuntarse tantos populistas, estará más que contento de buscar pelea con su partido, al que tacha de hostil, débil y rehén de intereses especiales. Si por ejemplo los republicanos del Senado se negaran a aprobar su ansiado recorte de impuestos a los ricos a través de un truco presupuestario denominado “reconciliación”, él podría vetar tal decisión. En campaña Trump dijo que le subiría los impuestos a los ricos (aunque para ser sinceros, también dijo que se los bajaría).

Trump preferirá ejercer el poder emitiendo órdenes ejecutivas. Por ejemplo, podría usarlas para imponer aranceles punitivos a los bienes importados de México y China. Aunque esto podría tener como contrapartida el provocar una reacción contraria de los congresistas republicanos, la mayoría partidarios del libre comercio.

Conforme la Administración Trump vaya sufriendo desgaste, los republicanos empezarán a temer la ira del electorado de cara a las legislativas de 2018. Ejercerán entonces una oposición más dura y se resistirán a cualquier medida de disciplina interna que aplique el sucesor de Ryan.

El Partido Republicano ha logrado una victoria deslumbrante, pero le costará buena parte de su identidad, credibilidad y cohesión interna.

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