Los diez masones más influyentes de España

10 / 07 / 2009 0:00 Luis Algorri
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Perseguidos en nuestro país como en ningún otro del mundo, los masones españoles están creciendo espectacularmente, a pesar de sus diferencias. El 9 de mayo, cuatro obediencias crean el Espacio Masónico Ibérico. Buscan, sobre todo, una cosa: que la gente conozca su realidad, muy alejada de viejas leyendas negras.

¿Poder? ¿La masonería española de hoy? ¿De qué me está hablando? La masonería no tiene ningún poder público, si se refiere a eso. Afortunadamente. No es ése nuestro papel. No buscamos el poder”. El maestro masón Javier Otaola, abogado, escritor, filósofo, síndico-defensor del Ciudadano en Vitoria, ex gran maestre de la Gran Logia Simbólica Española (GLSE), habla completamente en serio. Sabe que contradice de manera frontal lo que mucha gente, aún la mayoría de la sociedad española, piensa sobre la masonería; también sabe que ésa es una realidad que tiene un remedio trabajoso y, sobre todo, lento. Pero Otaola, sin duda uno de los masones más influyentes de España, es muy claro. La masonería ni tiene ni busca lo que se entiende por poder.

Y quien diga lo contrario –insiste–, o se equivoca o falta interesadamente a la verdad. Los masones españoles saben que esto último es muy frecuente cuando ciertas personas hablan de ellos.

Francia: 250.000 masones, entre ellos dos ministros y el jefe de Gabinete del presidente de la República (ver recuadro). EEUU: más de cinco millones de masones, y además 15 de los 44 presidentes que ha tenido. Entre ellos el primero, George Washington, y también Adams, los dos Roosevelt, McKinkley, Truman y Ford. Gran Bretaña: 700.000 masones, y la Orden está históricamente vinculada a la Casa Real. México: medio millón. Noruega: 16.000 sobre 4,7 millones de habitantes. Portugal: unos 20.000.

¿Y España? A fecha de hoy, unos 4.000 masones –aunque el crecimiento está siendo espectacular en los últimos meses– repartidos en casi dos centenares de logias que, a su vez, se agrupan en 13 Obediencias o Grandes Logias distintas, algunas muy pequeñas. Desde la recuperación de la democracia, hace 30 años, ha habido un solo ministro español abiertamente masón: el socialista canario Jerónimo Saavedra, hoy alcalde de Las Palmas. Se habla de ciertos altos cargos, de algún consejero autonómico, incluso de militares de elevada graduación. Pero no hay nada claro porque muchísimos masones españoles mantienen hoy en secreto su condición de tales. Algo inconcebible no ya en EEUU o en el Reino Unido sino en la inmensa mayoría de los países con larga tradición democrática. En Francia o Bélgica, pertenecer a la masonería es algo que mucha gente pone en su currículum con toda naturalidad, porque la gente entiende sin problemas que alguien que ha logrado ingresar en la fraternidad masónica es una persona fiable, un ciudadano al que se le suponen ciertos valores éticos.

En España, muchos masones (algunos ocupan, incluso, puestos elevados dentro de la hermandad) callan su condición de hermanos por razones muy diversas. No pocos, porque viven la masonería como un camino de perfeccionamiento interior, algo estrictamente privado que no tienen por qué comunicar a nadie. Pero otros muchos saben bien que sus amigos, sus compañeros de trabajo, hasta sus familiares, les mirarían de modo muy distinto si supiesen que son masones.

 Sólo en democracia

“Yo no hablaría del poder, que ni lo tenemos ni lo buscamos, sino de la importancia de la masonería. Pero es verdad: en España esta importancia no puede compararse con la que tiene nuestra sociedad en los países de nuestro entorno. Es cierto que estamos creciendo mucho, porque la sociedad española ha cambiado: ahora es claramente plural, democrática, abierta y acepta todos los puntos de vista. Pero no podemos olvidar que la masonería se legalizó en España después del franquismo, hace treinta años. Los masones franceses celebraron hace poco su 275 aniversario. No nos podemos comparar. La masonería sólo puede desarrollarse en democracia. En las dictaduras, sean del tipo que sean, se asfixia. Eso es lo que ha pasado aquí”.

Quien habla así es Jordi Farrerons Farré, 58 años, periodista prejubilado de RTVE y actual gran maestre de la GLSE. Será reelegido en la asamblea general que esta obediencia masónica, la más numerosa de España de cuantas mantienen un carácter liberal y adogmático, celebrará en Madrid el próximo 6 de junio. Y es uno de los puntales del Espacio Masónico Ibérico, órgano que cuatro obeciencias liberales (la GLSE, el Gran Oriente de Francia, la Federación del Derecho Humano y la Gran Logia Femenina) crean este 9 de mayo. Farrerons alude a la persecución que la masonería sufrió en España durante toda la dictadura franquista: la más cruel y larga que ha padecido la sociedad masónica en todos los países del mundo durante sus casi 300 años de historia moderna. Ni Hitler, ni Mussolini, ni Stalin; ni siquiera los papas, en la medida en que pudieron –y en ocasiones pudieron mucho–, persiguieron a los masones con la saña de aquel general sublevado en 1936 que, como cuentan los historiadores Xavi Casinos y Josep Brunet en su libro Franco contra los masones (Ed.Martínez Roca, 2007), habría intentado hacerse masón dos veces, la primera en Larache (Marruecos) y la segunda en Madrid. No fue admitido: se le notaba demasiado que su único interés era medrar en el Ejército, donde había no pocos masones.

El resultado de aquel rechazo fue espeluznante. Franco no lo perdonó en todos los días de su vida. Entre 1939 y 1975, cerca de 16.000 españoles perdieron la vida acusados del delito de masonería. En los archivos de Salamanca se conservan más de 80.000 fichas que corresponden a otras tantas personas que fueron represaliadas –cárcel, exilio, pérdida del trabajo...– por ese motivo. Lo tremendo es que, cuando Franco se sublevó, no había en España más allá de 6.000 masones.

“En realidad fue lo único que a Franco le salió bien”, ironiza Nieves Bayo, gran maestra adjunta de la GLSE: “Hoy, en España, no sorprende a nadie que uno sea comunista, feminista, nacionalista, homosexual o cualquier otra cosa de las muchas que persiguió aquel señor. Pero los masones seguimos estigmatizados. Ahora, yo creo que ya está bien de poner a Franco como disculpa para explicar cómo nos va. Ese señor lleva muerto 34 años. Deberíamos fijarnos más en nuestros propios errores. Y, por otro lado, yo creo que la culpa del... vamos a llamarlo mal nombre que sigue teniendo la masonería entre muchos españoles, no es tanto de Franco, que ya digo que se murió hace mucho, como de la Iglesia, que no se ha muerto, claro. A poco que rasques, España sigue siendo católica, apostólica y romana. Y la jerarquía de la Iglesia persigue a la masonería moderna casi desde el mismo momento en que ésta se constituyó, tres siglos va a hacer. ¿Por qué? Pues es muy sencillo. Porque esa jerarquía no admite a un grupo de personas que acep- te todas las religiones, que busque el perfeccionamiento ético del ser humano sin tener que obedecerles a ellos, que no imponga ni soporte dogmas, que defienda la libertad de conciencia y el pensamiento libre, que no se crea en posesión de la verdad... Ahí está el asunto, mucho más que en Franco”.

José Carretero Doménech, aparejador, es masón desde hace 35 años y acaba de cumplir tres como gran maestro de la Gran Logia de España (GLE), la Obediencia más numerosa del país. Sonríe: “Esa manera de pensar tan negativa está cambiando. Tiene usted que saber que en la dictadura de Franco se publicaban libros en los que se decía que los masones, en nuestras Tenidas, devorábamos niños. A mí me han llegado a preguntar, completamente en serio, que si es verdad que comemos niños y adoramos al diablo. Eso, me parece, ya no lo piensa nadie, pero... Yo empleo muchísimo tiempo en intentar que la opinión negativa cambie. Y no me dedico a publicar muchas cosas en los periódicos, como hacen otros masones, sino a hablar con la gente que crea opinión. Cuando a un periodista serio o a un político le dices que la mayoría de los militares norteamericanos de la OTAN son masones, y que no pasa nada por eso, es fácil que su manera de ver las cosas mejore mucho”.

Miguel Ángel Foruria, navarro de 60 años, gran maestro provincial de la GLE en Madrid, resume con una sola frase esa leyenda negra que habla de comeniños, profanadores de hostias, adoradores de cabras luciferinas y eternos conspiradores para derribar gobiernos; es decir, todo lo que repiten sin cesar, incluso hoy, conocidos historiadores: “Nada que no se cure en el sillón de un psiquiatra”. El escritor Ignacio Merino, director de Comunicación y gran consejero de la GLSE, tampoco tiene muchas contemplaciones: “Son majaderías propias del espíritu mezquino y cotilla que aparece cuando algo no se conoce bien... o se condena sin querer conocerlo”.

¿Qué es?

No tienen poder y no lo buscan, en eso están de acuerdo todos los grandes masones de España. Entonces, ¿para qué están? ¿Cuáles son sus objetivos? ¿Qué es la masonería actual?

José Carretero (GLE) ofrece una definición de la masonería que coincide, en lo esencial, con la de todos los demás: “Es un grupo de personas que se llaman hermanos entre sí y que se reúnen para lograr dos cosas: su perfeccionamiento personal y, a consecuencia de eso, la mejora de la sociedad. Es un grupo iniciático que trabaja mediante símbolos y alegorías. Nuestra herramienta básica es el ritual masónico. Y nuestra forma de trabajar es una dinámica de grupo en la cual se intenta que cada cual se haga mejor persona, más respetuosa, más tolerante y más libre. Es decir, que sea cada vez más útil a la sociedad”.

Matizaciones: Yves Bannel, gran canciller del Gran Oriente Ibérico (GOI), sostiene que el papel de la masonería en España es eminentemente ético: “Estamos aquí para reflexionar sobre los cambios de nuestra sociedad, que está en crisis por la decadencia de los valores humanistas. Ése tendría que ser nuestro magisterio: defender la actuación de las personas según criterios éticos. Tony Blair, al final de su mandato, dijo que él había actuado siempre según sus creencias religiosas. Yo creo que hay que obrar a la luz de una ética de la responsabilidad”.

Farrerons opina de modo muy semejante: “Somos una sociedad de personas libres que buscan puntos en común. Vender ideales como la libertad, la igualdad, la fraternidad, la tolerancia, el respeto, la ética... es difícil en una sociedad como la nuestra, materialista e individualista. A la gente le cuesta escuchar, y los masones estamos acostumbrados a hacerlo; el método masónico te empuja a reflexionar, a respetar la diversidad de los demás, otros puntos de vista. Siempre digo que somos muy buenos mediadores. En masonería no buscamos personas de cierta clase, o poder económico, o posición social: damos importancia a los valores, a los principios de humanismo. No somos una secta: no hay gurús, a nadie se le dice qué tiene que pensar. No estamos en posesión de ninguna verdad: la buscamos”.

Así pues, estamos ante un grupo de personas que se reúnen más o menos cada quince días; que trabajan con la razón pero también con símbolos; que mantienen, dentro de la estricta democracia interna, una estructura jerárquica basada en tres grados sucesivos (aprendiz, compañero y maestro); que usan ritos y ceremonias muy antiguos, y todo con el objetivo esencial de perfeccionarse a sí mismos mediante el ejercicio minucioso del diálogo, el respeto y la profundización en los valores ilustrados de la convivencia y la filosofía. Es lo que los masones llaman “pulir la Piedra Bruta”, metáfora que procede de los canteros medievales (como casi todos los símbolos de la masonería: la escuadra, el compás, la plomada, el nivel, la regla) y que indica que cada ser humano es una piedra irregular; el trabajo masónico consiste en ir tallando, día a día, esa piedra hasta convertirla en un sillar cúbico, de proporciones perfectas, que forme parte del templo de una humanidad mejor, más sabia y más libre.

¿Ya está? ¿Eso es todo? ¿Un camino de perfeccionamiento personal? Sí y no. La masonería moderna tiene un carácter eminentemente solidario. Los masones se llaman a sí mismos hijos de la viuda, término que alude a su vocación humilde y fraternal, y destinan buena parte de sus ingresos (lo que llaman el tronco de la viuda) a ayudar a los demás. En los años 20 y 30 del siglo pasado, los masones españoles se distinguieron por su furor educativo: en cuanto juntaban algo de dinero, creaban inmediatamente escuelas que se distinguían por su alto nivel de formación... y, desde luego, por su laicidad. Hoy, todas las Obediencias españolas colaboran, en la medida de sus posibilidades, con proyectos humanitarios: hospitales en África, envío de medicinas a Cuba, proyectos de reforestación en el Sahel, ayuda a niños con problemas...

 El problema: la división

Y, sin embargo, los 4.000 masones españoles están seguramente más divididos que en ningún otro país del mundo. Cuando un ciudadano, después de un difícil proceso de entrevistas y pruebas que dura más o menos un año, logra ser iniciado Francmasón, se integra en una logia como aprendiz. Esa logia forma parte de una Obediencia o Gran Logia, y hace sus reuniones o tenidas siguiendo un rito. Y hay muchos ritos. Los más conocidos son el Escocés Antiguo y Aceptado y el Francés Moderno, pero hay muchos más. Esto quiere decir que en una misma Obediencia, presidida por un mismo gran maestro, casi siempre conviven logias que practican ritos distintos en sus trabajos. Eso jamás es un problema. La dificultad empieza cuando un masón novato, o un ciudadano que quiere hacerse masón, se da cuenta de que las diferentes Obediencias (en España hay trece con cierto peso) están enfrentadas entre sí. Hay dos grandes grupos. Por un lado están los masones regulares, los de la GLE, los más numerosos, relacionados con la Gran Logia Unida de Inglaterra, que creen en un Dios revelado y en la inmortalidad del alma, algo que sorprende muchísimo a la gente que piensa que todos los masones son ateos y comecuras. Poca gente sabe que los masones creyentes son hoy más de las dos terceras partes del total en el mundo. Y, además, los regulares no admiten mujeres en sus logias.

Los otros, los masones liberales, de tradición francesa, pueden creer o no en el que llaman Gran Arquitecto del Universo (un concepto que cada cual puede interpretar como quiera). Sí admiten ateos... y, casi todos, también chicas. La diferencia no es ninguna tontería: supone, para muchos masones, llevar a la práctica el ideal de la Igualdad.

Los regulares reconocen que es un debate abierto, porque se trata de una tradición de principios del siglo XVIII: e pastor Anderson, fundador de la masonería moderna, definió en 1723 que un masón es un “hombre libre y de buenas costumbres”. Algunos liberales que aún no admiten mujeres, como los del Gran Oriente de Francia (GODF), podrían cambiar de actitud en septiembre: muchos están convencidos de que hoy Anderson habría escrito “persona” y no “hombre”. Nieves Bayo lo tiene muy claro: “Cuando entro en la logia, no me fijo si hay hombres o mujeres. Hay personas, seres humanos, hay hermanos lo mismo que hermanas. Estamos en el siglo XXI, no en el XVIII”. Y hay, incluso, Obediencias sólo para mujeres, como la Gran Logia Femenina de España, que preside Rosa Elvira Presmanes: “En las logias mixtas hay machismo ancestral y acaban mandando los hombres (risas). Creemos que aún hay mucho que pensar y que hacer sobre la singularidad femenina. Y la masonería es, creo, un lugar espléndido para hacerlo”.

Hay en España numerosas obediencias “liberales y adogmáticas” más, como la Gran Logia de Francia o la Federación del Derecho Humano, que en nuestro país preside hoy Manuel López. No siempre se llevan bien, y no siempre los unos dejan entrar a los otros en sus Tenidas, pero todos dicen lo mismo: “Por encima de las diferencias, por importantes que sean, masones somos todos”. Ah, ¿y también todas? Ahí los masones regulares sonríen, algo incómodos: “Bien, es un asunto a debatir, tiene que ponerse de acuerdo mucha gente...” Pero hay que oír a José Carretero hablar de Ascensión Tejerina, ex gran maestra de la GLSE (“una persona muy valiosa, con una gran cabeza”) o de su teórico rival, Farrerons: “He estado varias veces en su casa. Es una gran persona con la cual es fácil entenderse. Quiere mucho a la masonería, aunque tenga de ella una idea algo diferente de la mía. Le tengo un profundo respeto”. Pero hoy es impensable una unificación en la atomizada masonería española. Primero -y esto lo dicen todos- por los personalismos, viejos o actuales, que son el gran mal de la orden en España. Lo dice Ignacio Merino: “No somos perfectos. La masonería también es pasto de luchas fratricidas, ambiciones, desconfianza y hasta de la mediocridad. Forma parte de la Piedra Bruta que hay que desbastar...”

José Carretero añade otro punto de vista con el que coinciden muchos, regulares o no: “¿Por qué tendría que ser buena la unificación? Nos cargaríamos la libertad de opción, que siempre enriquece. Porque hay diferentes maneras de entender la masonería: no es una religión”.

¿Qué tiene la Francmasonería para que hoy, en España, las logias estén desbordadas por las solicitudes de admisión (muchísima gente se acerca vía Internet), y eso que la Orden jamás hace proselitismo y pone las cosas muy difíciles para ingresar? ¿Cómo puede ser que la media de edad de los masones esté bajando y ande ya, en España, por los 40 años? A las nuevas generaciones de españoles, ¿les han dejado de impresionar las viejas y tenebrosas fantasías de ocultismo y conspiración? ¿Cómo se explica que un maestro masón canario, Juan Domínguez (su seudónimo es Rodrigo Alemán), invente una red social en Internet, Francmasones, y en apenas cuatro meses hayan volado hasta allí 2.000 hermanos y simpatizantes, todos en lengua española?

¿Cómo puede ser que, en la era del ADSL y del iPod, haya tanta gente que busque su sitio en una orden iniciática que trabaja con símbolos y complicados ritos, en la que se usan títulos grandilocuentes y en la que hay que vestirse de manera estrambótica? (“Hombre, eso no –se ríe Nieves Bayo-; nosotros, un mandil, unos guantes y, si acaso, un collar. Comparados con la parafernalia de los toreros, de los obispos o de los jueces, somos de lo más discretito, ¿eh?”).

Contesta Jordi Farrerons: “La masonería es una manera más de hacernos mejores. Ni mucho menos la única. Lo que queremos es que los ciudadanos conozcan nuestra forma de buscar la felicidad y que luego elijan. Ya vale de leyendas y de traumas. La masonería está para que la gente sea mejor... y más feliz”.

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