Políticos no giratorios

13 / 05 / 2016 Clara Pinar
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Pasaron una, dos o tres décadas en política, podrían haber pasado por una puerta giratoria, pero prefirieron volver a su trabajo original.

Mañana de un jueves cualquiera. Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Complutense de Madrid.

–“Por favor, ¿el departamento de Química Orgánica?”.

–“Siga por ese pasillo, empieza donde está el cartel en el que pone ‘Rubalcaba”, responden dos estudiantes en bata blanca de laboratorio de mucho menos edad que los 32 años que duró la vida política de Alfredo Pérez Rubalcaba, hasta que en julio de 2014 anunció que se retiraba de la política y volvía a su plaza de profesor de Química Orgánica. Se incorporó en septiembre de ese año y, tras un tiempo de reciclaje, ya da clases. Recuperó su vida académica y también, con especial celo, la privada. Declinó explicar su vida más allá de la política porque volver a su trabajo original incluye también, dice, apartarse de los focos.

El exvicepresidente, exministro, exsecretario general del PSOE es uno de los casos más sonados, pero no el único, de políticos que vuelven a su oficio de antes. En algunos casos, este tránsito va acompañado de la intención de regresar al anonimato. El exdiputado y exsecretario de Estado de Seguridad del PP Ignacio Astarloa, recién recuperado su puesto de letrado en el Congreso –igual que el exsecretario de Estado de Asuntos Europeos del PSOE, Diego López Garrido–, pide por favor que no se acuerden de él. Otros sí cuentan su experiencia como expolíticos que no se acogieron a las tan denostadas puertas giratorias. Los exalcaldes de Zaragoza y Castellón, los exministros Jesús Caldera y Miguel Sebastián y el exsenador Julio de España demuestran que fuera de la política hay vida y que esta no tiene por qué desembocar en puestos sospechosos. Eso sí, tuvieron ofertas para acogerse a un chollo profesional. A Juan Alberto Belloch, exalcalde de Zaragoza y exministro de Justicia e Interior hace años le ofrecieron entrar en un despacho de abogados. “Querían poner Belloch&Asociados. Me decían ‘no se trabaja mucho, solo cuando se case el hijo, ir a entierros, un día a la semana si te parece vienes...’, estaba claro que te estaban contratando para hacer tráfico de influencias”.

Entre ellos hay quien entiende que algunos colegas se acojan a las puertas giratorias si tienen la posibilidad. “La gente tiene que trabajar y la vida política es muy dura”, dice Caldera, diputado entre 1982 y 2015 pero que cree que deberían limitarse los mandatos. Sebastián está claramente “en contra” y cree que, además, puede volverse contra las propias empresas. “Tiene un coste porque la gente lo ve fatal”.

Como ellos, hace décadas Julio Anguita que volvió a sus clases en un instituto de Córdoba después de liderar IU y ser diputado. Hace unos meses, Gabriel Elorriaga, exsubdirector del Gabinete de la Presidencia y exsecretario de Estado de Organización Territorial con José María Aznar y diputado del PP, volvió “exactamente al puesto que dejé hace 20 años para incorporarme al gabinete de Aznar en Moncloa”. Ahora es vocal asesor del Instituto de Estudios Fiscales, dependiente de la Secretaría de Estado de Hacienda.

Es cierto que ellos son funcionarios, con una plaza que sigue allí al cabo de los años. Para los que no lo son admiten que es más complicado. El exdiputado Vicente Martínez Pujalte trató de recuperar su puesto de trabajo en la Cámara de Valencia, de la que llevaba en excedencia forzosa desde 1996. Pero estaba ocupado por otra persona y la entidad le despidió por causas objetivas aplicándole la nueva legislación laboral que él mismo apoyó en el Congreso. La exministra de Sanidad Ana Mato buscó durante meses un trabajo fuera de la política antes de terminar fichando de nuevo por el PP.

Carme Chacón acaba de unirse al clan de rara avis políticas que siguen con su oficio. Aunque no exactamente igual, porque desde 2013 nunca ha dejado de dar clase. Tras anunciar que no será candidata del PSOE el 26-J, se dedicará plenamente a la docencia en el Miami-Dade College, en el departamento de Estudios Políticos Comparados, y a asesorar a la Fundación Gregorio Marañón. “Vuelvo donde estaba antes de esta cuarta legislatura como diputada”, dice Chacón, que también continuará en la Ejecutiva del PSOE. En 2013 dejó su escaño para ejercer como profesora en Miami durante un curso escolar y, a su regreso a España, siguió impartiendo clases. Viajaba a Miami una vez al mes, durante la semana de vacante parlamentaria, “para que nunca se cruzara con mi trabajo parlamentario”, y, cuando no era posible, daba clase por videoconferencia. Chacón ha desarrollado este trabajo “con toda normalidad, con tranquilidad”, sobre todo el curso que vivió en Miami. “Sí, sí, sobre todo porque estás en Estados Unidos, en un anonimato absoluto, muy bien”.

Vuelta a casa

Precisamente Chacón es una de las “amigas” que, junto a Susana Díaz, deja en el PSOE Juan Alberto Belloch. Abandonó la política en noviembre del año pasado para reincorporarse a su profesión de juez, en la Audiencia Provincial de Zaragoza. Sobre la mesa de su despacho de la Sección Primera de lo Penal hay varios ejemplares del Código Penal, una de sus obras como ministro de Justicia. Habla de “mi Código Penal” y también de que cada vez es menos suyo, sobre todo después de la última reforma del PP. “En este momento no lo reconozco ya como hijo mío”. Ahora tendrá que aplicarlo de todas formas, igual que otra de las leyes que parió siendo ministro, la ley del jurado. “Ese sí que es hijo mío, me gustaría que tuviera nietos, que se ampliara el número”.

Belloch anunció en 2015 que no se presentaría a la reelección en Zaragoza –tras 12 años, el mandato municipal más largo de la historia–, aunque venía pensando de antes su salida. “Tenía la convicción de que con dos legislaturas era suficiente, pero [en 2011] me vi obligado a presentarme otra vez”. No lo hizo en 2015, pero siguió en política hasta que expiró su mandato en el Senado. En la Cámara Alta se aburrió “mucho”, así que aprovechó que “las sesiones del Senado te dejan mucho tiempo libre” para estudiar por su cuenta antes de incorporarse a una Audiencia. “Tengo la sensación de volver a casa”, dice. “En todos los cargos que he tenido he actuado más como juez que como político. No he dejado de ser juez nunca”. Ahora “puede que ocurra lo contrario, está por ver”, ríe. Ha decidido que no verá recursos a sentencias o tratará casos penales en primera instancia que afecten a la alcaldía o a cualquier político, “por el riesgo de la llamada imparcialidad”. “No solo del ayuntamiento. Se lo he dicho a los compañeros, que tampoco quiero ver cuando afecte a ningún político de ninguna clase”. No ha habido problema, como tampoco lo hubo cuando llegó a la Audiencia. Suponía que “habría bastante morbo” por la llegada de un exministro de Justicia. Aunque el presidente es de su pueblo, en la Audiencia de Zaragoza no le conocían como juez porque su plaza estaba en Bilbao cuando saltó a la política. “Lo que me sorprende es lo bien que me han recibido los compañeros. Yo temía que dijeran ‘este señor qué pinta aquí’ o haber tenido alguna reacción negativa”.

Belloch cambió una dedicación constante como alcalde por un trabajo que le ocupa las mañanas en la Audiencia y de lunes a jueves también por las tardes en casa. Dejó la política porque creía que ya no podía hacer cosas nuevas, si no “repetirme”, y porque le atraía volver a ser juez. Además, desde que empezó la crisis, ya no era cómodo ser político. “Hasta 2008, era un privilegio participar en la política”, pero a partir de entonces “hay la permanente sensación de que te consideran un presunto delincuente, la gente se cree que tiene derecho a insultarte o formar un escrache en tu casa”. Una vez fuera, todo ha cambiado. “Ahora todo el mundo es muy amable”. “Me alegro mucho de no estar en este momento, tengo una verdadera compasión por mis compañeros por lo mal que lo pasan ahora”.

Para volver a ser juez tuvo que dejar de ser militante del PSOE. Él, que fue ministro sin carnet y que no se afilió hasta después de la derrota electoral de 1996, agradece al PSOE que le apoyara siempre en todo, pero lo siente sobre todo por sus amigos del partido, con los que ahora coincidirá menos. Entre ellos, Díaz y Chacón. Con Pedro Sánchez no tiene contacto, “no he coincidido con él en ningún sitio”. En todo caso, asegura que “en esta fase” no está en ningún grupo de presión dentro del partido. “Desde que soy magistrado es que no leo los periódicos, es que no me interesa, porque estoy en desacuerdo con todo lo que veo”, dice el ciudadano Belloch.

Un alcalde en quirófano

Un registro en el Ayuntamiento de Castellón llevó a su alcalde, Alfonso Bataller, a volver a su antigua profesión, médico anestesista. En lugar de volver a ser candidato en mayo de 2015 como tenía pensado, decidió volver al Hospital General de Castellón, como anestesista y después especialista en la Unidad del Dolor. El regreso desde la política no fue fácil. “He tenido que preguntar muchas cosas, coger confianza, meterme en un quirófano otra vez”. Durante los primeros seis meses tuvo el apoyo de otro doctor. No entraba solo en quirófano y nunca en intervenciones de tanta envergadura como de neurocirugía o cirugía vascular. “Sé mis límites. No me metería en una intervención en la que no tengo la suficiente experiencia”.

El alcalde que hace años hizo una campaña para tomar café con sus vecinos, se ha “reciclado” en el tratamiento del dolor crónico. Frente a jornadas maratonianas, su vida laboral se reparte ahora entre consultas, quirófano algunas tardes y las urgencias de la mañana. “Por la edad que tengo he podido elegir no hacer guardias de 24 horas”.

Tiene un horario normal como sus compañeros, pero a ellos los pacientes no les reconocen y no les miran mal, como hay quien le mira a él por los recortes de la sanidad pública, que dirigió durante años. “Hay gente que te mira, aunque no me lo han dicho directamente”.

Fuera del hospital le siguen parando por la calle sus vecinos. Algunos “intentan justificarse de por qué no me votaron en su momento”. Le explican algo que Bataller ha escuchado a mucha gente y que lamenta. “No estaba relacionado con mi gestión, sino generales, le ha pasado a muchísima gente en el PP”. Aunque las sospechas en torno a su gestión fueron el motivo por el que lo dejó, ahora Bataller mira ya desde la barrera a la situación del PP en la Comunidad Valenciana. “No, no me alegro” de estar fuera, “aunque Castellón nada tiene que ver con Valencia”.

Sigue en contacto con sus compañeros en la alcaldía –no obstante, dejó a su mano derecha como portavoz del PP–, le llaman y aún hoy le consultan. Pero no piensa volver. “Me he dado cuenta de que me hacía falta tiempo para reflexionar, leer, atender a mi familia y a mis amigos. En la política dejas mucho tiempo, no te das cuenta de que pasan 15 años como me ha pasado a mí”.

La vida normal

“La mejor razón para aprender Economía es que los economistas no te engañen”. Esta cita de la economista inglesa Joan Robinson aparece en una pancarta casi enfrente del aula donde Miguel Sebastián da clases de Fundamentos del Análisis Económico en la Universidad Complutense de Madrid. “Tiene una parte de verdad, pero no solo engañan los economistas”, dice este exministro de Industria de José Luis Rodríguez Zapatero, director de su oficina económica y antes gurú económico del PSOE. Llegó en 2003 desde el Servicio de Estudios del BBVA que dirigía desde 1999, aunque solo abandonó las clases cuando llegó a La Moncloa. Comparado con otros, fueron solo seis años fuera, pero la vuelta, en 2011, fue igualmente abrupta. “Al principio, nada más salir, tienes un cambio de ritmo brutal. Una agenda absolutamente enloquecida todos los días, incluso los fines de semana, y, de repente, desaparece prácticamente”, dice Sebastián, recién salido del aula donde mañana hará un examen a alumnos de entre 19 y 20 años que, apuesta, no saben que fue ministro. “Tenían dos años cuando entramos en el euro y 13 cuando empezó la crisis”. Sí lo tenían más recientes sus pupilos de 2011 –había vuelto antes durante el curso 2007-2008–. Recién salido del ministerio, le bombardeaban a preguntas de por qué no habían pinchado la burbuja. Gracias a ellos nació el libro La falsa bonanza. “Me dicen que se entiende muy bien. Claro, porque está escrito pensando en los alumnos de primero”.

Volver a la facultad supuso cambiar un sueldo de ministro “tampoco tan alto” por uno menor de profesor universitario y la desaparición del coche oficial. No había querido mudarse a la vivienda del ministro para dar normalidad a su vida, porque tenía claro que volvería a dar clase. “Porque es mi trabajo”, dice. Le ofrecieron un permiso de estudios de unos meses para tener “un aterrizaje suave”. Lo rechazó y hoy es, dice, uno de los profesores de la facultad con “mayor carga docente”. Diez clases semanales repartidas en lunes y martes, además de preparar y corregir exámenes. Cree que su paso por la política le ha mejorado como profesor. “La experiencia de gestión te da otra visión, de que el mundo es mucho más complicado de lo que te dicen los modelos económicos”.

¿Es un profesor hueso? “No, yo creo que al final acaban aprobando dos tercios. Era mucho más hueso de joven. Me he ablandado, no por la política, creo que por la edad”, dice Sebastián, que concede que quizá ve de forma distinta a sus alumnos después de tratar con bancos o eléctricas. “Parecen más vulnerables, sí”.

En los primeros tiempos posministerio, “entraba en el comedor y la gente se volvía, no había tensión pero sí un sentimiento de que la gente te mira”, contando además que iba con dos escoltas. Hoy se acuerdan de su antigua vida el camarero de la cafetería de la facultad, socialista y del Atleti como él, y sus compañeros. Uno de ellos le pregunta si las fotos que le hace este semanario esa mañana son por los papeles de Panamá, en los que acaba de aparecer el nombre de su sucesor, José Manuel Soria. La renuncia del exministro le lleva a advertir de que no podrá trabajar en el sector privado, por la incompatibilidad, que reduce notablemente las opciones laborales después de la política. Aun así, está en contra de las puertas giratorias: “No se debe entrar a una empresa en la que hayas participado desde el punto de vista regulatorio o de ayuda”.

Sigue siendo militante socialista, tiene poco contacto con el partido, pero sí –“intenso”– con Rodríguez Zapatero y tiene un grupo de “socialistas más liberales”. También con Pedro Sánchez, a quien conoce desde hace 15 años, antes de su intento frustrado a la alcaldía de Madrid, cuando el hoy líder socialista era concejal, y dirigió su secreta tesis doctoral. La última vez que hablaron fue en febrero, cuando le llamó por su cumpleaños. “No pertenezco a su entorno más cercano. Prefiero quedarme en una segunda fila y aportar asesorando, mandando papeles”.

Consulta, pero del médico

A Julio de España, un día el Senado se le quedó pequeño. Llevaba allí desde 2007 y era el último destino de uno de los políticos del PP con una andadura más larga en la Comunidad Valenciana. Más de 20 años después ha vuelto a la medicina, a la Clínica Vistahermosa de Alicante, donde pasa consulta como especialista de aparato digestivo. “He disfrutado y he estado verdaderamente implicado en política”, pero después de tanto tiempo, un día pensó que el Senado “no era la motivación que yo tenía en la política”. Tenía una alternativa laboral –aunque a sus 68 años también sopesó jubilarse– y ya se veía que el PP perdería escaños el 20-D. “Tampoco tenía que quitarle el puesto a gente que venía después”.

De España se volvió a poner una bata de médico y cambió las idas y venidas  del Senado en Madrid por una consulta a la que acude dos días a la semana. Ese fue el límite que él se impuso después de tantos años. Prefirió no operar. “Solo he pedido volver para hacer clínica. Yo hacía endoscopia digestiva pero no he querido ni siquiera ocupar espacios que ocupaban otros compañeros”.

Aunque parecen actividades muy distintas, para el expresidente de las Corts, la medicina “se parece a la política” en que “el acto político no tiene fin, como el acto médico”. Sobre las puertas giratorias, cree que hay que distinguir entre quienes pueden aportar a la empresa de quien no. “Las empresas son libres de tratar de aprovechar las posibilidades que tienen, lo que pasa es que a veces se buscan motivaciones que no tienen base. Si es por el hecho de haber sido político, me parece mal”.

La buena vida

Jesús Caldera está muy preocupado por la sequía en Ávila, la ciudad donde el 1 de febrero empezó una nueva vida. Después de 34 años en política, retomó su plaza de secretario municipal, que hasta principios de los 80 le había llevado por los ayuntamientos de Béjar, su pueblo, y Medina Sidonia. Siendo diputado, ganó la plaza en Ávila, donde es el asesor jurídico desde poco después de que se constituyesen las Cortes de la primera legislatura en más de tres décadas en las que él no ocupa ningún escaño. “Siempre pensé en volver, es más, tendría que haberlo dejado cuando salí del Gobierno, en 2008. Segundas partes nunca fueron buenas”, dice al término de una junta de Gobierno municipal. En la pasada legislatura ya tenía claro que no iba a seguir, así que empezó a repasar los asuntos jurídicos para empezar a trabajar en un consistorio que conocía de su “otra vida” porque en más de una ocasión fue a hacer campaña por los concejales socialistas que ahora se ha encontrado desde otra posición. Su llegada no fue la de una persona anónima. “He sido muy bien recibido, ha habido bastante elegancia y respeto institucional por parte de todos los grupos, sabiendo, claro, lo que he sido”. Puntualiza el “he sido” para subrayar que ya no lo es. Caldera está encantado con el cambio. “Ahora vivo mucho mejor, más tranquilo”. Se da más madrugones, porque sigue viviendo en Madrid y todos los días va a Ávila a trabajar. Su jornada termina a las tres de la tarde, aunque luego se prepara los temas en casa. Tras décadas haciendo leyes, ahora le toca aplicarlas sin ninguna concesión a lo que él piense. “Ahora no me puedo permitir siquiera una interpretación”. “La carga de trabajo que tengo es alta, me está exigiendo mucha dedicación”, dice, pero “ya no tengo las preocupaciones que tenía antes y tengo más tiempo libre”. En lugar de sesiones parlamentarias interminables, Caldera intenta ahora ir al gimnasio todos los días, “aunque sea por la noche”. Como ya no hay reuniones o viajes de partido, los fines de semana va a la montaña y tiene más tiempo para algo que le hace especial ilusión: escribir el “libro de bienvenida al mundo” que ha hecho para cada uno de sus nietos y que ahora prepara para el tercero.

Caldera dejó la política del todo y tampoco quiso continuar como miembro del Comité Federal del PSOE. “No echo de menos la política, vista la mala conducción generalizada”, dice días antes de que expire el plazo para que se vuelvan a convocar elecciones. No confiaba en un acuerdo de última hora y acertó. “Quizá porque pertenezco a otra época”. Solo conserva el carnet de militante, aunque le siguen parando por la calle como si aún fuera dirigente. “El otro día me paró una persona y me dijo: ‘Oiga, si no se han puesto de acuerdo y el resultado va a ser similar, que no se presente ninguno, ¿no?”. Le pareció “un análisis agudo”.

¿Cree que por parte del PSOE Pedro Sánchez no debería ser candidato? “Yo solo digo lo que me dijo esta persona. Creo que ha hecho todo lo que ha podido”, dice Caldera, que sigue en contacto con compañeros y amigos del PSOE de su época en el Gobierno pero que no está para intrigas. “Ahora le corresponde a la nueva generación”. Él trabaja para resolver el problema de abastecimiento de agua en Ávila. Ahí piensa seguir hasta que se jubile, a no ser que le llegara un buen motivo para volver. “Debería ser algo que me tentara mucho, no de Gobierno, sino internacional, como la Organización Internacional del Trabajo”. 

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