Tiempo de cambios

05 / 02 / 2016 Gabriel Elorriaga
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Si acabamos abocados a la repetición de las elecciones, los que hoy han quedado al margen de la negociación volverán a ser marginados y condenarán sus siglas a la irrelevancia.

Ha transcurrido más de un mes desde las elecciones generales y seguimos sin saber quién las ganó. Nuestro país destaca tanto por la agilidad en el recuento como por la lentitud a la hora de extraer consecuencias del resultado. Lo primero es fruto de un procedimiento ágil y de unos ciudadanos responsables que se comportan con notable diligencia en cada convocatoria, lo segundo es el reflejo de unas estructuras políticas anquilosadas. Las urnas reclamaron cambio pero solo tarde y a regañadientes han podido arrancar las negociaciones para la investidura.

España necesita un Gobierno estable, capaz de presentar un proyecto reformista y de avanzar en él mientras mantiene la senda de crecimiento económico y creación de empleo. Para eso no basta con ganar una investidura a los puntos, es imprescindible conformar un bloque parlamentario suficiente para gobernar. En estos días, la aritmética parlamentaria parece capaz de todo, pero la lógica política acabará imponiendo sus reglas. Y esas pautas muestran que no se dan las circunstancias ni tenemos los protagonistas capaces de alcanzar una gran coalición entre los dos primeros partidos. Una segunda opción, la coalición PP-C’s, aun obteniendo la investidura gracias a las abstenciones ajenas, se enfrentaría a una mayoría en contra desde el primer día. Algunos socialistas han querido facilitar esa vía para inmediatamente pasar a la oposición y cerrar así el paso al futuro ascenso de Podemos; simplemente buscaban la cuadratura del círculo. Por si quedaba alguna duda, la apelación al voto de los militantes para la ratificación de cualquier acuerdo ha terminado por despejarla.

Podemos, como su nombre expresa, aspira a ser un partido de poder y actúa en consecuencia. Para ellos no tiene sentido apuntalar a los socialistas dándoles lo que los electores les negaron o, mejor dicho, no lo tiene salvo que reciban al contado la cuota con la que sueñan: Defensa, Interior, Justicia y Hacienda, para empezar a hablar. En cualquier caso, la suma PSOE-Podemos queda muy lejos de cualquier investidura y la agregación de fuerzas independentistas resulta claramente indeseable para la inmensa mayoría de los españoles a los que los socialistas pretenden representar. No creo que por esa derrota se llegue a puerto alguno.

Gobernar en minoría solo es posible desde la centralidad, cuando una oposición políticamente dispersa no puede articular una mayoría alternativa de forma permanente. No parece fácil, sin embargo, alcanzar en el centro una mayoría suficiente para la investidura. La abstención popular tan solo tendría algún sentido político si sirviera para garantizar una acción de gobierno sensata en todos los órdenes y existiese la voluntad de abrir un periodo de profunda reorganización en el seno del partido. No parece que sea el caso.

Queda una última opción: reunir los apoyos suficientes para una legislatura corta. Para conseguirlos la reforma del sistema electoral y del reglamento del Congreso podrían ser elementos esenciales. Y si acabamos abocados a la repetición de las elecciones las actitudes mostradas por todos durante estos meses serán determinantes del resultado. Si repiten los protagonistas, los que hoy han quedado al margen de la negociación volverán a ser marginados y condenarán así sus siglas a la irrelevancia. 

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