Todos a las calles

10 / 02 / 2017 Antonio Fernández
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Mientras el partido que sustenta al presidente de la Generalitat sopla para que la llama independentista no se apague, los más radicales de la CUP ya optan abiertamente por tomar las calles para llegar a “la victoria popular” frente al “Estado opresor”.

Los Mossos d’Esquadra cargan contra manifestantes radicales en Barcelona en mayo pasado [Foto: Ricard Cugat]

Hoy es ya una urgencia para el conjunto de la izquierda independentista, pero también para el conjunto del movimiento popular, recuperar las calles y no dejar en manos de las instituciones la resolución de los conflictos políticos y sociales de nuestro tiempo”. La afirmación está contenida en un párrafo de un documento de reflexión aprobado por la Candidatura de Unidad Popular (CUP) el pasado día 31 de enero, dos días después de que esta organización anticapitalista diese luz verde a sus diez diputados para aprobar los presupuestos de 2017 del presidente catalán, Carles Puigdemont.
 La CUP es compañera de viaje en la hoja de ruta soberanista que lidera el Gobierno catalán, apoyado por
 la plataforma Junts pel Sí (JxS), integrada por el Parti-do Demócrata Europeo Catalán (PDECat) y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Todos ellos man-tienen una exigua mayoría de 72 diputados (62 de Junts pel Sí y 10 de la CUP) sobre los 135 escaños del Parlamento de Cataluña.

Quien tira del carro de la ruptura con España es el PDECat, reconvertido en partido independentista y con Artur Mas como presidente de honor. Al frente de la Generalitat se encuentra Carles Puigdemont (puesto por el PDECat), que ya ha anunciado que no quiere liderar la candidatura en las próximas elecciones, en las que las encuestas auguran a su partido el gran batacazo para pasar de primera a quinta fuerza política.

Pero, paradojas de la vida, a día de hoy, con la Generalitat en sus manos, las cuatro diputaciones y la mayoría de los ayuntamientos, la antigua Convergència nunca acaparó tanta cuota de poder ni nunca había sido apoyada por un partido no solo anticapitalista, sino antisistema. Hasta ahora, la estrategia de Mas y Puigdemont ha obligado a la CUP a adoptar decisiones que le han provocado fuertes tensiones internas. Pero también las bases de la CUP obligaron a Artur Mas
 a irse y a que fuese sustituido por Puigdemont, habida cuenta de que el nombre del anterior presidente es-taba demasiado ligado a Convergència, a los Pujol, a la corrupción y al 3%.

Un papel propio

Sin embargo, la organización extremista necesita desmarcarse del pactismo y volver a agitar las calles. Cierto que durante la primera legislatura de Artur Mas fue la CUP quien mantuvo la tensión callejera y sus militantes protagonizaron las algaradas que incendiaron Barcelona durante semanas: desde el barrio de Sants hasta el de Gràcia o el Eixample. Barcelona fue, en un momento determinado, la meca de los antisistema de Europa, no ya por la permisividad policial, sino porque en la mayoría de las ciudades europeas, los líderes activistas habían sido paulatinamente arrinconados hasta que fueron expulsados. Y en la capital catalana se creó un caldo de cultivo perfecto para ensayar la agitación callejera.

Recuperar votos radicales

En círculos políticos radicales se vuelve ahora a hablar de “tomar las calles” con una doble finalidad: en primer lugar, porque la intención de voto de la CUP ha caído a la mitad y necesita recuperar esos sufragios; en segundo lugar, porque precisa también recuperar sus ideales y sus principios o está abocada a una ruptura interna. El portavoz de la CUP, el exdiputado Quim Arrufat, señalaba hace pocos días, tras dar apoyo a los presupuestos, que su formación tiene como prioridad “que la desobediencia esté en el corazón de la independencia. Sin desobediencia no es posible imponer la ruptura con la legalidad española”. Se refiere a la desobediencia a las leyes españolas y a los fallos de los tribunales españoles. Pero fuentes internas de la organización señalan a Tiempo que “entre las bases hay descontento. Se están apoyando políticas antisociales subordinándolas al hecho nacional y a la independencia. Y eso crea mucho malestar entre la militancia”. De ahí que el partido haya decidido renunciar a lo que ellos llaman “el procesismo” (en alusión al procés) y abrazar de nuevo la agitación callejera, haciendo especial hincapié en las reivindicaciones sociales. Es más, en varios documentos internos de la CUP se habla sin tapujos de que la estrategia del proceso catalán ha fallado y es la hora de ir al choque directo con el Estado español construyendo la República catalana bajo unas nuevas premisas sociales.

En este sentido, hay un detalle que no puede pasar desapercibido: las acerbas críticas del diputado Albert Botran (dirigente de Poble Lliure, uno de los partidos que conforman la CUP) a la defensa de Artur Mas, que negó que desobedeciese al Constitucional durante su juicio por poner las urnas para la consulta del 9 de noviembre de 2014. Lo que debería haber admitido, según los cuperos, es que desobedeció al alto tribunal. “Debería asumir que no acató una orden injusta y no acogerse a una brecha legal”, terció Botran, partidario de escenificar una ruptura con el Estado español.

Roger Torrent, portavoz adjunto de JxS, señala a Tiempo que “la defensa de Artur Mas, de Joana Ortega y de Irene Rigau es una cuestión personal. Cada uno se defiende como quiere. Y a partir de aquí, todos tenemos claro qué hemos de hacer”.

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