Cuba: paraíso sexual

08 / 01 / 2010 0:00 PAMPLIEGA La Habana
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Con la caída del bloque soviético, Cuba tuvo que buscar sus ingresos en otra parte. el auge del turismo trajo consigo la proliferación de jineteras. Un negocio que el gobierno trata de controlar ahora.

Sus playas de fina arena blanca, sus aguas turquesas del mar Caribe o disfrutar de un mojito bien frío mientras los cuerpos se broncean han convertido a Cuba en un paraíso terrenal para los cientos de miles de turistas que deciden visitar la isla cada año. Pero, desde hace varias décadas, a estas maravillas de la naturaleza se ha unido un nuevo reclamo: el sexo. Miles de turistas extranjeros viajan a Cuba buscando bellas mujeres con las que pasar sus vacaciones por un puñado de dólares. Las jineteras –sobrenombre que reciben las prostitutas cubanas– se han convertido en un símbolo de la isla y en una fuente importante de ingresos.

El fenómeno del turismo sexual arrancó en Cuba a principios de los noventa. Con la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética, el régimen castrista perdió todos los fondos que le enviaban desde el Kremlin y la venta de caña de azúcar era insuficiente para satisfacer las necesidades de la isla. Fidel Castro puso sus ojos en el turismo como piedra angular de la nueva economía. Además de explotar los encantos de Cuba, el régimen estimuló, como un encanto más de la isla, la hospitalidad de la mujer cubana. A raíz de esto, ávidos inversores, en su mayor parte españoles, comenzaron a levantar complejos hoteleros donde se podían encontrar guapas jovencitas que en algunos casos ni alcanzaban la mayoría de edad.

 Pero el negocio del sexo se le fue de las manos al régimen y lo que empezó siendo una aventura que embarcaba a cientos de jóvenes que buscaban aliviar las necesidades de sus familias se convirtió en un entramado mafioso con la aparición de proxenetas, casas de alquiler por horas... Las jóvenes vieron en el turismo sexual una forma de ganarse la vida mucho más rentable que la de trabajar a diario. El sueldo medio de un cubano ronda los 300 dólares mensuales, lo mismo que puede ganar una jinetera semanalmente. Profesoras, enfermeras y secretarias abandonaron sus profesiones para caer en los brazos de los turistas repletos de dinero. Castro se vio en la obligación de tomar cartas en el asunto y en 1998, tras un discurso donde denunció lo que su régimen había promovido, puso en marcha la operación Lacra.

Se realizaron redadas masivas contra las jineteras y los pingueros -chaperos- que se habían convertido en parte del paisaje del Malecón o de la Quinta Avenida. En octubre de 1998 el régimen cerró las discotecas Comodoro, el Café Cantante y el Palacio de la Sala; y en las salas de fiesta de los hoteles Marina Hemingway, Copacabana o Habana Libre el uso queda restringido a los huéspedes del hotel. El régimen advierte que deben “reorientar el enfoque de la diversión”. La operación Lacra no ha conseguido erradicar la prostitución en Cuba, pormundo que, como se dice en la calle, “el sexo es lo único que Castro jamás conseguirá racionar”. Sin embargo el régimen obtuvo dos cosas positivas: por un lado, que la prostitución se ejerza de forma discreta, sin ensuciar la imagen de tranquilidad que se quiere potenciar, y, por otro, que todo se desarrolle bajo su control y su supervisión. Las muchachas no tienen que dejarse ver por el Malecón, los proxenetas las ofrecen directamente en Internet –su acceso está controlado por el régimen– con tarifas entre los 35 y los 80 dólares.

Además, los empleados de los hoteles, contratados directamente por entidades del Estado, ofrecen a las jineteras a los huéspedes que allí se alojan. Pero no todos los cubanos ven con buenos ojos que sus mujeres ejerzan la prostitución. A los revolucionarios de la primera hornada que lucharon junto a Castro, Cienfuegos o Che Guevara en Sierra Maestra les duele más que a nadie. Cuando los barbudos entraron triunfantes en La Habana se encontraron con más de 100.000 prostitutas repartidas por el país, procedentes de familias campesinas y en su mayoría analfabetas. Batista había convertido Cuba en el paraíso del juego y en el prostíbulo de los millonarios estadounidenses. Castro cerró los burdeles, atendió a las prostitutas y a sus hijos, les dio la oportunidad de aprender un oficio y de asistir a las escuelas para recibir una educación. Los proxenetas fueron encarcelados y la prostitución acabó siendo erradicada de la isla. Pero las necesidades económicas hicieron que el régimen de Castro volviese a los tiempos de Batista.

 Los turipepes

El aeropuerto internacional José Martí recibe al día cientos de vuelos de todo el mundo. Hasta aquí se acercan las jineteras buscando a los turipepes –como se conoce a los turistas sexuales en la islarecién llegados. Las chicas se engalanan con sus mejores vestidos, lucen sus joyas y utilizan sus armas seductoras para cobrarse la pieza. La competencia es feroz, pero el botín es suculento y bien merece la pena pasar horas y horas de pie. Todos tienen un patrón en común; son hombres de mediana edad, que viajan solos y buscan sexo fácil. Las jineteras observan a los turistas recién llegados. Son analíticas y estudian a sus presas en detalle. Si son mayores, con toda probabilidad estarán casados pero tienen solvencia económica... Este perfil es el más deseado, porque las tratarán como a unas reinas; aunque tienen un pero, no se casarán con ellas ni las sacarán de Cuba. Si los turistas son jóvenes, las jineteras ven en ellos la posibilidad de abandonar la isla para irse a sus países de origen. Tienen menos experiencia, son más soñadores y creen en el amor.

En muchas ocasiones, el servicio puede ser incluso gratuito, ya que lo ven como una inversión a medio plazo. “Todas buscamos a nuestro príncipe azul para que nos lleve con él, pero eso sólo ocurre en los cuentos de hadas. La vida real es mucho más difícil, aunque no debemos perder la esperanza”, afirma María, que trabaja en el Palacio de la Sala. El príncipe azul del que habla va disfrazado de turista. En Cuba se ha endiosado a los extranjeros y esto produce no pocas frustraciones en las jineteras que ven en ellos su tabla de salvación. Los que visitan Cuba suelen ser hombres de clase media que ahorraron dinero durante el año, compraron un paquete vacacional de Todo incluido y llegan a la isla con la intención de gastar hasta el último dólar que llevan en la cartera. El dinero nubla la vista de las muchachas, que ignoran que su supuesto príncipe azul no es millonario, sino un simple trabajador que tiene que cumplir un horario, soportar las arbitrariedades de un jefe y todo por un sueldo que apenas le da para vivir. Si supieran esto, seguramente lo idealizarían menos y no creerían tanto en sus promesas. Pero a la vez perderían la ilusión de que alguna vez ese extranjero las invite a vivir en su país. María, de treinta años que de noche parecen veinte, vive con su hijo en Guanabacoa, el barrio negro de La Habana. Su piel, color ébano, resplandece bajo las luces de la pista de baile. No pasa desapercibida entre los hombres.

El contoneo de sus caderas levanta miradas de envidia entre sus compañeras, pero el ritmo africano, heredado de sus tatarabuelos, se apodera de ella. “Una no nace puta, ni es algo que se lleva en los genes. Mis padres trataron de educarme lo mejor posible para ser decente, pero la vida da muchas vueltas. Mi padre trabaja como campesi no en un pueblo cercano a Cienfuegos y mi madre era cocinera. Se esforzaron al máximo para darme una buena educación –confiesa–. Terminé el colegio y fui a la universidad a estudiar Económicas. Y aquí es donde empecé a ejercer la prostitución. Los hijos de los dirigentes iban a la universidad con ropas de marcas extranjeras, oliendo a perfumes carísimos. Y yo, una simple hija de campesinos, me tenía que bañar todos los días con un pedazo de jabón que apestaba a amoniaco. Y dije ¡basta! Quería otro tipo de vida y la prostitución me dio la oportunidad de ganar mucho dinero para ayudar a los míos”, afirma, mientras las lágrimas corren el rímel de sus ojos almendrados. “Mi sueño, igual que el de muchas de mis compañeras, era atrapar a un turista que me llevase volando a su país, donde poder vivir una vida plena. Pero la vida no siempre nos da lo que buscamos”, sentencia con sonrisa triste. En Cuba las jineteras no son repudiadas por la sociedad ni señaladas con el dedo como ocurre en la mayoría de países occidentales. Aquí las familias se sienten orgullosas de ellas, las ven como heroínas modernas que ayudan a sus familias vendiendo sus cuerpos a extranjeros sedientos de carne.

Nadie se siente avergonzado de reconocer que es amigo de una jinetera, al contrario. Son las que tienen mayores posibilidades económicas, las más elegantes, pueden comprar cosas que el resto ni sueñan con tener. Todas buscan lo mismo, un príncipe azul o, en su defecto, un hombre que las mantenga -por 300 dólares mensuales, un extranjero puede dar un nivel de vida a su jinetera difícilmente alcanzable para el resto de la población–. Ellas, a cambio, le jurarán fidelidad eterna. Pero todo cuento de príncipes y de hadas tiene su lado oscuro: “Las prostitutas del mundo se escandalizarían al saber que una jinetera cubana es capaz de entregar su cuerpo por unos pantalones vaqueros o por un plato de comida en un restaurante de segunda categoría”, afirma María. No es difícil ver a extranjeros por las calles de La Habana vieja, cámara en mano, acaramelados con una joven cubana. “Somos mucho más que prostitut Acompañamos a los turistas durante su estancia.

Les hacemos de guía, les enseñamos los lugares de interés, en caso de no hablar castellano lo hacemos por ellos”, cuenta María. Como en otros paraísos sexuales –Tailandia, Laos, Camboya o República Dominicana-, un lucrativo negocio se ha levantado en torno a la prostitución. Desde los porteros de los hoteles que cobran diez dólares a las muchachas por dejarlas subir a las habitaciones hasta taxistas especializados que pueden llegar a cobrar 5 dólares por servicio, pasando por restaurantes especializados en turistas, donde la jinetera recibirá un pequeño porcentaje de lo que consuman, o tiendas especializadas en ron o habanos donde las chicas llevan a sus clientes para que se gasten los dólares que tienen guardados en la cartera.

 Locales especializados

Además, en La Habana existen locales especializados en sexo para turistas. En el municipio 10 de octubre, en la discoteca El Túnel, todo está en dólares, a precios imposibles para la población cubana. En él no es difícil ver cómo se establecen los contactos entre los turistas sexuales y las jineteras que contonean sus cuerpos al son de la música. Sentada en la barra del local, vestida con una minifalda blanca y un top del mismo color, una jovencísima muchacha de cabellos rubios mira la pista buscando a un hombre para pasar la noche.

Los camareros del local la saludan, acude casi todas las noches. Da un sorbo a su copa. Se baja del taburete y se encamina hacia un recién llegado que chasquea los dedos al ritmo de Celia Cruz mientras espera su bebida sentado en una de las mesas. Se presenta dándole un par de besos. Las sonrisas de complicidad no tardan en aparecer. Y la conversación va dejando paso a caricias y gestos cariñosos. Tras media hora, el turista y la jinetera desaparecen del local rumbo al hotel, donde darán rienda suelta a su pasión. Puede que sólo pasen una noche juntos, pero puede que sea afortunada y la contrate para que le acompañe durante todas sus vacaciones. Pasará a convertirse, por unos días, en pretty woman. Después, deberá acompañarle hasta el aeropuerto donde se despedirá de él. Sin lágrimas, porque nuevas remesas de turistas llegan a la isla buscando la hospitalidad de las cubanas. Quizás su príncipe azul esté entre ellos.

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