Paesa, agente oscuro

19 / 09 / 2016 Fernando Rueda
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Una película rememora la historia de uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de España. Espías, corrupción y dinero se entremezclan en un argumento basado en personajes reales. 

 La imagen que tenemos de él es la del clásico espía de la Guerra Fría: un hombre anodino metido en una gabardina con cinturón ajustado, sombrero y gafas oscuras. Francisco Paesa, alias Alberto Seoane, Francisco de Asís, Francisco Pando, Francisco Sevilla... es un agente secreto por libre, lo que técnicamente llaman un agente oscuro, timador, falso, inteligente, osado y mujeriego. Engañó a jefes de Estado y peligrosos mafiosos, traficó con armas y drogas, fue medio amigo de ETA, manipulador en los GAL, comprador de voluntades rebeldes y ayudó a huir al prófugo más famoso de España, el exdirector de la Guardia Civil Luis Roldán. Con este último argumento, Alberto Rodríguez ha dirigido la película El hombre de las mil caras, que se estrenará próximamente. El auténtico protagonista de esta historia, Francisco Paesa, llegó a simular su muerte. Desde hace varios meses, corre el rumor de su fallecimiento. Ya nadie se lo cree.

Es un malabarista del poder con un encanto poco común: engañar a los malos como él que se ha encontrado en el camino, que son muchos, simulando realidades ficticias que despliega desde la imaginación con todos sus encantos. El mundo de los buenos está en las antípodas del de los servicios de inteligencia cuando se mueven por las alcantarillas del poder y necesitan agentes oscuros para cumplir determinadas misiones sin que nadie sepa que ellos están detrás. Francisco Paesa nunca les ha decepcionado y mucho menos traicionado. Ese es su valor, su inmenso valor, lo que le ha permitido no ganarse una larga estancia en la cárcel durante los últimos 40 años –antes estuvo una sola vez–, a pesar de que pocas personas en el mundo han hecho tantos méritos para ello como él. Si tienen dudas, TIEMPO ha llevado a cabo una detenida investigación sobre su apasionante historia.

GUINEA: ENGAÑO  AL PRESIDENTE

Paesa nació en Madrid hace 80 años en una familia normal, más bien modesta. De su etapa de juventud se sabe que regentó una pequeña galería de arte, algo acorde con sus refinados gustos. Su espíritu aventurero le llevó a Guinea con el sueño de hacer el dinero que hasta entonces escaseaba. Montó una inmobiliaria y trabajó como agente financiero, pretextos perfectos para conseguir su objetivo: entablar una relación personal con el dictador Francisco Macías, con el que estableció varios negocios, aprovechándose de que estaba dispuesto a cualquier cosa para hacerse rico.

Junto con otras personas montó un Banco Nacional en Guinea que desde el primer momento persiguió engañar a cuantas más personas mejor para conseguir arrebatarles el mayor número posible de millones. Macías terminó descubriendo que había hecho mal en confiar en Paesa, pero cuando le descubrió se limitó a expulsarle, pues acudir a los tribunales habría supuesto implicarse a sí mismo en una estafa monetaria al pueblo guineano. Francisco Paesa había conseguido por primera vez disponer de la suficiente cantidad de dinero –nunca especificado, como pasará casi siempre a lo largo de su carrera– para emprender la siguiente etapa de su subida a los cielos, esta vez en Suiza.

AMANTE FAMOSA Y CÁRCEL en suiza

Mientras tramaba lo que iba a hacer, se relacionó con la alta sociedad suiza y mantuvo una relación sentimental con Dewi Sukarno, la viuda del exdictador de Indonesia, inmensamente rica. Se compró un despampanante Jaguar, comenzó a beber Moët Chandon y entró en el mundo glamuroso de la alta sociedad para establecer relación con potenciales clientes... a los que timar.

Creó en las Islas Caimán el Trust Development Bank para sus movimientos de dinero negro y compró en Suiza el Kredit und Commerce Bank, que estaba en quiebra, por una módica cantidad. Para esta operación, como siempre ha sido habitual en él, se movió haciendo equilibrios por un alambre en el que se ganó la enemistad de muchas personas que en cualquier momento podían
 descabalgarle.

Y sucedió lo que antes o después parecía inevitable. En octubre de 1976 fue detenido por la Interpol en Bruselas y extraditado a Suiza por una denuncia por estafa. Sería la primera y última vez que Paesa estaría detenido más de unos pocos días en toda su alocada vida, algo difícil de comprender para cualquier otra persona. Estuvo en prisión preventiva durante 18 meses hasta que su ya exnovia, Dewi Sukarno, pagó la fianza de 800.000 dólares. En contra de lo que todo el mundo pensaba, Paesa consiguió sortear su condena por ese caso. Fue la primera demostración pública de sus dotes de manipulador. Eso sí, su actividad bancaria fue un fracaso.

TRÁFICO DE ARMAS A IRÁN

Decidió emprender otro tipo de negocios, que no resultaron como él esperaba, pero que le abrieron un fructífero camino que le convertiría en persona imprescindible en asuntos turbios. Se alió con el conocido traficante de armas francés Georges Starckmann para exportar armamento a países que estaban en la lista negra internacional.

Intentó vender armas al imam Jomeini de Irán, pero el negocio no llegó a cuajar. Sin embargo, los contactos que estableció en ese submundo le convirtieron en un personaje apetecible para los servicios secretos. Desde ese momento, el espionaje francés, el de Alemania Oriental y, finalmente, el español, valoraron sus contactos y sus capacidades como embaucador para que desarrollara para ellos todo tipo de misiones. Paesa siguió con sus negocios y, al mismo tiempo, abrió otros patrocinados por los espías.

CAZAR AL COMANDO MADRID

En 1986, ETA estaba en uno de sus momentos de mayor actividad terrorista. En la capital actuaba el comando Madrid. A la Policía se le ocurrió tender una trampa a los etarras. Se trataba de vender a la banda dos misiles Sam-7 para que llevaran a cabo su sueño de derribar un avión en el que viajara el rey Juan Carlos. Lo primero que necesitaban era un traficante de armas de confianza que se los vendiera. Pensaron en Paesa, que a cambio de una cuantiosa suma de dinero aceptó hacer de intermediario. Consiguió ponerse en contacto con José Luis Arrieta Zubimendi, alias Azkoiti, con el que llegó a un acuerdo.

En el momento de hacer la entrega, los misiles llevaban incorporados un sofisticado sistema de seguimiento, que no fue activado hasta que Paesa estaba lejos del punto de entrega. Para sorpresa de los investigadores policiales, los lanzamisiles no fueron al comando Madrid sino que viajaron a Francia, a una cooperativa llamada Sokoa, donde no tardaron en penetrar y descubrir todo el arsenal de armas del grupo terrorista.

Desde ese momento, gracias a su exitosa actuación, el servicio de información de la Policía de la etapa socialista contaría en otras ocasiones con el que se había convertido en un agente oscuro. En 1988, Paesa intervino en la liberación del empresario Emiliano Revilla.

COLABORADOR DE INTERIOR EN LOS GAL

Paesa era todavía un personaje de las alcantarillas al que la opinión pública desconocía. Los agentes oscuros necesitan no aparecer en los medios de comunicación para llevar a cabo su trabajo con absoluta libertad. Pero eso iba a cambiar a finales de 1988.

La culpa fue de la investigación judicial sobre el caso GAL. Se seguía una causa contra los policías José Amedo y Michel Domínguez por el atentado que costó la vida a Juan Carlos García Goena. Una de las testigos principales de la acusación era la novia de Domínguez, Blanca Balsategui.

El Ministerio del Interior decidió contratar a Paesa para que hablara con ella y la convenciera de que cambiara su testimonio. Sus artes seductoras lograron su objetivo, pero la presión posterior del juez instructor, Baltasar Garzón, volvieron del revés de nuevo su testimonio. Unos días después, Balsategui se reunió en un hotel una vez más con Paesa, momento en el que la prensa les fotografió juntos. El inductor del perjurio había sido pillado in fraganti. El agente oscuro había sido sacado desde la oscuridad protectora a la luz pública.

En cuanto Paesa se enteró abandonó el país camino de su reducto en Suiza, donde el 11 de noviembre supo que el juez había acordado su detención amparado en el testimonio de la novia de Domínguez, que había denunciado a un tal Alberto Seoane, uno de sus alias.

Como Paesa no tenía intención de presentarse, el 26 de enero de 1989 se dictó una nueva orden de procesamiento contra él por colaboración con banda terrorista y un delito de uso de nombre supuesto. No consiguieron pillarle. El agente encontró una triquiñuela legal que le salvó. Era el inicio de una larga persecución de la Justicia española.

EMBAJADOR DE SANTO TOMÉ Y PRÍNCIPE

El juez Garzón fue a por él con toda su artillería pesada. La Interpol recibió el requerimiento para detenerle y, de hecho, descubrió su paradero en Suiza. Pero a Paesa nunca le tocaron un pelo. Con su habilidad habitual, encontró la vía de escape adecuada: Santo Tomé y Príncipe le designó embajador ante las Naciones Unidas. Había conseguido la inmunidad diplomática, lo más parecido a ser intocable.

Hombre de recursos, nunca daba puntada sin hilo. Desde hacía años mantenía una inmejorable relación con esas pequeñas islas africanas, como bien sabía el Ministerio del Interior español, que había conseguido deportar a ellas al miembro de ETA Alfonso Etxegarai, exmiembro del comando Vizcaya, que anteriormente estuvo en Francia. Una gestión realizada por el conseguidor Francisco Paesa.

Las investigaciones sobre las actuaciones de los GAL eran constantes en España a finales de la década de los años 80 y el caso de Francisco Paesa no quedó en el olvido. El juez Baltasar Garzón mantuvo activa la orden de detención, pero no estaba en su puesto cuando otro golpe de mano sorpresivo permitió al espía de Interior salir del embrollo con el lustre acostumbrado. En 1991 Suiza decidió dejar de ser su guarida y le expulsó del país. Todos interpretaron que desaparecería en cualquier país del mundo que le acogiera, pero en el mes de octubre, por sorpresa, se entregó de forma voluntaria en la Audiencia Nacional. El juez al mando, Ismael Moreno, le dejó en libertad sin cargos.

Interior siguió contando con sus servicios, pese que era objetivo de la Justicia española. Y es que la fuga del director general de la Guardia Civil, Luis Roldán, hizo muchísimo daño al Gobierno socialista y se consideró que fue uno de los motivos de la derrota de Felipe González en 1996 (ver recuadro a la derecha).

CHANTAJE A PEROTE

Mientras Paesa estaba inmerso en el apoyo y engaño a Roldán, con el Ministerio del Interior de por medio, recibió un encargo del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid, el servicio secreto antecedente del actual Centro Nacional de Inteligencia) parecido al que tuvo antes intentando convencer a Blanca Balsategui de que cambiara su testimonio. Era relativo al otro gran escándalo que estaba padeciendo el Gobierno de Felipe González: los papeles del Cesid que se había llevado Juan Alberto Perote, que había sido jefe de la Unidad Operativa. No solo había aportado nuevas pruebas sobre la colaboración del Gobierno con los GAL, sino que había demostrado que el servicio secreto había espiado las llamadas telefónicas de las altas autoridades del Estado. Por la aparición de los listados que lo probaban, habían tenido que dimitir el director del Cesid, Emilio Alonso Manglano; el ministro de Defensa, Julián García Vargas; y el vicepresidente del Gobierno, Narcís Serra.

Perote fue detenido y liberado, y se convirtió en el hombre clave para dar credibilidad a los documentos que la prensa estaba publicando incriminando al Gobierno de González. Él, con cierta maestría, jugaba a afirmar, negar o desconocer ante los jueces, según le convenían a sus intereses.

El Gobierno y el Cesid decidieron jugarse a una carta el fin del culebrón. Contactaron con Paesa para encargarle que hablara con Perote y le ofreciera una cantidad equivalente a tres millones de euros actuales a cambio de que se desdijera de todo y acabara con la validez de los papeles sustraídos del servicio secreto. La publicación de la noticia, adelantada por TIEMPO en su día, supuso desvelar el intento, que fue fallido, porque el exagente operativo se negó a aceptar. Paesa se llevó su comisión por intentarlo.

MUERTE fingida

El acoso judicial al que estaba siendo sometido en España llevó al agente secreto a fingir su muerte para desaparecer del mapa. Con su habitual maestría diseñó una operación casi perfecta. Varios periódicos publicaron el 21 de julio de 1998 una esquela en la que se informaba de su muerte por paro cardiaco y de “las misas gregorianas que durante todo el mes de agosto se celebrarán en el monasterio cisterciense de San Pedro de Cerdeña”.

Este nuevo giro en su vida, adoptando varias identidades falsas, le permitió desaparecer durante seis años y dedicarse con tranquilidad a sus negocios sucios. Semanas después de su muerte, empezó a registrar nuevas empresas en paraísos fiscales como las Islas Vírgenes y Panamá a nombre de Francisco Pando Sánchez. Todos le daban por muerto y sus futuros clientes jamás sospecharon que estaban sentados con el ya famoso Francisco Paesa, el hombre de las mil caras. Algunas de esas empresas, que le facilitaron hacer negocios en varios países, entre ellos Marruecos, en el sector inmobiliario y de comunicaciones, aparecerían años después en los papeles de Panamá.

PANDO ES PAESA

En el año 2004, una empresa de Londres descubre que les han estafado la nada desdeñable cifra de 20 millones de euros. Deciden no quedarse plantados y contratan los servicios de detectives privados con buenas relaciones internacionales para que localicen a Francisco Pando Sánchez, la persona que les ha vaciado la cuenta bancaria.

Tras arduas investigaciones, Francisco Marco, responsable de la agencia catalana Método 3, descubre que Pando no es el auténtico nombre del timador, que detrás de él se esconde el muerto Paesa. Un descubrimiento que lograría un realce público cuando al año siguiente Manuel Cerdán, director de Interviú, lo localiza en París y aporta a su testimonio la prueba irrefutable de la imagen del cadáver viviente.

PROTEGIDO POR LOS ESPÍAS

Daba igual que los policías y los tribunales le persiguieran. Francisco Paesa, con su nombre auténtico o amparándose en alguna de sus identidades falsas, se movía con absoluta impunidad por el mundo protegido por las entidades más potentes en las alcantarillas del poder: los servicios de inteligencia, principalmente el francés.

Su última acción conocida da buena muestra del papel que juega en el mundo. En octubre de 2011 fue detenido en Sierra Leona, en el aeropuerto de Lungi. Había viajado hasta allí en un vuelo privado de una compañía senegalesa. Ante la Policía local afirmó que representaba a un abogado francés que le había encargado verificar una partida de antigüedades, y que había quedado en el aeropuerto para verificar y cargar la mercancía antes de regresar a Senegal. Esta increíble coartada no convenció a la Policía de Sierra Leona que había recibido un soplo relacionado con tráfico de oro y drogas. Paesa no debió de perder la compostura ni siquiera cuando fue encarcelado. Debía de saber que aquello no duraría mucho tiempo. A los tres días, gracias a la intermediación del servicio secreto francés, fue devuelto a París.

Gracias a los franceses, como en su día lo fue gracias al Gobierno español, Paesa salió de ese entuerto como de todos en los que se ha metido. El agente secreto sigue campando por sus respetos. 

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