La secesión es imposible

03 / 03 / 2017 Gabriel Elorriaga
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Hace mucho tiempo que los partidos gobernantes en la Generalitat persiguen su interés propio, aun a costa de generar una crisis y de provocar un profundo malestar social.

De sus palabras y de sus acciones parece deducirse que los independentistas catalanes realmente creen que la independencia es una opción. Como adolescentes consentidos consideran que el mundo entero gira a su alrededor, que su mera voluntad puede transformar la realidad al margen de cuál sea la preferencia o el interés de otros.

Lo creen o fingen creerlo, no es fácil saberlo. Pretenden resultar amenazadores –“una condena pondría fin al Estado español”– pero caen en el ridículo por su manifiesta inoperancia. Afirmaba Jordi Pujol con cruda franqueza que la inhabilitación de Artur Mas supondría su muerte política, y su pronóstico podría extenderse a cualquier otro. No hay camino al margen de las leyes, y quien lo emprenda será definitivamente apartado. Lo sabe Pujol y lo habrían de saber todos los que comparten su proyecto.

Los peores vicios de la política española han encontrado su máxima expresión en Cataluña: la demagogia, la corrupción, el tacticismo, el desprecio del interés general. Hace mucho tiempo que los partidos gobernantes en la Generalitat tan solo persiguen su interés propio, aun a costa de generar una crisis y de provocar un profundo malestar social. La urgencia por gobernar echó en brazos de la izquierda independentista a los melifluos socialistas catalanes y las prisas por recuperar el rentable ejercicio del poder transformaron a los nacionalistas “moderados” en abiertos secesionistas sin apenas esfuerzo. Visto en perspectiva, resulta evidente que ha sido la Esquerra Republicana, con su hábil sucesión de alianzas, el verdadero motor que ha transformado el mapa político catalán. Los republicanos han ido colocando a unos y a otros frente a sus más íntimas contradicciones y de ese modo les ha hecho saltar en pedazos. Ahora, sabedores de su fortaleza política, están preparados para cobrarse la presa.

Porque es eso, y solo eso, lo que está en juego. Oriol Junqueras sabe que tiene al alcance de la mano la presidencia de la Generalitat y no renunciará fácilmente a ella. Olfatea un amplio espacio político que ha quedado huérfano tras las sucesivas hecatombes de CiU y PSC y está dispuesto a ocuparlo simulando en público una moderación que le conviene y dejando la radicalidad para los incendiarios discursos a puerta cerrada de sus secuaces.

Si quisiéramos ponernos dramáticos, cabría afirmar que estamos mucho más cerca de la suspensión del autogobierno en Cataluña que de su independencia, simplemente porque esta última no es posible. Por fortuna, ninguna de esas circunstancias se producirá, pero un Gobierno de coalición entre ERC y En Comú Podem es muy probable tras las próximas elecciones autonómicas, y no es una buena noticia.

Frente a los arbitristas y a los derrotistas, la única actitud constructiva que podría permitir a los ciudadanos de Cataluña salir de su embrollo es la que combina prudencia y claridad de discurso. Los grandes perjudicados por la situación que se está viviendo son todos los españoles residentes allí y es a ellos, y no a los independentistas, a quienes han de dirigirse las propuestas ganadoras que permitan revertir las mayorías actuales y sustituirlas por otras más sensatas, útiles y constructivas. Solo transformando el panorama electoral de Cataluña, ofreciendo regeneración y sentido común, será posible emprender un camino de prosperidad y convivencia.

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