Luis Ignacio Zanón. Se la jugó por amor

27 / 11 / 2013 10:37
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Le costó aceptar el destino en Irak. Inicialmente pensó que no se le había perdido nada en tierras tan lejanas pero luego aceptó para dar a su familia una vida mejor.

Nacho tardó mucho tiempo en ser la persona disciplinada que se supone debe ser un militar. No era un tipo duro que disfrutara como loco con la vida cuartelera. Era divertido, alguien que gustaba de la compañía de los amigos y la familia, que llegaba a casa de sus hermanos y se tiraba en el suelo para jugar con sus sobrinos como si fueran de su misma edad. Era el hijo que siempre acompañaba a su padre al estadio Vicente Calderón para ver al Atlético de Madrid, el equipo que exigía más cariño y lealtad que cualquier otro de los grandes.

En 1987 aprobó las oposiciones a radiotelegrafista del Ejército del Aire y al terminar, en 1991, fue destinado a la base de Torrejón. Allí le surgió la posibilidad de irse destinado al Cesid. Aceptó, entre otras razones porque se le abría la posibilidad de cobrar 70.000 pesetas más al mes. En agosto de 1994 comenzó a trabajar en el Centro de Comunicaciones. Esa vida le gustaba, aunque no terminaba de llenarle. Pensó en estudiar una carrera, pero hacerlo al mismo tiempo que trabajaba le exigía una perseverancia de la que carecía. Mientras estaba en el servicio de inteligencia se casó. Amaba a esa mujer tan distinta a él, que le exigía afrontar la vida de una forma menos soñadora. No le importó al principio, pero con el paso de los años se percató de que no era feliz.

Kosovo le cambió la vida.

Se enteró de que el servicio secreto buscaba un agente de su perfil para Kosovo. Del espacio cerrado en la sede del Cesid en Madrid, en el que llevaba años trabajando, pasó a ser un agente de calle. En un hospital de albanokosovares conoció a Buqe –“flor de azahar”, en su idioma–, una veinteañera muy guapa que hablaba algo de español. Fue un flechazo. El día de la separación llegó. El agente del Cesid regresó a España convencido de que lo único que deseaba era comenzar una nueva vida con ella. Acudió a una abogada para poner fin a su matrimonio. Ella se quedó el piso y todo lo que habían comprado juntos. Él, con el perro.

Buqe vino a España, se casaron y se quedó embarazada de su hijo, Luca. Nacho encontró la tranquilidad. Había madurado y debía buscar un nuevo camino para que su familia viviera mejor.

Cuando el verano de 2003 se acercaba, recibió una oferta difícil de asimilar: el CNI buscaba urgentemente a alguien para cubrir una vacante en Irak que se había presentado a concurso y que no había pedido nadie. Era más dinero y le vendría de fábula, pero no le apetecía separarse de su mujer y su hijo. Además, Buqe estaba embarazada y esperaban un hijo para diciembre, cuando estaría en Irak.

Habló con su jefe y le propuso aceptar la vacante a cambio de que al regreso le buscaran una embajada en Centroeuropa. Tras las oportunas gestiones, su jefe cerró el trato. Hubo un problema añadido: sufría una hernia discal, que todavía no era muy grave, pero que le producía molestias en la pierna. En agosto viajó a Irak con Martínez. Formaban un equipo curioso, integrado por el comandante que mejor conocía el país y un sargento novato escasamente preparado.

Zanón conocía sus limitaciones, pero no esperaba encontrarse con un tipo serio, estructurado y muy disciplinado, mientras él era divertido, algo caótico y con mucha voluntad. La relación fue inicialmente complicada, pero con el paso de los meses mejoró. A principios de octubre Zanón empezó a recibir llamadas amenazadoras, similares a las que también recibía Martínez.

Cumplir con el deber.

El 7 de octubre Nacho salió de Nayaf con destino a Bagdad para comenzar dos semanas de vacaciones. Se sentía embriagado por el deseo de pasar unos días con su mujer y su hijo Luca. Antes tendría el placer de disfrutar con su amigo Bernal, que le daría cobijo en su casa de Bagdad. Allí pasaron los dos un día de confidencias, risas y buenos momentos. Al día siguiente Bernal le acercó hasta el aeropuerto. Desde allí Zanón viajó a Amán para coger otro avión a Madrid. Es fácil imaginar sus ganas de que el avión aterrizara en Barajas y poder besar a su familia. Lo que no podía imaginar fue la presencia de uno de sus jefes. Allí mismo le dio la noticia: hacía unas horas que habían matado a Bernal en la puerta de su casa.

Todos sus planes se esfumaron. Fue uno de los hombres que transportó los restos de Bernal, con el corazón roto y la cabeza ausente. Sus padres, impresionados por la muerte de su amigo, le pidieron que no regresara a Irak: “Estás dolorido, tienes una hernia que apenas te permite moverte, tienes excusa para no volver. Además, vas a tener un bebé”. Incluso le pidieron a su hermano Javier que le convenciera para que desistiera de regresar.

Su hermano nunca llegó a comentarle nada. Antes de que lo intentara, Nacho le contó que debía regresar, que no podía abandonar la misión precisamente en el momento más peligroso. Javier notó que su hermano había cambiado, la muerte de su amigo le había dejado clara la peligrosidad de la misión y las llamadas con amenazas de muerte eran reales. Con lo que le había costado aprender a moverse entre los iraquíes y conseguir el respeto de Martínez, ahora no podía correr y alegar una enfermedad, que realmente tenía, para evitar su deber. Sin contar con que había aceptado el destino como una apuesta a largo plazo por su familia: si cumplía, luego se iría a una embajada, con más dinero y junto a su mujer y sus hijos. A Nacho le hubiera encantado acompañar a Buqe mientras daba a luz, pero no pudo ser. Su hija Arieta nació dos días después y la conoció gracias a una imagen que le enviaron vía Internet.

Noticia televisada.

El 26 de noviembre recibieron la visita de los equipos que les relevarían en enero. El 29 pasaron el día en Bagdad y al regresar fueron atacados en Al Latifiya. Es posible que por su cabeza pasaran en esos momentos su mujer, sus hijos, toda su familia. Pero lo que es seguro, según el testimonio del superviviente, es que desde que comenzó el ataque nunca pensó en salvar su propia vida teniendo que abandonar a los compañeros heridos.

Unas horas después, su hermano Javier recibía en su trabajo una llamada procedente del CNI: “Ha habido un problema en Irak, ha habido un accidente, hay muertos. Alguno se ha salvado, todavía no sabemos nada”. Se fue a su casa y puso en la televisión la CNN. Una imagen le destrozó. Sky News había grabado a una turba de gente quemando los cuerpos de los agentes y pisoteándolos. Uno de ellos era sin duda su hermano Nachete.

A su llegada a Madrid, los cuerpos de los agentes fueron trasladados al Hospital Central de la Defensa, donde se les hizo la autopsia. Esa noche, Javier Zanón se dirigió al médico de guardia y le comunicó que Buqe quería ver el cuerpo de su marido. Le contestó que ningún familiar lo había pedido. Javier le cortó: “Voy a entrar con ella y lo vamos a ver sí o sí”.

Cuando destaparon el féretro, Nacho estaba tapado con una sábana hasta los hombros, con la cara totalmente deformada. Buqe se inclinó sobre él y sin parar de llorar, lo besó y lo besó.

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