Para legitimidad democrática, la del 78, no la de esta quimera insensata

15 / 09 / 2017 Agustín Valladolid
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Ha sido la pinza de las élites y la izquierda antisistema la que ha abierto una profunda herida en la sociedad catalana.

Diputados de la CUP y JxS tras la aprobación de la ley del referéndum en el Parlament. Foto: Toni Albir/EFE

Ahora resulta que no, que nos estaban contando una milonga, que lo de Cataluña no es un problema generacional, o no es en esencia un problema generacional, como llevan años intentando demostrar los ideólogos del independentismo. Y es que es esta una cuestión ni menor ni colateral, en tanto que de lo que se nos pretende convencer es de lo inútil de la resistencia, de la inevitabilidad de la fractura. Pero no, la sociología ha desmentido al independentismo. Son los votantes más jóvenes los que en mayor proporción rechazan la unilateralidad, el radicalismo, la aparentemente atractiva desobediencia, y se inclinan por el pacto, por el diálogo, por una salida que se asome, por ejemplo, al modelo vasco. Una reciente encuesta de Metroscopia pone de manifiesto que es el segmento de edad que va de los 18 a los 35 años el más crítico con el referéndum unilateral y sin garantías. El 63%, para ser precisos (ahora entendemos mejor las prisas). Nada que ver con el relato indepe, y un serio contratiempo para la inventiva nacionalista, muy interesada en que no se desplomen antes de tiempo las ficciones largamente alimentadas que nos han traído hasta aquí y han hecho que muchos asuman, sin aparente sorpresa, todas las barbaridades y simplezas que venimos oyendo sin solución de continuidad, como esa tan celebrada de Puigdemont, que dice que el único poder legitimado para inhabilitarlo es el Parlament. O esa otra de Anna Gabriel que descalifica el consenso del 78 porque “se hizo con miedo”, y no con esfuerzo y generosidad. Y así un día tras otro, reconstruyendo la historia a la medida del procés unidireccional y de los intereses de las élites que lo activaron para esquivar sus responsabilidades, entre las cuales no son las menores las penales asociadas a la corrupción.

Pero vayamos por partes. Primero ocupémonos de Gabriel, y luego de las élites. La dirigente cupera sabe lo que hace y lo que dice. No dispara al bulto. Destruir la imagen de la Transición es vital para soltar amarras. De ahí que la CUP insista en presentar el consenso del 78 como una capitulación, como una vergonzosa concesión al franquismo. Poco importa que en el mundo entero aquella operación de cirugía política se haya señalado de manera generalizada como un admirable ejemplo a imitar. Nada importa a Gabriel que la Constitución del 78 fuera el más transversal y ambicioso de los contratos políticos y sociales nunca firmados en España (y el que mayor respaldo ha tenido en la historia de Cataluña). Y es que el éxito de una organización como la CUP depende, sobre todo, del fracaso de los demás.

Junqueras y Farage

La crisis aupó a la CUP a un lugar de privilegio. Podrían haberse centrado en las reivindicaciones sociales, de las que, por cierto, la llamada “ley de transitoriedad” que han apoyado con entusiasmo los cuperos apenas se ocupa. Pero decidieron anteponer la independencia que todo lo cura a los derechos de los catalanes más humildes. Y lo hicieron junto a la Convergència de Pujol y Mas y a la Esquerra más derechista de los últimos años, como la ha calificado acertadamente en El Periódico José Antonio Sorolla; a la Esquerra de un Junqueras cuyo discurso y el del político xenófobo británico Nigel Farage “son tan idénticos como dos gotas de agua” (Josep Borrell, Escucha, Cataluña. Escucha, España, editorial Península). La CUP es una de las grandes desgracias de Cataluña, y es una calamidad para la izquierda seria, internacionalista, homologable. Joan Coscubiela lo vio claro, y paga las consecuencias. Pero Coscubiela está de pie, en su sitio, junto a otros dignos representantes de la que fue durante años la vanguardia progresista española, la misma que situó, en estrecha coalición con Andalucía, a este país en la modernidad.

Y los herederos de aquella izquierda parecen, por fin, haber entendido que no es posible estar, como la CUP, al lado de quienes han robado a manos llenas, de las verdaderas élites extractivas, de quienes han provocado la mayor fractura ciudadana que se recuerda, de quienes han partido en tres una sociedad históricamente solidaria y tolerante. Cataluña sufre hoy la triple herida de la fragmentación territorial, identitaria y socioeconómica, como refleja el estudio realizado por el Observatorio Electoral de Cataluña (OEC). Y han sido las élites, con la colaboración de una mal llamada izquierda antisistema y el embabiamiento, por ser benévolos, de Podemos, las responsables de una herida que el 1-O solo hará que aumentar.

Inhabilitación

Pensando ya en el indulto

Real como la vida misma: un alto cargo de la Generalitat –no se dan aquí más detalles para preservar la integridad (política) del sujeto en cuestión– le hizo la siguiente pregunta en un discreto aparte a un ministro del Gobierno durante un reciente acto institucional: “En caso de inhabilitación por parte de los tribunales, supongo que nos indultaréis, ¿no?” El ministro, obviamente, no contestó y sigue sin salir de su asombro.

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El palacio de la Generalitat

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