Querían más

22 / 03 / 2017 Alfonso Guerra
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Los ciudadanos catalanes estarían ciegos si no ven ahora que quien les roba son sus dirigentes, no España.

Parecía que estábamos contemplando una de tantas escenas vistas en las películas de persecución judicial de facinerosos y delincuentes. Se preguntaba a un anciano responsable de una entidad cultural qué comisión se pagaba mediante la extorsión de los malhechores. “Primero fue del 3%, después fue del 4%”. El investigador pregunta si el alza fue “por el coste de la vida”. En el rostro del declarante se abre una sonrisa pícara, burlona, que evidencia la inocencia de la pregunta. “No, porque Convergència quería más dinero”. Sin pensarlo había dado con el paradigma perfecto de la política nacionalista catalana: querían más. Resume el saqueo continuado y organizado del dinero público que les ha llevado a la reivindicación de la independencia con el estrambote final del golpe parlamentario asestado a la democracia al ocultar a los diputados el texto, y negarles el debate, con el que pretenden la secesión política más allá de las leyes, de la Constitución y de la voluntad de los ciudadanos de Cataluña. Los nacionalistas catalanes quieren más, quieren más dinero, quieren más poder, quizás para obtener impunemente más dinero.

La historia viene de lejos. Cuando a principios de los ochenta dos fiscales encuentran indicios de delito en la gestión que Jordi Pujol había hecho en Banca Catalana, los jueces le absolvieron. Pujol, triunfante en el balcón de la plaza Sant Jaume gritó: “El Gobierno central ha hecho una jugada indigna y, a partir de ahora, cuando alguien hable de ética, de moral o de juego limpio, hablaremos nosotros, no ellos”. Aquel día ya tenía los millones a buen recaudo en Andorra.

Lo comprendieron, para seguir amasando debemos dominarlo todo. Y pusieron en marcha la campaña de seducción de los catalanes. Lo ha explicado con precisión el profesor Adolfo Tobeña, catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), en su libro La pasión secesionista, en el que examina los elementos de la psicobiología del gregarismo, el etnocentrismo y la xenofobia como los resortes principales del nacionalismo identitario, que es presentado con una engañosa modernidad. Sostiene el profesor que la política seguida por los medios de comunicación ha sido clave para crear la idea de la necesidad de ruptura con España. Al ser preguntado si cree que, en el caso de que la televisión catalana TV3 comenzara a emitir de manera constante información a favor de la unidad con España, los ciudadanos catalanes cambiarían de opinión, la respuesta es contundente: “Y tanto, y rápido, en cuatro o seis meses. Lo saben todos los publicistas”.

No se puede desvelar más claramente, y con pocas palabras, la razón de la sinrazón de que haya miles de ciudadanos que han creído que España les roba. Ahora, ¿son ciegos para no ver que los que les roban son sus dirigentes nacionalistas? No, están seducidos por una propaganda continua, general, envenenadora de su capacidad de opinar, ejecutada desde los medios públicos y seguida por los privados, y sin respuestas de empresarios o intelectuales, que saben lo que pasa pero no se atreven a exponerse a las consecuencias.

Si hemos de ser claros, justos y verdaderos debemos reconocer que todos somos, de alguna manera, responsables. Por una razón o por otra todos hemos permitido, por acción u omisión, que este monstruo siguiera creciendo. Como prueba de la necedad con que se ve el problema basta decir que aún hay dirigentes políticos (¡!) que suben a una tribuna para hablar del choque de trenes y se resisten a atribuir la responsabilidad a los corruptos nacionalistas con ansia de poder para garantizar sus marrullerías.

Item más. Mi observación en un texto anterior acerca de la conveniencia del uso del artículo 155 de la Constitución ha excitado los ánimos de algunos nacionalistas. No han sido pocos los que me atribuyen el deseo de suspender la autonomía. Además de mendaces son ignorantes. La Constitución no ampara la suspensión de la autonomía en ningún caso. Tómense la molestia de leer el citado artículo y sonrójense ustedes, por favor.

Uno de los polemistas, director de uno de los periódicos que más ha empujado a crear la opinión hispanofóbica, despachaba su análisis con un titular engañoso: “Cuando la vieja izquierda dice lo que la derecha piensa”. Si conserva un resto de criterio propio debería titular lo que pasa en Cataluña con “Cuando la derecha nacionalista baila al son que le toca la extrema izquierda antisistema”. Es penoso ver cómo los empresarios, los gestores, los que aseguran la prosperidad y la convivencia se ven obligados a obedecer las consignas de la CUP o de la alcaldesa protectora de okupas. Sería cómico si no fuese triste, trágico.

Coinciden tantos hechos denigratorios que se entiende mal que algunos sectores de la sociedad catalana no hayan levantado la voz para decir basta al permanente desafío a la ley, basta a la corrupción, basta a los métodos antidemocráticos.

El exconsejero Francesc Homs, al declarar ante el Tribunal Supremo, investigado por desobediencia al Constitucional, desafía y amenaza al tribunal. Espanta pensar en esta persona como gobernante de una Cataluña independiente, se vislumbra que están incubando un régimen de terror. Pero para engañar a los inocentes aún combinan el desafío, la matonería, con el victimismo, argumentan cobardemente que el Tribunal Constitucional no les advirtió. No, “solo” les prohibió seguir adelante con el referéndum inconstitucional.

El expresidente Artur Mas, abrumado ante las declaraciones de los que obedecían las órdenes de sus secuaces, responde con las mismas palabras del patriarca Pujol en la escena del balcón: es una persecución del Gobierno de España. Ante las manifestaciones de los que robaban (ellos sí) los dineros públicos con voracidad, con avidez, no tienen otro argumento que acusar de persecución política, porque, como se sabe, el victimismo nacionalista ha acuñado –con seguimiento de algunos papanatas– que acusar a un dirigente nacionalista es atacar a Cataluña.

Y lo último, el golpe de Estado parlamentario. Una ley para proclamar un Estado independiente que no presenta el Gobierno de la Generalitat (no, tiene que evitar que la Justicia le inhabilite a sus miembros, le endosa la responsabilidad a sus acólitos de la Mesa del Parlament), sino el grupo parlamentario; impiden el debate de los diputados; no exigen ningún quorum; no responde a la mayoría social necesaria, es decir, un golpe.

Para varias generaciones de españoles el rostro del golpista se identificaba con la imagen del general chileno con cara de enfado, gafas negras, vestimenta militar, rodeado de sus secuaces, todos graves, serios, amenazantes.

La última finta del nacionalismo catalán nos ha descubierto a unos golpistas que pueden tener apariencia de vendedor de grandes almacenes, anchas gafas de concha, mentón prominente o de adulto con atisbo juvenil, despistado, cabellos sueltos. Han roto el espejo de la historia. No es preciso adoptar ademanes de caudillo para golpear sobre la democracia, arrasando con todos los derechos que asisten a los ciudadanos.

Cataluña, y sus líderes, gozó durante muchos años de la admiración y la solidaridad de las personas honradas y progresistas de toda España. Sus actuales dirigentes condenan a sus ciudadanos a una visión viciada de su realidad. ¿Hasta cuándo?

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