Cómplices del Estado Islámico

05 / 09 / 2017 Alfonso S. Palomares
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Arabia Saudí ha sembrado Europa de mezquitas que encienden el odio contra los infieles.

Pancartas contra el comercio de armas en la manifestación antiterrorista de Barcelona. Foto: Albert Bertrán

De una manera oficial y declamatoria no existe ningún país que apoye de manera verbal o con aportación de operativos y efectivos militares al Estado Islámico. Sin embargo, no ocurre lo mismo con otras formas indirectas y más sutiles. Hay muchas hipocresías en torno a este asunto. En la geopolítica internacional y en las coordenadas del comercio planetario, tanto Arabia Saudí como Qatar, ahora cordiales enemigos, están instalados en las pautas de mundo occidental, incluido el mercado de armas.

Los dos países son buenos clientes de Estados Unidos y de otros países occidentales, incluidos España, Francia y el Reino Unido. En la manifestación de Barcelona hubo pancartas contra el Rey y el Gobierno por favorecer las relaciones comerciales con Arabia Saudí y Qatar. En este proceso discursivo extrañó que no hubiera ninguna alusión al Fútbol Club Barcelona, que publicitó durante años a Arabia Saudí en sus camisetas y realizó actos de colaboración con ese Estado multimillonario.

Oriente Medio es un complicado laberinto de corrientes religiosas islámicas, cargadas de interpretaciones conforme a los intereses funcionales de cada uno. Al igual que ocurre, pero en número más reducido, con el judaísmo y el cristianismo. ¿Cómo se proyectan Arabia Saudí y Qatar en el Estado Islámico? El periodista argelino Kamel Daoud ha escrito: “Arabia Saudí era como el Estado Islámico, pero en un país donde sus doctrinas han triunfado”.

Intereses mutuos

El wahabismo que domina religiosamente Arabia Saudí fue fundado en el siglo XVIII por el teólogo fundamentalista Abd al Wahhab. Este religioso estableció unos sólidos lazos de amistad con la familia Saud que terminaron sirviendo para consolidar intereses mutuos. Al Wahhab le proporcionaba legitimidad a la familia Saud y esta le concedía la hegemonía religiosa al wahabismo, convirtiéndolo en doctrina oficial del país. Así convivieron los dos siglos siguientes, pero a principios de la década de los años 70 del siglo pasado, el petróleo transformó Arabia Saudí en un país inmensamente rico, sus príncipes y reyes exhibían de una manera impúdica sus fortunas por la Costa Azul y la Costa del Sol.

Dejaban un río de dinero por donde pasaban. Al mismo tiempo se desató en el país un expansivo fervor religioso y empezaron a sembrar el mundo, y particularmente Europa, de mezquitas y centros salafistas, otra de las denominaciones del wahabismo. En Arabia Saudí y Qatar no está permitido construir iglesias cristianas ni de otras religiones, bajo el peregrino argumento de que ellos saben que su religión es la única verdadera.

En muchas de las mezquitas de la corriente wahabita o salafista generosamente financiadas por Arabia Saudí y Qatar, algunos imanes encienden los fuegos sagrados del odio, sobre todo en los jóvenes, contra los infieles. Utilizan, según las transcripciones de muchas conversaciones, un estilo antiguo y primario, pero sumamente eficaz. Si seguimos con una observación minuciosa los atentados de Londres, Niza, París etcétera vemos cómo el odio mueve los cuchillos, los coches y las bombas de los terroristas que se han unido al Estado Islámico. A los del califato los podíamos situar en el salafismo guerrero, a los saudíes, en el salafismo quietista.

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