Un terrible septiembre

05 / 10 / 2016 José Antonio Marina
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"Lo que hace que para un filósofo resulte fascinante el mundo de la economía es que, a pesar de que el dinero apareció hace miles de años, no acabamos de saber lo que es".

En septiembre de 2008, los optimistas pensaron que todo el sistema económico mundial se iba a deshacer. Los pesimistas creyeron que también iban a desaparecer las estructuras políticas que habían mantenido el sistema capitalista. La secuencia de los acontecimientos resulta pavorosa. El 7 de septiembre, Fannie Mac y Freddie Mac, los gigantes financieros con respaldo estatal que mantenían la industria hipotecaria, tuvieron que ser nacionalizados. Una semana después quiebra el banco Lehman Brothers, al día siguiente el Gobierno americano tuvo que hacerse cargo de la aseguradora AIG. El 14, el Bank of América toma el control de Merrill Lynch, unos días después Lloyds tiene que comprar HBOS, la mayor entidad hipotecaria de Gran Bretaña. El 28 de septiembre los Gobiernos de Luxemburgo, Bélgica y Holanda tienen que nacionalizar el banco Fortis, al día siguiente, Inglaterra nacionaliza Bradford and Bingley. Unos días después se derrumba el sistema bancario de Islandia. El 11 de octubre el sistema bancario inglés estuvo a punto de quebrar. La ola llegó pronto a España. ¿Qué había pasado? Alan Greenspan, el omnipotente gobernador de la Reserva Federal, habló de “exuberancia irracional”. ¿De qué? Del crédito. Desde su creación, el sistema bancario es un creador de dinero irreal. Su pasivo –el dinero que recibe de sus depositantes– lo presta, de modo que sus activos son las deudas que con él tienen sus deudores. Solo tienen que guardar una cantidad por si acaso sus depositantes quieren sacar su dinero. Lo que se denomina “coeficiente de caja”. El resto, pueden prestarlo hasta que todo el dinero real que tienen se haya convertido en “coeficiente de caja”. Un ejemplo: si tienen que guardar el 20% del dinero depositado, pueden prestar cinco veces más. Si el pasivo es 1.000 pueden prestar 5.000. Toda la economía se mueve gracias a la deuda. Y esto introduce una enorme precariedad en todo el sistema. Los ingenieros financieros habían inventado innovadoras formas de producir más dinero: los derivados. Cuando entonamos un cántico indiscriminado a favor de la “innovación”, deberíamos ser más cautos y recordar que “innovaciones financieras” nos metieron en la crisis en que estamos aún. Warren Buffett, que algo entiende de esto, dijo que los “derivados eran un arma de destrucción masiva” Y así ocurrió, George Soros advirtió antes del hundimiento : “El sistema capitalista global se basa en la creencia de que los mercados financieros, si se los abandona a sus propios recursos, tienden al equilibrio”. Y eso es falso. Tienden a la “exuberancia irracional”. Muchos años antes, John Maynard Keynes había dicho que las decisiones económicas las tomaban los “animal spirits”, las emociones. 

Lo que hace que para un filósofo resulte fascinante el mundo de la economía es que a pesar de que el dinero apareció hace miles de años, no acabamos de saber lo que es. Cuando usted tiene un billete, ¿qué es lo que tiene en sus manos?¿Un bien?¿O un título de deuda que le convierte en acreedor? No es un bien porque su valor descansa en la confianza que tengan los demás en ese billete. Si es un título de deuda ¿de quién es usted acreedor? Hasta 1976, los billetes españoles tenían la siguiente inscripción: “El Banco de España pagará al portador la cantidad de...”. ¿Qué quería decir? Cuando en 1889 se implanta la peseta, se fija su valor: 1 peseta equivale a 5 gramos de plata de ley 900 milésimas, y 100 pesetas a 32,25 gramos de oro de ley 900 milésimas. Pero esto nunca se cumplió. En 1971 el presidente Richard Nixon eliminó la cobertura oro del dólar. Dicen los expertos que desde entonces nadie ha entendido lo que sucede en la economía mundial. No es para sentirse muy seguro.

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