La inutilidad del voto

09 / 09 / 2016 Gabriel Elorriaga
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Da la impresión de que estemos empeñados en dar la razón a quienes proclaman que el tiempo de la democracia representativa está agotado

El segundo fracaso en la investidura no por anunciado resulta menos dramático. Aparentemente aliviados por la puesta en marcha del cronómetro que puede conducir a las terceras elecciones generales en el plazo de un año, algunos dirigentes políticos siguen empeñados en corregir a palos el juicio expresado por los electores en las urnas, porque de nada valen las enfáticas declaraciones públicas si no van seguidas de actos congruentes. En la comedia política que estamos viviendo ninguno de los protagonistas está dispuesto a cambiar su actitud pero todos se muestran disconformes con el resultado y confían a la rectificación de otros la posibilidad de salir del entuerto. “Locura es hacer una y otra vez lo mismo y esperar resultados diferentes”, sugirió hace tiempo Albert Einstein.

Da la impresión de que estemos empeñados en dar la razón a quienes proclaman que el tiempo de la democracia representativa está agotado, aunque sepamos que quienes eso dicen persiguen un cambio de régimen indeseable para la inmensa mayoría. Este fenómeno no es estrictamente español, aunque entre nosotros le estemos dando un decidido impulso que se refleja tanto en la proliferación de fuerzas populistas como en la radicalización de posturas separatistas o en la confluencia de ambas tendencias.

Peter Nair, un reputado politólogo irlandés, arrancaba su último libro, Gobernando el vacío, con una preocupante declaración: “La era de la democracia de partidos ha pasado. Aunque los partidos permanecen, se han desconectado hasta tal punto de la sociedad en general y están empeñados en una clase de competición que es tan carente de significado que ya no parecen capaces de dar el soporte de la democracia en su forma presente”. La responsabilidad de acercar la ciudadanía a la política se ha ido diluyendo por varios factores: la constante disminución de la distancia ideológica entre las fuerzas mayoritarias, la proliferación de Parlamentos fragmentados reflejo de sistemas electorales proporcionales que exigen Gobiernos multipartidistas en los que se difumina la línea que separa al Gobierno de la oposición, así como la creciente “despolitización” de algunas decisiones fundamentales, bien por su delegación en órganos nacionales técnicos e independientes o bien por su atribución a instancias europeas dotadas de una legitimidad diferente. Estos son, con carácter general, algunos de los factores que están influyendo para relativizar la utilidad del voto y acentuar el desinterés de los ciudadanos.

En España queremos ahora añadir a estos elementos comunes uno más, posiblemente definitivo para el descrédito del sistema: los votos depositados en las elecciones generales ya no sirven para formar Gobierno. El mínimo exigible si hay que volver a votar en diciembre es que, previamente, se modifique el procedimiento establecido en el artículo 99 de la Constitución para garantizar que, aun con un Congreso plural, exista la certeza de que un Gobierno renovado verá la luz. Mecanismos hay muchos, como el que permite siempre la elección del presidente de las Cámaras (el más votado en segunda vuelta si en la primera no obtiene la mayoría absoluta), muy similar al establecido en algunas comunidades para la elección parlamentaria de su presidente (en el País Vasco, por ejemplo). Con todo, confiemos en que la cordura que aún subsista sea empleada en dar antes una salida razonable a la celada en la que nuestra democracia parece haber caído. 

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