Nuevo operario para limpiar, fijar y dar esplendor

28 / 04 / 2017 Clara Pinar
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La Real Academia Española de la Lengua elige a un nuevo miembro rodeada de su tradición, la personalidad de sus académicos y las polémicas por sus instrucciones para el correcto uso del español.

Miguel de Unamuno

Una escritora y un catedrático de Filología Griega se disputan la letra M. Los 44 académicos que actualmente tiene la Real Academia Española (RAE) elegirán el 4 de mayo entre Rosa Montero y Carlos García Gual para ocupar la silla vacante desde el fallecimiento en octubre de 2016 del poeta Carlos Bousoño, académico desde 1979. Reunidos como todos los jueves a puerta cerrada, emitirán un voto en medio de un tono ceremonioso que se mantiene desde la creación de la más conocida de las academias reales, en 1713. Su decisión da continuidad a una institución en la que sobreviven normas instauradas hace más de tres siglos por Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena y fundador de la RAE en tiempos de Felipe V. Los usos de aquella época conviven con una cuenta de Twitter (@RAEinforma) que tiene casi tantos seguidores como el presidente del Gobierno (1,03 millones frente a 1,38), con una web que el año pasado recibió 800 millones de consultas de todo el mundo y con la reconversión digital de su Diccionario de la lengua española, la obra que fue el propósito principal de su nacimiento en el siglo XVIII y que en su próxima edición, aún sin fecha, será por primera vez de naturaleza digital y tendrá una versión en papel, a la inversa de lo que ha ocurrido hasta ahora. La RAE se acomoda en el presente con una historia determinada por acontecimientos políticos y por la personalidad de sus miembros –poetas, novelistas, científicos y políticos, incluso presidentes de la República–, sus polémicas internas y las que irremediablemente genera cada vez que una nueva edición de su diccionario da carta de naturaleza a nuevos vocablos, mantiene definiciones controvertidas o pide eliminar tildes diacríticas de las que unos tuvieron noticia cuando, según otros, la RAE cometió la herejía de suprimirlas (ver recuadro en la última página).

Sus 46 académicos “de número” son los encargados de dar luz verde a estas decisiones, que se consensúan con las academias de la lengua española de los países latinoamericanos y que, en el caso de la RAE, es tarea de su Instituto de Lexicografía. No obstante, en el pleno de los jueves –por cuya asistencia cobran una dieta de unos 100 euros–, la elaboración del diccionario está siempre en el orden del día de la discusión de los académicos, sean cuales sean los demás asuntos que se discutan. Así, quien entre en la academia tras la votación del 4 de mayo puede que también influya en nuestra manera de hablar, al menos correctamente.

La votación empezará como han empezado las reuniones desde el siglo XVIII. El director, el filólogo Darío Villanueva, tocará una campanilla y pronunciará la oración Actiones nostras, tal y como ya se instauraba en los primeros estatutos de 1715. En aquella época, con una RAE poblada de sacerdotes –que junto a miembros de la nobleza y del Ejército representaban a los ilustrados de entonces– les correspondía a ellos hacer los rezos. Hoy se mantiene solo como una cuestión ceremonial, porque ni siquiera en tiempos del cardenal Tarancón (sillón b), académico desde 1971 hasta su muerte en 1994, fue él el encargado de las oraciones. Hoy ya no se espera de los académicos un recogimiento religioso, y a la misa anual que, según norma del siglo XIX, se celebra cada jueves previo al 23 de abril en memoria de Miguel de Cervantes en el convento de las Trinitarias Descalzas donde está enterrado, no suelen asistir más de una veintena de académicos, que tienen unos bancos reservados a uno de los lados del altar.

Montero y García Gual se convirtieron en candidatos a propuesta cada uno de tres académicos, que acudieron a la convocatoria que la RAE hizo a través del BOE el pasado 16 de marzo para la provisión de la plaza vacante que dejó Bousoño. Con su fallecimiento empezó el periodo de “duelo” que observa la RAE entre la muerte de uno de sus miembros y su sustitución. Hasta ahora este duelo reglamentario era doble, porque también está vacante el sillón J, del que fue último titular el dramaturgo Francisco Nieva, fallecido en noviembre de 2016. Además, el arabista Federico Corriente ocupó a principios de abril el sillón K que había pertenecido a Ana María Matute, fallecida en 2014. En breve habrán llegado pues tres nuevos académicos para completar el grupo de 46 del que hoy forman parte escritores como Pere Gimferrer (O), Luis Goytisolo (C), Mario Vargas Llosa (L), Antonio Muñoz Molina (u) o Soledad Puértolas (g); el cineasta Manuel Gutiérrez Aragón (F), o el filósofo Emilio Lledó (I). De carácter vitalicio, la rotación ha dado lugar a distintas épocas con un peso que sería subjetivo calibrar. En los años 20 y 30 del siglo pasado coincidieron alrededor de la mesa ovalada de la sala de juntas de la RAE Pío Baroja (a), los hermanos Álvarez Quintero, Serafín (H) y Joaquín (E), y Manuel Machado (N), como miembros de la Generación del 98, de la que también fueron elegidos académicos Antonio Machado (V), Jacinto Benavente (I) y el “antiacademicista” Miguel de Unamuno (T). No tomaron posesión porque no leyeron sus discursos –algo obligatorio– por motivos que van desde la muerte en el exilio de Machado hasta el ataque de superstición que le dio a Benavente, convencido de que, tras leer su discurso, moriría. Por eso postergó el momento hasta que, harta de esperar, la RAE le nombró académico honorario, la figura que reconoce a españoles o extranjeros por sus méritos en el cultivo del español y para lo que se requiere cinco académicos promotores y aprobarse por unanimidad.

Años después, Miguel Mihura (K) tampoco pudo leer su discurso, porque murió antes. Entre 1948 y 1950 se convirtieron en académicos tres poetas de la Generación del 27 –Dámaso Alonso (d), Gerardo Diego (I) y Vicente Aleixandre (O)–. También de este grupo, Jorge Guillén fue académico honorífico. Sobre qué época fue mejor, años después Camilo José Cela (Q) le dijo a Antonio Buero Vallejo (X) que “el 16 fue una buena cosecha”, en referencia al año de nacimiento de ambos.

Con el paso de los siglos, políticos, militares y sacerdotes dieron paso a filósofos, periodistas o científicos, como Gregorio Marañón, Santiago Ramón y Cajal y Margarita Salas (i). Fruto de los tiempos es también el perfil del filólogo Guillermo Rojo (N), llegado en 2001 y considerado un experto en el lenguaje en Internet.

Precisamente Internet y las redes sociales han supuesto un salto cualitativo para la difusión de la labor de la RAE y son hoy un amplificador de las polémicas entre académicos. Haberlas las ha habido siempre, pero ahora se escuchan más. “En la actualidad, la abundancia y libertad de los medios de comunicación hace que la vida académica apenas guarde secretos”, explicaba el académico ya fallecido Alonso Zamora Vicente en una memoria sobre la RAE. A lo largo de los años, las enganchadas entre académicos o de candidatos fallidos contra la Academia tuvieron forma de carta anónima, artículo de revista o libros que acusaban de ineptos o tiranos a los académicos. Desde su exilio mexicano, Max Aub optó por mofarse de la RAE con un discurso ficticio de entrada, en concreto en el sillón i, como Valle Inclán, que tampoco fue académico.

Mucho más reciente es la refriega entre Arturo Pérez-Reverte (T) y Francisco Rico (p), que se inició cuando el primero llamó “timoratos”, “tonto del ciruelo” y “talibancilla tonta de la pepitilla” a algunos de sus compañeros por lo que consideraba que era ceder a las presiones feministas contra un determinado uso de la lengua. Rico, defensor del “nosotros y nosotras”, respondió, también en un texto público, aludiendo a Pérez Reverte como “el alatristemente famoso productor de best-sellers”, y así continuó la polémica a través de los periódicos y de Twitter hasta que ambos la zanjaron justo en el momento en el que derivaba en un asunto de derechos de autor vinculado a El Quijote y la RAE. Sobre estos y otros episodios –como la controvertida afirmación que hizo Félix de Azúa (H) en una entrevista en Tiempo de que “Ada Colau debería estar sirviendo en un puesto de pescado”–, la RAE no entra. Allí se limitan a señalar lo obvio, que la institución “no es un convento de clausura”.

Más o menos mordaces, todos los académicos pasaron por un proceso de selección parecido al que ahora vuelve a estar a punto de terminar. El criterio que se pide a los aspirantes es ser el “más digno”, para formar parte del grupo de “personas decentes, aficionadas a las glorias de la Nación y lengua y capacidades de trabajar en el asunto que se propone esta academia”, que, según sus primeros estatutos, eran los académicos de la RAE. Ahora hay dos candidatos, pero no quiere decir que se vaya a elegir a alguno. No sería la primera vez.

Es lo que le ocurrió a José Manuel Caballero Bonald, un caso de obstinado intento de entrar en la Academia, puesto que lo intentó sin éxito hasta en tres ocasiones. En 1999 su votación se convirtió en la primera en la que un candidato único no era elegido al no conseguir la mayoría necesaria en ninguna de las tres votaciones estipuladas. Caballero Bonald dijo estar dolido pero nada comparable a la decepción que causó a principios del siglo XX que José Martínez Ruiz, Azorín, no lograra una plaza por segunda vez. Esto dio lugar a un acto de desagravio en los jardines de Aranjuez que organizó uno de los académicos promotores de su candidatura, José Ortega y Gasset. A diferencia de Caballero Bonald, Azorín sí entró en la RAE, a la tercera, en 1924.

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