Diplomacia divina

19 / 01 / 2015 Paul Vallely
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El Vaticano ha tenido un papel decisivo en el deshielo de las relaciones entre EEUU y Cuba, pero Francisco quiere ir más allá y usar su influencia para mediar en otros conflictos.

Puede llamarlo milagro, o simplemente referirse a él como un ejercicio de virtuosismo negociador, pero en el proceso diplomático que ha culminado con el histórico restablecimiento de las conversaciones entre Estados Unidos y Cuba, y que ha puesto fin a un embargo comercial de medio siglo, el papa Francisco ha logrado algo que se le había resistido durante años a algunos de los mejores diplomáticos del mundo: desbloquear una situación de impasse aparentemente irresoluble entre dos acérrimos enemigos de la Guerra Fría.

Y sin embargo, este arrojo negociador demostrado por Francisco con Washington y La Habana quizá solo sea el comienzo de un nuevo tipo de diplomacia de la Santa Sede, a un tiempo más sutil y ambiciosa, enfocada hacia América Latina, Asia y e incluso tal vez a Oriente Próximo. De hecho, en el caso de Cuba, las negociaciones han tenido tanto éxito que uno de sus participantes, el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, las ha calificado como un “modelo” para la resolución de otros conflictos.

“Lo que ha ocurrido aquí es que han unido sus fuerzas la élite de uno de los más antiguos y sutiles cuerpos diplomáticos del mundo y alguien que era completamente ajeno a él, y el trabajo desarrollado ha sido brillante”, afirma un dirigente vaticano que, como el resto de los consultados para este reportaje, se expresa bajo condición de anonimato debido a que no les han autorizado a hablar de este asunto con los medios. El acuerdo no surgió de la nada. A pesar de todas las dificultades surgidas como consecuencia del ascenso de Fidel Castro, el Vaticano siempre mantuvo las relaciones diplomáticas con la isla tras el triunfo de la revolución comunista, en 1959. De hecho, y desde mediados de la década de los ochenta del pasado siglo, los dos principales líderes católicos estadounidenses, el cardenal John O’Connor, de Nueva York, y el cardenal Bernard Law, de Boston, empezaron a visitar Cuba y a reunirse regularmente con Fidel Castro. Tras los encuentros, ambos daban parte a Washington, y fue así como empezó su labor de lobby ante la Casa Blanca para que se suavizaran las restricciones del embargo en cuestiones financieras, comerciales y de autorización de desplazamientos.

Durante las tres décadas siguientes, y con éxito desigual, otros destacados prelados estadounidenses siguieron trabajando para mejorar las relaciones entre ambos países. En 1998 organizaron la visita de Juan Pablo II a La Habana, la primera visita papal a la isla. Creyeron que este hecho facilitaría el deshielo de las relaciones, pero desgraciadamente, poco después de la visita del Papa a Cuba estalló el escándalo de Monica Lewinsky, lo que eclipsó aquel encuentro histórico. Hoy el Vaticano sigue restando importancia a dicha reunión, en la que, según muchos, llegó a depositar grandes esperanzas. “Sí, es cierto que el escándalo Lewinsky hizo descarrilar toda la estrategia –afirma un dirigente vaticano al respecto–, pero no creo que la situación estuviera entonces lo bastante madura para un acuerdo. Exageran los que dicen que esa visita de Juan Pablo II podría haberlo solucionado todo”.

Estrategia a largo plazo.

Este encuentro se reveló como parte de la estrategia a largo plazo del Vaticano, y allanó además el camino para la consecución del reciente logro diplomático. Y es que a pesar de que los intentos de distensión con Cuba tuvieron poco recorrido durante el primer mandato de Barack Obama, en 2012, a partir de la reelección, el presidente afirmó que quería que la mejora de las relaciones con La Habana fuera parte de su legado político. Cuando el Vaticano estuvo al corriente de las intenciones de la Casa Blanca, sus diplomáticos empezaron a moverse entre bambalinas. En el momento en que Obama estrechó la mano del líder cubano Raúl Castro en el funeral de Nelson Mandela, en diciembre de 2013, el Papa y sus emisarios ya estaban trabajando duro buscando maneras para promover un acuerdo.

Meses después, en marzo de 2014, Obama visitó el Vaticano y el Papa movió ficha. Durante la mayor parte del tiempo estuvieron hablando de las relaciones cubano-estadounidenses y sobre Alan Gross, un cooperante americano enfermo encarcelado en la isla. “Gross ha pesado en nuestros cálculos desde hace muchísimo tiempo”, sostiene un dirigente de la Santa Sede. “El papa Benedicto ya había pedido su liberación a Castro en Cuba”, afirma esta misma fuente, en referencia a la visita del anterior pontífice a la isla, en 2012. Animado por la conversación que mantuvo con Castro, Benedicto citó posteriormente en Roma al cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, para empezar a establecer las bases de un acuerdo con el país comunista. Las conversaciones fueron por buen camino mientras los emisarios de ambos lados volaban a Canadá, lugar donde tuvieron lugar la mayoría de los encuentros. Pero a principios de 2014 se tropezó con una grave dificultad como consecuencia de la posibilidad de intercambiar tres espías cubanos encarcelados en Estados Unidos a cambio de un agente preso en la isla, además de la liberación por motivos humanitarios de Gross. El papa Francisco urgió a Obama y a Castro para que llegaran a un acuerdo. Gross había enfermado gravemente en prisión, y el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, ya había advertido en privado a los cubanos que si Gross moría también lo haría todo el proceso negociador. Pero el trabajo dio sus frutos, y finalmente ambas partes llegaron a un acuerdo. “Los planetas se alinearon –afirma un dirigente de la Santa Sede–. Obama no tenía que presentarse a la reelección, Alan Gross estaba muy enfermo, y a ello hay que sumarle la increíble autoridad moral del Papa”.

Este acuerdo histórico podría ayudar a encauzar las ásperas relaciones entre Estados Unidos y Venezuela, o incluso animar al Gobierno colombiano a correr riesgos con los rebeldes de las FARC en aras de la paz. Pero la autoridad moral del papa Francisco no hará milagros, advierten los diplomáticos vaticanos. Algunos observadores esperan que el Papa se involucre en el desafío talibán en Afganistán, o en el conflicto del Estado Islámico en Irak y Siria, pero es poco probable. “El papa Francisco está dispuesto a arriesgar su prestigio, pero solo en situaciones en las que exista alguna perspectiva realista de éxito –afirma un diplomático de la Santa Sede–. Le ha pedido a los diplomáticos vaticanos que asuman riesgos, tampoco hay que subestimarle, pero no seamos ilusos. Él es perfectamente consciente de las limitaciones de su poder político”.

Será este pragmatismo el que guíe los futuros esfuerzos diplomáticos de la Santa Sede. Y es que la diplomacia necesita de grandes gestos pero, como afirmó Francisco tras ayudar a propiciar el acuerdo con Cuba, también precisa de piccoli passi, de pequeños pasos. Eso es justo lo que hizo a principios de 2014 cuando invitó a los presidentes palestino e israelí a celebrar una cumbre en el Vaticano tras su visita a Tierra Santa.

Realpolitik.

En la actualidad el Papa y el cardenal Parolin están usando una estrategia similar en China. Los doce millones de católicos del país se dividen entre las parroquias clandestinas fieles a Roma y una iglesia oficial cuyos obispos son elegidos por el Partido Comunista. Se está logrando acercar posiciones, y por esa razón el Papa recientemente rechazó reunirse con el Dalai Lama, a quien Pekín ve como un separatista tibetano hostil. “El Papa no asumirá riesgos allí donde sea imposible obtener algún fruto –afirma un dirigente vaticano–. Tiene que vislumbrar algún tipo de recompensa; sabe perfectamente lo que significa la palabra realpolitik”. A pesar de su reputación de verso suelto, el Papa también es muy consciente de que tiene que hacer caso de los consejos. El año pasado quiso ir al Kurdistán iraquí para apoyar a los cristianos perseguidos por los extremistas islámicos, ya que tenía la esperanza de que dicha visita ayudara a detener la violencia. Pero cuando sus responsables de seguridad le dijeron que era demasiado peligroso, él lo aceptó, aunque a regañadientes. Y es que, tal como hemos visto en el caso del acuerdo logrado con Cuba, del papa Francisco bien cabe esperar lo inesperado, pero no lo imposible.

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