El hundimiento de los economistas

28 / 04 / 2017 José Antonio Marina
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En el año 2013 compartieron el premio Nobel Eugene Fama, que creía en la inexistencia de burbujas especulativas, y Robert Schiller, que sostenía lo contrario.

El mundo actual –desarrollado, globalizado, tecnificado– descansa en un sistema económico cada vez más complejo. Eso nos hace depender de los expertos en ese campo: los economistas. Sin embargo, la crisis actual ha puesto de manifiesto las debilidades de esta ciencia. Durante la inauguración del nuevo edificio de la London School of Economics, en 2008, al comienzo de la gran recesión, la reina Isabel hizo una pregunta muy pertinente: ¿cómo es posible que los expertos en economía no hayan previsto la crisis? Luis Garicano la respondió: “A muchos se les pagaba para hacer algo que favorecía sus propios incentivos; pero desde una perspectiva social, eso incluía hacer un mal social”.

Sin duda, hubo falta de escrúpulos e irresponsabilidad, pero me preocupa más el que científicos serios no supieran a qué atenerse. Es especialmente grave porque, como señaló en 1936 John Maynard Keynes, a mi juicio el economista más perspicaz de la historia: “Las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, tanto si son acertadas como si son erróneas, son más poderosas de lo que normalmente se asume”. Después del suceso de la London School, un grupo de prestigiosos economistas ingleses mandó una carta a la reina, contestando a la pregunta que había formulado. “La principal razón de la crisis –decían– fue un fallo en la imaginación colectiva de mucha gente brillante, en este país y en el resto del mundo, para comprender los riesgos del sistema como un todo”. Por eso, en La creatividad económica –el libro que escribí con el financiero Santiago Satrústegui– reclamábamos la necesidad de una nueva “inteligencia económica”, capaz de pensar la supercomplejidad. Después de la guerra, pareció que el sistema keynesiano proporcionaba el modelo adecuado; en los ochenta fue el modelo monetarista de Friedman. Los dos tuvieron sus momentos de auge y de caída. Durante décadas, Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, fue considerado la persona más competente en gestión económica. Cuando surgió la crisis, su comentario fue: “No entiendo lo que ha pasado”. Lo que quiso decir es que no sabía cómo había que pensar lo sucedido. Como ejemplo de las disparidades entre economistas, recordaré que el año 2013 compartieron el premio Nobel Eugene Fama, que creía en la eficiencia de los mercados financieros y en la inexistencia de burbujas especulativas, y Robert Schiller, que sostenía lo contrario, y que pensaba que había que psicoanalizar a Fama por sus teorías.

Ante estos hechos, ¿qué puede hacer el ciudadano? En primer lugar, desarrollar su pensamiento crítico y ser consciente de que los economistas a pesar de alardear mucho de su ciencia, afirman más certezas de las que realmente tienen.

Es necesario que todos tengamos un conocimiento más profundo de los principales temas económicos. Por eso, desde la Fundación Universidad de Padres vamos a lanzar el mes próximo un curso titulado Lo que todo ciudadano debe saber sobre Economía. Les tendré informado. Me acojo a la teoría de otro Nobel de Economía, Robert Lucas, que fue premiado por decir que, a pesar de que muchas decisiones económicas son irracionales, podría haber una tendencia hacia la racionalidad –él lo denomina “cumplimiento de las expectativas racionales”– si los consumidores fuéramos más conscientes de nuestro papel.

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