Tartessos. La escalera imposible

26 / 04 / 2017 Luis Algorri
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Son la civilización más legendaria y menos conocida de la historia de España. Se mezclan desde siempre con el mito. Pero un descubrimiento trascendental, en Badajoz, puede cambiar muchas cosas en lo que sabemos sobre Tartessos.

En El Turuñuelo ha aparecido una gran “bañera” (a la derecha de la imagen) que sugiere rituales relacionados con el agua

Cierto catedrático de Prehistoria de una universidad del norte de España, conocido entre sus alumnos por su severidad y mal carácter, dedicaba varias semanas del verano –hace de esto más de treinta años– a trabajar en unas excavaciones arqueológicas en la zona de Ampurias. Un día estaba el hombre arrodillado sobre la arena, muerto de calor y dedicado a buscar objetos enterrados, cuando el pincelito que usaba descubrió un objeto brillante, algo de metal. En esas ocasiones el científico siempre sufre un intenso sobresalto de emoción. Pero no era una moneda, ni un broche, ni una espada. Lo que sacó el catedrático de la tierra fue la chapa de una botella de Coca-Cola. El ataque de cólera le duró varios días. Naturalmente, se trataba de una broma pesada (muy pesada) de sus alumnos, que habían puesto allí la chapa para vengarse de sus malos modos: estaba claro que un objeto del siglo XX no podía estar allí, en un contexto dos mil años anterior.

La sorpresa salta cuando, en una excavación, pasa eso mismo y no es una broma. Cuando de pronto aparece algo que, según los conocimientos científicos actuales, no puede estar allí porque se supone que es de una época mucho más tardía. Eso hace cambiar los libros de historia y vuelve del revés teorías, cronologías y desde luego certezas que hasta ese momento eran firmes y se enseñaban en clase como cosa comprobada. Eso es lo que acaba de suceder en la excavación de El Turuñuelo, en el municipio de Guareña (Badajoz). Hace ya dos años que se descubrió allí un enorme y prometedor yacimiento del final de la época tartésica, en el siglo V antes de Cristo: más de una hectárea de extensión. Pero lo que nadie esperaba era hallar una escalinata de diez escalones (de momento son diez; quizá haya más) de dos metros de largo por 40 centímetros de ancho y unos 20 de grueso, hechos de granito y cubiertos con pizarra, y cuidadosamente unidos con algo parecido al cemento. Eso, que obviamente pertenece a una edificación de dos plantas, no podía estar allí porque ese tipo de escaleras, esos edificios y esa técnica de construcción se creían propios de un tiempo, como mínimo, más de cien años posterior. Así que ha aparecido la chapa de Coca-Cola. Y esta vez no es una broma. Pero empecemos por el principio.

Quiénes eran los tartesios

“Aullad, naves de Tarsis”, escribía el profeta Isaías; “ululad, porque destruida es Tiro hasta no quedar casa ni lugar por donde entrar; desde la tierra de Quitim les es revelado”. El Libro de Isaías, uno de los más poderosos de la Biblia, fue escrito alrededor del siglo VI antes de Cristo (unos
 200 años después de la vida del profeta Isaías ben Amoz) por tres autores distintos. El que escribió esa negra profecía sobre la destrucción de la bulliciosa Tiro, la vieja ciudad fenicia, capital comercial del Mediterráneo en aquel tiempo, es el más antiguo de los tres y, como cualquiera puede ver, daba por hecho que sus lectores sabían perfectamente dónde estaba Tiro, qué era Quitim (en realidad se trataba de Chipre) y sobre todo qué era y dónde se hallaba Tarsis. Un sitio donde había naves.

Tarsis es un término con aparente mala suerte. Aparece 31 veces en la Biblia pero en todas ellas sucede lo mismo que en el Libro de Isaías: cada autor que lo menciona parece dar por hecho que todo el mundo sabe de lo que habla y dónde está. Y como no es así, y también como cada uno que lo menciona dice lo que se le ocurre y con frecuencia contradice a los demás, hay una controversia sobre Tarsis que dura siglos. Hay quien piensa que es una persona; la mayoría se inclinan por una ciudad o lugar habitado (lo que está claro es que en Tarsis había barcos), y unos lo ubican en el actual Líbano; otros en Cilicia, la costa sur de la actual Turquía, que incluiría la ciudad de Tarso, de donde era San Pablo; otros más llevan Tarsis hasta Inglaterra, a la India y a muchos sitios más. Pero otros, podría decirse que la corriente mayoritaria, identifican Tarsis, o Tharsis, con el legendario reino de Tartessos, en Andalucía.

Con Tartessos pasa algo semejante a lo que ocurre con la Atlántida: es imposible separar la leyenda de la realidad. Fue un reino que duró alrededor de 700 años, desde el final del periodo del Bronce (alrededor del 1200 a. C.) hasta más o menos el año 500, cuando desapareció como si se hubiese desplomado. Tartessos es el nombre más antiguo del río que luego los romanos llamaron Betis, y que hoy conocemos por Guadalquivir, palabra que procede del árabe. Si Tartessos fue también, como parece, el nombre de una gran ciudad, nadie la ha encontrado nunca. Se la ha buscado en Cádiz, en Doñana, en Huelva, en Carmona (Sevilla) y en muchos otros lugares. No ha aparecido. Se han encontrado restos arqueológicos de gran valor que prueban que aquel legendario reino fue casi tan indispensable económicamente para el mundo fenicio y griego como luego lo serían los yacimientos de Las Médulas, en León, para los romanos. Si estos pagaron con el oro del Bierzo casi tres siglos de expansión, las grandes naves de Tartessos (o Tharsis) llevaban a todas las orillas del Mediterráneo el oro y sobre todo la plata, muy abundante en la región; el hierro, el cobre, el plomo y hasta el estaño, que se encontraban con facilidad en las minas y en los ríos de Tartessos. El estaño, indispensable para la elaboración del bronce, lo obtenían los tartesios de sus propias minas o lo traían de Inglaterra (las islas Casitérides) en aquellos grandes barcos mercantes que no le temían a ningún mar y al que el profeta Isaías vaticinaba que aullarían cuando ardiese Tiro.

Aquellos hombres dominaban la metalurgia, en la estirpe del mítico Tubalcaín, lo mismo que sus reyes pasaban de la leyenda a la historia sin detenerse. Entre ellos están Gerión, el mítico propietario de los bueyes que robó Hércules en uno de sus doce trabajos; Gárgoris, el inventor de la apicultura, y Habis, a quien la imaginación de la gente atribuyó la invención de la agricultura (que ya estaba inventada: se les ocurrió a los habitantes de Mesopotamia más o menos en el año 8.500 antes de Cristo). Pero también está Argantonio, el longevo monarca al que menciona Herodoto como hábil negociante con los griegos foceos y los fenicios. Y eso ya no son mitos sino historia.

Los griegos, que son las fuentes más notables sobre este asunto, añaden que en el reino de Tartessos, al que consideran la civilización más antigua del mundo por ellos conocido, hay un clima y una tierra perfectos para el cultivo de la vid, del olivo y del trigo, y que sus gentes estaban divididas en un sistema de castas cuyo resultado era que una pequeña minoría opulenta vivía del trabajo de una gran mayoría pobre o miserable. Con lo cual quedan ya pocas dudas de que el misterioso reino estaba, como es lógico, en lo que hoy es Andalucía...

Lo que tenemos

La capital del supuesto gran imperio andaluz de Tartessos no ha aparecido, quizá por la intensa actividad tectónica en la zona costera de Huelva y Cádiz: la línea de la costa es hoy totalmente distinta de como era hace 2.500 años, hay lagos enormes (como el Ligustrino) que ya no existen y ríos que han cambiado de curso. La ciudad, pues, podría estar varios metros bajo tierra, si es que existe. Pero no nos faltan restos arqueológicos que prueban la importancia de aquella civilización que se pasó más de la mitad de su existencia comerciando y a la vez compitiendo con los griegos, los fenicios que se establecieron en Gadir (hoy Cádiz) y, al final, los cartagineses. Y puede que los celtas: eso quizá lo sepamos pronto.

Hoy se sabe que el célebre tesoro de El Carambolo, hallado en Camas (Sevilla) es fenicio y no tartesio, pero hay muchas menos dudas sobre la ciudad amurallada que se ha encontrado en Tejada la Vieja (Huelva), o sobre las edificaciones de Cerro Salomón (Minas de Riotinto, Huelva) donde se ha encontrado un poblado minero y numerosas herramientas del oficio, desde crisoles hasta lámparas y fuelles, y una arquitectura típica de la época y el lugar: casas de piedra y/o barro, sin cimientos, hechas en el mejor de los casos de piedra sin escuadrar, con suelo de lajas de piedra y sin distribución por calles. Más parecen chozos de pastores que otra cosa, o cabañas de mineros. En diversos lugares y épocas se han hallado adornos de bronce, oro y sobre todo plata: fíbulas, broches, las típicas jarras picudas (como el jarro de Valdegamas) y el famoso bronce de El Carriazo, que representa a la diosa Astarté (generalmente asociada a la luna) enmarcada por dos palomas, quizá el objeto más reconocible y emblemático de la orfebrería tartesia. En los estratos inferiores de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz) ya puede verse una disposición que recuerda las construcciones del norte de Siria, lo cual quiere decir que las influencias de estilo se correspondían (no podía ser de otro modo) con las de los pueblos con quienes los tartesios comerciaban. Allí aparecieron más de 30.000 piezas arqueológicas.

Pero esto de la escalera no se lo esperaba nadie. Hay investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que llevan muchos años dedicados al mundo de Tartessos. Están, por ejemplo, Sebastián Celestino y Juan Villarías Robles, el profesor de la Universidad de Huelva Antonio Rodríguez-Ramírez y el historiador Ángel León. El primero de ellos, Sebastián Celestino –director del Instituto de Arqueología de Mérida– y Esther Rodríguez, de la Universidad Autónoma de Madrid, que lleva muchos años publicando estudios sobre la civilización tartésica, comenzaron a excavar hace dos años en El Turuñuelo (a dos pasos de Guareña, en Badajoz). Saben que, en la época tardía de su civilización (entre los siglos VI y V a. C.) los tartesios empezaron a desplazarse hacia el valle del Guadiana. Allí hay más de una docena de yacimientos de aquel tiempo. Y los investigadores empiezan a tener la sensación de que les ha pasado con El Turuñuelo algo semejante a lo que a Juan Luis Arsuaga le pasó con Atapuerca. El hallazgo es tres veces mayor que el yacimiento de Cancho Roano y lo que sorprende es, en primer lugar, su impresionante estado de conservación: por alguna razón los tartesios enterraron los edificios que habían construido, quizá para evitar que fuesen destruidos por invasores enemigos, ya fueran celtas o de otro sitio. Eso explica que el yacimiento se conserve extraordinariamente. Las paredes que han ido apareciendo, de hasta dos metros y medio de altura, están encaladas y cuidadosamente enlucidas. Altares, bancos corridos, una curiosa y extraordinaria “bañera” que aún no se sabe bien para qué servía. Calderos, asadores, jarros, todo de bronce en una época en la que el hierro se usaba ya con bastante normalidad. Cerámica griega que está como nueva y que permite datar su origen con toda exactitud: finales del siglo V a. C. Puntas de lanza, joyas, saquitos de esparto con semillas... Una abundancia extraordinaria. Es decir, un más que probable lugar de culto (ya se verá si también de enterramiento) verdaderamente suntuoso en comparación con la mayoría de lo que ya se conocía de la civilización tartésica. Pero todo lo hallado hasta ahora estaba, por así decir, dentro de lo previsible, dentro de los cánones vigentes de la historiografía.

Pero es que lo de la escalera es otra cosa. Es como lo de la chapa de Coca-Cola pero en serio. Un edificio de dos plantas en la península ibérica, en el siglo VI antes de Cristo, es más de lo que los científicos podían esperar. Y esa solemne escalinata, que nada tiene que envidiar a las que cien o ciento cincuenta años después harían los griegos en sus más preciados monumentos, hace saltar por los aires muchas de las cronologías que se tenían por ciertas e inamovibles. Escalones de adobe, o tallados en la tierra o roca para subir o bajar de un sitio difícil, ya se conocían. Pero esto es distinto.

Los sillares de cada escalón están cuidadosamente tallados y escuadrados, lo cual no es nuevo. Pero sí lo es su tamaño. Sí lo es la precisión con que se cortaron las lajas de pizarra que cubren varios de ellos, todos los superiores. Y desde luego sí lo es el hecho de que los sillares, por bien cortados que estuviesen, no se pusiesen allí unos sobre otros o junto a otros, como era de esperar, sino que se uniesen entre sí con algo muy parecido al cemento.

Un cemento fuera de fecha

El llamado Opus caementicium, argamasa o abuelo del hormigón, es un invento romano (bueno, eso creíamos todos) que consistía en escombro, guijarros o piedra machacada y hecha fraguar, muchas veces mediante encofrado, con un mortero de cal, yeso, betunes... eso dependía del lugar y de la época. La colosal cúpula del panteón de Agripa, por ejemplo, no habría sido posible sin este sistema. La basílica de Majencio, tampoco. Pero es que ambas construcciones son ya de la era cristiana.

Es verdad que hay restos de algo parecido en las pirámides de Egipto, pero los expertos piensan que no se usaba para unir los enormes bloques sino para hacer que se deslizasen unos sobre otros, antes de que la mezcla fraguase. Hay precedentes más o menos semejantes en Grecia. Pero lo de Turuñuelo es una mezcla de mortero de cal con granito machacado que no aparece hasta los romanos. Y eso es, como mínimo, cien años después. Como mínimo, porque las murallas de la antigua ciudad de Cosa, en la Toscana italiana, en las que ya se usa con decisión el “cemento romano”, son de aproximadamente el 275 a. C. Eso es más de dos siglos después que la obra del Turuñuelo. Así que esa majestuosa escalera va a obligar a revisar muchos libros.

Lo mejor de todo es que aún no se ha excavado más que el 10% del total, cuya extensión supera una hectárea. El trabajo va rápido precisamente por el espléndido estado de conservación de todo lo enterrado, pero ¿qué hallazgos esperan a partir de esos increíbles peldaños? ¿Qué habrá en las dos plantas del edificio? ¿Será El Turuñuelo algo así como la tumba de Tutankamón de la civilización tartesia? ¿Arrojará una luz posiblemente definitiva sobre el pueblo más enigmático, y sobre el que más tonterías han inventado los profesionales del misterio, de la península ibérica?

Falta poco para saberlo.

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