El año que viviremos peligrosamente

13 / 01 / 2017 Fernando Savater
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En el umbral de 2017 lo único que tenemos claro es que casi todo lo que creíamos claro ha dejado de estarlo.

El filósofo Ortega y Gasset dijo en una ocasión, comentando la situación intelectual y espiritual de sus contemporáneos en el primer tercio del siglo pasado: “No sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa”. Ortega solía decir frases ingeniosas y sonoras como esa, pero que frecuentemente no eran simples frivolidades sino que tenían la virtud de expresar concisa y memorablemente una intuición adecuada sobre el perfil del presente. No solo de su época, sino de otras en que los colectivos humanos tratan de ajustar su paso mental, por decirlo así, a la marcha de su tiempo. Creo que hoy –en el umbral de 2017– estamos en una de esas circunstancias de desconcierto y urgencia. Tenemos claro que casi todo lo que creíamos claro ha dejado de estarlo. La próspera y envidiada Unión Europea ha padecido la alarmante humillación del brexit y ve bullir en sus entrañas movimientos populistas que amenazan directamente sus fundamentos políticos mismos desde la derecha o la izquierda (recordemos que la UE nació principalmente para evitar el regreso del nazifascismo y la extensión del comunismo, las dos tentaciones totalitarias). La avalancha migratoria compromete nuestra a veces demasiado excluyente forma de vida pero paradójicamente apela como un recordatorio vivo a los mejores compromisos del humanismo por el que queremos definirnos. Las decisiones populares, de las que se enorgullecía nuestro ADN democrático, se revelan desconcertantes y peligrosas en la opción por figuras políticas tan poco tranquilizadoras como Donald Trump, nada menos que en la presidencia de EEUU. Desde luego no corre el riesgo de que se le conceda el Nobel de la Paz a fondo perdido como ocurrió en la ola optimista con que se acogió a Barack Obama...

¿Sabíamos antes mejor que ahora lo que pasaba en el mundo? Al menos creíamos saberlo, porque contábamos con las referencias sólidas de los grandes periódicos internacionales y otras fuentes respetadas no solo por quienes presumían de ilustrados sino también por la mayor parte de una ciudadanía que de mejor o peor grado aceptaba la existencia de cierta jerarquía intelectual. Pero hoy esa confianza ha desaparecido, es más: ha cambiado de signo. Las opiniones y consejos de los expertos a través de los medios de comunicación más reputados, sobre todo los impresos, no solo han dejado de influir en los votantes y los ciudadanos públicamente más participativos, sino que se han convertido en contraproducentes. Precisamente las figuras políticas más desafiantes contra ellos y más denostados por los hasta ayer tenidos por sensatos son las mejor valoradas por las masas. El extremismo y la incorrección ideológica no condenan a nadie a la marginalidad sino que sirven de recomendación para alzarse contra lo establecido. Y frente a todo ello, las democracias viven amenazadas por la extensión del terrorismo yihadista, que golpea de manera suicida pero terroríficamente eficaz en el corazón de nuestras convenciones sociales, festejos, conmemoraciones simbólicas... Se cumple en nuestros días la vieja maldición china: “¡Ojalá tengas que vivir tiempos interesantes!”. Y ya que estamos con viejos lemas que parecen actualizarse, recordemos aún otro como antídoto a los venenos de la época: a nada hay que temer tanto como al miedo mismo.

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