Meditación sobre los rotos

30 / 03 / 2017 José Antonio Marina
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Los vaqueros rotos a la altura de la rodilla permiten disfrazarse de pordiosero con condescendencia, como las nobles francesas se vestían de pastoras o las españolas de majas.

Foto: Getty Images

Estoy sentado en una terraza, aprovechando una primavera anticipada. Tengo que escribir un artículo para TIEMPO. En una mesa cercana, dos mujeres jóvenes, cuidadosamente vestidas, lucen pantalones vaqueros con rotos. La cálida galvana provocada por el sol me lleva a una meditación descansada, mínima y sin dramatismo. Voy a hacer un zoom sobre ese detalle indumentario. No entiendo por qué una persona gasta su dinero en algo que ha sido previamente tratado para que parezca viejo. La reflexión se centra más todavía. Me gustaría comprenderlo, pero ¿qué es comprender? Cierro los ojos y busco en mi memoria. Comprender es integrar una información en un todo más amplio, que le da sentido. Comprendo algo cuando conozco su causa, su finalidad, o la relación que guarda con otras realidades conocidas.

Intento aplicar esta definición al roto de los pantalones. La primera contestación que se me ocurre es que esas chicas han comprado tan deterioradas prendas porque están de moda. La respuesta, en vez de aclararme, me mete en otro laberinto, porque la moda es un interesantísimo fenómeno social, difícil de explicar, sobre el que convendría hacer otro zoom. Expresa la circularidad de los fenómenos sociales. El individuo produce la moda al seguirla. Nadie sabe pues dónde comienza. Encierra una contradicción, porque al seguir una moda sigo la corriente, pero al mismo tiempo quiero distinguirme. Consiste, pues, en elegir la corriente a la que voy a someterme. ¿Y cuál es, en el caso de mis vecinas?

Se me ocurren varias posibilidades. El roto hace que el pantalón no parezca nuevo, permite disfrazarse de pordiosero con condescendencia, como las nobles francesas se vestían de pastoras o las españolas de majas. Debe quedar claro que es un roto buscado, no natural. Por eso tiene que ser en la rodilla, no en el codo (por ahora). Además, casi siempre se llevan en pantalones vaqueros, con lo que parece consumarse la curiosa historia de esta prenda, que era propia de los mineros y estaba por ello confeccionada con lona. Ahora para acentuar el mimetismo, es prenda de minero gastada. Mi memoria lo relaciona con el piercing y el tatuaje, que eran adornos patibularios ahora domesticados. Un ligero descenso a los infiernos, como el cutrelux o el punk. Son pequeñas transgresiones generalizadas –lo que de nuevo nos mete en la contradicción–, como la de enseñar el ombligo, o la ropa interior.

O también la cuidadosa exhibición de los tirantes del sujetador, algo que antes era un descuido imperdonable. Es, como el gusto por la arruga, o el casual sofisticado, una última variante del vestir pijo, que es imitado luego en las plazuelas de las que, sin embargo, salió. Ortega habló de esta imitación descendente de las modas que acaban siendo una vulgaridad, con lo que llega el momento de cambiarla.

Siento que el roto da mucho más de sí, pero el espacio se acaba. Vuelvo al comprender. La moda es algo que se usa sin necesidad de entenderla. Me pongo demasiado serio para esta mañana de luminosa primavera. Vivimos un déficit de comprensión, lo que nos da un cierto aire de zombis o de borregos. El artículo está terminado, y me entrego de nuevo a las perezosas delicias del sol. Como un lagarto.

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