Un muro abatido

29 / 01 / 2015 Alfonso Guerra
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¡Gracias!

El pueblo cubano espera ilusionado que desaparezca la injusticia del embargo y con entusiasmo que en su país crezcan la libertad y la democracia.

La generación que nació en torno al final de la Guerra Civil vivió en su juventud una serie de acontecimientos que tendrían repercusión política y cultural durante al menos cincuenta años. En enero de 1959 las tropas de unos guerrilleros barbudos entraban triunfantes en la ciudad de La Habana. Dirigidos por Fidel Castro y el Che Guevara habían derrotado a una dictadura que estaba apoyada por el coloso cercano, los Estados Unidos de América.

Poco tiempo después, el 13 de agosto de 1961, la República Democrática Alemana (qué habilidad la de los comunistas poniendo nombres. De las dos partes en que la guerra mundial dividió a Alemania, precisamente en la que no se respetaban las libertades fue la llamada democrática) comenzaba a erigir un muro de hormigón armado, de 3,60 metros de altura y 155 kilómetros de longitud. Las autoridades comunistas lo consideraban un muro de protección antifascista, pero el mundo entero le llamó el “muro de la vergüenza”.

Tres meses antes las tropas de Estados Unidos habían intentado invadir la isla de Cuba por la Bahía de Cochinos o Playa Girón. Fueron rechazadas por el Ejército revolucionario de Cuba. Aunque Fidel Castro había visitado Estados Unidos en abril de 1959 con espíritu amistoso, John F. Kennedy se había encontrado con la operación puesta en marcha para invadir Cuba. Los cubanos comprendieron que la Guerra Fría asignaba a su territorio una clara adscripción de dependencia de Estados Unidos y optaron por aliarse con la Unión Soviética.

En octubre de 1962 los norteamericanos descubren que se están instalando misiles nucleares soviéticos en territorio cubano y el mundo asiste atónito a la Crisis de los misiles, la ocasión en la que la humanidad ha estado más cerca de su autodestrucción por una guerra nuclear. Se logró el acuerdo en el último minuto mediante la retirada de los misiles soviéticos de Cuba, el compromiso de Estados Unidos de no volver a intentar la invasión de Cuba y la retirada de los misiles estadounidenses de Turquía. Pero un nuevo muro se había levantado, el embargo de la isla de Cuba, las leyes de penalización para las empresas que comerciaran con la isla caribeña.

Este es el muro que acaba de ser abatido mediante el acuerdo de Barack Obama y Raúl Castro, que prevé el pronto restablecimiento de relaciones diplomáticas, después de 50 años de incomunicación y hostilidad. Es un importante paso en la normalización de las relaciones entre los dos países, pues resultaba un clamoroso anacronismo que después de 25 años de la caída del Muro de Berlín (el epitafio de la Guerra Fría) siguieran operando esos planteamientos en la zona del Caribe.

El importante e histórico –este sí– acuerdo no se logra por generación espontánea. Puedo dar fe de ello porque, con modesta participación, yo mismo he formado parte de las largas conversaciones que ha habido en todo momento para intentar resolver los problemas existentes entre los dos países.

En septiembre de 1996 recibí la visita de Gary Hart, excandidato presidencial y exsenador de Estados Unidos. Me explicó que no resultaban convenientes para nadie las duras relaciones que mantenían Cuba y Estados Unidos y expresó su deseo de establecer unas nuevas vías de comunicación que fueran progresivamente facilitando un entendimiento diplomático entre los dos países.

Y para mi sorpresa me reveló que por los informes que ellos manejaban yo podría desempeñar un papel de mediador entre el jefe del Estado cubano, Fidel Castro, y los intereses de Estados Unidos. Le mostré mi sorpresa, pues reiteradamente había yo manifestado mi tajante oposición al embargo y a la Ley Helms-Burton. Su respuesta fue que precisamente mi posición clara podría conferirme autoridad en las dos partes.

A mi requerimiento de la autoría de aquella iniciativa, a mi interés por conocer si procedía de la presidencia del país, me contestó con claridad. La iniciativa de pedir mi mediación provenía de unos grupos muy cercanos al presidente Bill Clinton, pero sin que la presidencia estuviera involucrada.

Le aseguré mi disposición a colaborar con cualquier operación que pudiera beneficiar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, pero le advertí que previamente necesitaba conocer la actitud de las autoridades cubanas.

En enero de 1997 me desplacé a La Habana, donde Fidel Castro recibió con entusiasmo la propuesta de mediación. Hubo intercambio de documentos y mensajes cruzados hasta que interpreté la necesidad de que unos y otros se relacionasen directamente. Para ello hube de facilitar un operativo teatral, escenificando la visita turística desde México de una pareja recién casada (Gary Hart y una colaboradora socialista española) que acudían a La Habana por motivos turísticos y personales.

las conversaciones directas comenzaron a dar fruto, en primer lugar se acabó con las explosiones de bombas en Cuba procedentes de grupos de Miami, que no causaron víctimas pero que eran un grave peligro para el turismo en la isla, la única fuente de ingresos de divisas después del periodo especial (la retirada de la ayuda soviética por su desaparición).

El proceso sufrió un parón abrupto por el sabotaje de los elementos más duros de una y otra  parte, la CIA y algunos militares.

Pero ahora podemos comprobar que aquellos intentos no fueron estériles y que tanto los norteamericanos como los cubanos continuaron los esfuerzos para llegar a la normalización de las relaciones.

Para todos los demócratas resulta una magnífica noticia que Estados Unidos se plantee la revisión de su acoso a la isla y que los cubanos abandonen la retórica antiyanqui en la senda de la recuperación democrática de su país.

Por ello resulta cuando menos sorprendente que en los primeros gestos de relajación de las relaciones, durante la visita de un grupo de congresistas norteamericanos a Cuba, en su reunión con los disidentes políticos cubanos, hayan escuchado a alguno de ellos oponerse de manera radical al establecimiento de las relaciones de cooperación entre Estados Unidos y Cuba.

El pueblo cubano espera ilusionado que desaparezca la injusticia del embargo a la isla y aún con mayor entusiasmo que en su país la libertad y la democracia sean la práctica habitual de sus vidas.

Un muro que cae, otro que se levanta: la puesta en causa de los valores de la civilización occidental a través de los crímenes del yihadismo. Pero este es otro grave problema del que mucho habremos de hablar.

Grupo Zeta Nexica