Primarias

31 / 05 / 2017 Alfonso Guerra
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La solución a los problemas de democracia interna de los partidos es una sabia combinación de democracia representativa y participación directa de los afiliados.

Los partidos políticos nacieron como una asociación de personas que unen sus esfuerzos al servicio del interés nacional. Se agrupan para alcanzar mejoras en las condiciones de vida de sus compatriotas y para crear un espíritu de cooperación que garantice la convivencia pacífica. Pasado el tiempo, las luchas de los grupos enfrentados fue canalizando los esfuerzos hacia un único objetivo, la posesión del poder.

Moisei Ostrogorski, uno de los grandes teóricos de los partidos políticos, junto a Robert Michels, sostiene que “la fatídica confusión entre el partido entendido como un grupo de ciudadanos libres que persiguen una reivindicación política y el partido que forma una tropa de asalto al poder” es lo que provoca los problemas de oligarquización y burocratización de los partidos. Las malas prácticas solo se pueden erradicar mediante métodos que garanticen la democracia en la toma de decisiones.

La Constitución Española de 1978 establece que “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”. (Artículo 6).

Insiste nuestro texto constitucional al fijar el deber de los poderes públicos de “facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política” (artículo 9) y que “los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes” (artículo 23). Encontrar el equilibrio perfecto entre la participación directa y la representativa es lo que garantiza una democracia verdadera.

Uno de los asuntos que resultan clave para el desarrollo democrático de los partidos es el proceso de selección de líderes, cómo conformar los equipos que tendrán la tarea de representación y dirección de las organizaciones. En Europa, durante muchos años, se siguió la pauta de representantes o compromisarios para elegir a la dirección de los partidos que habían nacido de grupos que representaban intereses contrapuestos (desde la Revolución Francesa, derecha e izquierda), ligados al concepto de clases sociales. No así en los Estados Unidos de Norteamérica, con una sociedad más homogénea, que, desplazando su interés por la organización política, el partido, pusieron énfasis en las agrupaciones voluntarias y temporales de vecinos, los caucus, para proponer a los posibles candidatos. Al final del proceso los candidatos resultantes son amparados bajo la bandera de un partido, pero una vez terminada la elección, la estructura del partido desaparece hasta que pasan cuatro años y se preparan nuevas elecciones. En los últimos años algunos partidos europeos han optado por la importación del modelo estadounidense. Al no contar con la realidad de allí, sus métodos aplicados aquí han tenido unos resultados más discutibles.

El proceso que acaba de finalizar para elegir al secretario general del PSOE que todos han calificado como de “primarias” no era tal. Las primarias son elecciones para seleccionar qué candidato tendrá que contender con otro candidato elegido por primarias también. Pero no es este el caso, pues el elegido pasa a ser secretario general. Es decir, que no han sido primarias sino una elección directa por los afiliados de su secretario general.

Vayamos al fondo del asunto. ¿Es más democrática la elección directa que la realizada en los congresos mediante compromisarios? ¿Es más democrático recurrir a referendos que adoptar decisiones a través de la cadena de órganos de representación? La respuesta no puede ser tajante. A veces más es menos. Pongamos un ejemplo. En el Reino Unido un primer ministro (David Cameron) decide por interés personal (driblar a sus oponentes dentro de su partido) convocar un referéndum para que los ciudadanos decidan si su país debe abandonar la Unión Europea. Aparentemente toma la decisión más democrática, pero no es verdad. Aún no sabe nadie cuáles serán las consecuencias para los ciudadanos británicos de la salida de la UE, incluso habrá que esperar tres años para que los responsables de la negociación alcancen a saber esas consecuencias. Sin embargo los ciudadanos adoptaron una decisión “irreversible”, según la actual primera ministra. Es evidente que no poseían los elementos imprescindibles para acertar en su posicionamiento en el referéndum. Aún más, los datos que les suministraron no eran más que mentiras de los contrarios a Europa; ellos mismos reconocieron su falsedad, una vez pasado el referéndum, claro. Se engañó a los votantes asegurándoles unas condiciones muy beneficiosas para todos si votaban la salida de Europa. Fue una estafa política a los ciudadanos de tal magnitud que quien fuera la más apasionada luchadora contra la salida se convirtió en la más fanática defensora del brexit, un giro poco ético con el fin de acceder al puesto de primera ministra.

¿El caso británico condena el sistema? No, pero hay que ser prudentes, porque a veces más puede ser menos a la hora de buscar las preferencias de los electores, causando daños a la población que no estaban en la intención inicial de la convocatoria.

Lo que importa es saber cuándo el método de “primarias” o de consulta en referéndum es el mejor. El PSOE ha desarrollado un proceso para elegir directamente a su secretario general que ha concitado un acuerdo casi unánime de ejemplaridad en cuanto a democracia, transparencia y organización. Tres candidatos optaban a la secretaría general. Sus militantes han otorgado su apoyo a Pedro Sánchez, con un 50% de los votos, repartiendo el otro 50% entre Susana Díaz (40%) y Patxi López (10%).

El triunfo de Pedro Sánchez es claro, incluso rotundo, pues la mitad de la organización le ha apoyado, pero nadie debería olvidar que la otra mitad de la organización no le ha apoyado. ¿Ha propiciado el proceso de primarias mayor unidad en el PSOE o, por el contrario, la campaña ha provocado una seria división? Lo que corresponde ahora es que todos los militantes apoyen en su gestión al nuevo secretario general y que este intente unificar lo que la campaña dividió.

Como se dijo más arriba, el procedimiento de primarias no ha sido adoptado solo por los socialistas españoles. En Francia eligieron por primarias a François Fillon entre Los Republicanos, conscientes de que el candidato natural por sus posibilidades de éxito en las elecciones presidenciales era Alain Juppé. La publicación de contrataciones familiares del elegido debería haber supuesto su retirada (en beneficio de Juppé) pero Fillon convocó a las bases en París y se sintió fortalecido. Después, en las presidenciales, fue un auténtico fracaso.

En el Partido Socialista francés eligieron mediante primarias a Benoît Hamon, que obtuvo un irrelevante 6% en las presidenciales, lo que plantea como uno de los problemas del método el que las bases de los partidos tengan una visión interna a la hora de la elección y olviden la visión externa, es decir, que no siempre elijan a quien más votos podría obtener de los ciudadanos, sino al que más sintoniza con los militantes del partido. El caso francés resulta irónico, porque Emmanuel Macron, el vencedor, ha nombrado primer ministro al hombre de confianza de Juppé, logrando de manera indirecta reconocer lo que tal vez hubiera sido más lógico en las filas de Los Republicanos.

Lo de Italia es un paradigma. Un primer ministro se ve obligado a dimitir, como se había comprometido en la campaña, si los ciudadanos rechazaban su plan sometido a referéndum. Los italianos lo rechazaron, Matteo Renzi dimitió y posteriormente, mediante un proceso de primarias, los afiliados a su partido le nombraron de nuevo secretario general de la formación.

Los electores, en España desde luego, exigen de los partidos seguridad, unidad, estabilidad. Los afiliados exigen participación, lo que en algunos casos no proporciona precisamente unidad ni estabilidad. Los problemas de democracia interna de los partidos encuentran su solución en una sabia y prudente combinación de la democracia representativa, a través de los órganos de que a sí mismos se doten y la participación directa de los afiliados en las consultas que se consideren, bien formuladas y con garantías de veracidad en los procesos.

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