Los días más amargos de Artur Mas

11 / 01 / 2016 Antonio Fernández
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Fracasado su intento de repetir como presidente de la Generalitat de Cataluña,Mas intenta sobrevivir como líder de Convergència

Malos tiempos para Artur Mas. El proceso ha soliviantado demasiados ánimos y amenaza con llevárselo por delante, como a tantos otros: el socialista Pere Navarro, el ecosocialista Joan Herrera, el democristiano Josep Antoni Duran i Lleida, la popular Alicia Sánchez-Camacho o el cupero Antonio Baños, sin ir más lejos. Tras el denodado pulso con la formación radical Coordinadora de Unidad Popular (CUP), el desgaste de Artur Mas ha sido enorme. Y los suyos son conscientes de que quien más ha sufrido es el propio partido. Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), hasta hace poco la organización política más grande, fuerte y compacta de esta comunidad, es ya solo una sombra de lo que fue. Lo malo es que las previsiones de futuro son tan pesimistas que apuntan hacia un hundimiento aún mayor: junto con Unió, formando CiU, tenía 62 diputados en el Parlamento autonómico en 2010. Tras las elecciones de 2012, pasó a 50 representantes. Y tras la separación de CiU y su alianza con Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), el segundo partido catalán que pasa por sus mejores momentos, solo alcanzó de nuevo los 62 escaños, cuando entre CiU y ERC sumaban hasta septiembre 71 diputados. Las encuestas le daban poco más de 30 escaños si iba en solitario a las elecciones del pasado 27 de septiembre. Pero ahora los sondeos le vaticinan poco más de 20 escaños si hubiera elecciones autonómicas mañana mismo.

Es decir, la debacle total. Convergència ya no es un activo. Tanto es así que en las elecciones generales del 20 de diciembre se presentó bajo las siglas Democràcia i Llibertat (DiL) y sacó 8 representantes, cuando en los anteriores comicios había obtenido 16. Algo tiene que pasar, dicen los analistas, cuando CDC no puede presentarse bajo el paraguas de sus siglas ni con su principal activo, Artur Mas, que concurrió en el cuarto puesto de la candidatura en las últimas elecciones autonómicas.

Ante este panorama, los barones convergentes están hartos no solo de ir camino a la nada, sino de las explicaciones que la cúpula da sobre estos resultados. “Si seguimos manteniendo el rumbo actual, ya veremos qué pasa, porque la gente está muy cansada. Todos sabemos que la independencia es inviable”, dice a Tiempo un hasta no hace mucho alto dirigente de la formación.

Los antiguos cuadros convergentes comienzan a murmurar a espaldas de Mas. De hecho, ha habido ya varias reuniones de dirigentes descontentos. “Cada día perdemos votos y militancia. Hemos perdido la centralidad y nos hemos posicionado en un extremo. Convergència no es ni sombra de lo que fue. Tenemos que recuperar el espacio que teníamos”, añade la fuente citada. Lo que ha habido son reuniones en las que se debate cómo enderezar el partido. “No queremos derribar a Mas, sino aislarlo de su entorno, de quien lo ha llevado a un callejón sin salida. No queremos decapitar al líder. Es más, puede seguir de capitán del barco, pero con planteamientos asumibles y atractivos para nuestro electorado tradicional”.

La gran debacle

Alguna encuesta interna apunta a que si se repiten elecciones autonómicas y Convergència se presenta en solitario, podría quedar con solo 20 diputados y convertirse en la tercera fuerza política, un hito histórico: por primera vez, los nacionalistas no ganarían unas autonómicas. Por encima quedarían ERC y la plataforma de confluencia integrada en torno a Podemos e ICV.

Pero los barones confían en que con un cambio de rumbo esa situación se pueda reconducir: “Hay un espacio de entre 800.000 y 1.400.000 votos que no pertenecen ni a ERC ni a Podemos. Es posible que una parte pequeña de ese espectro se vaya a los republicanos, pero el resto está esperando una fuerza de centro y moderada en la que confiar. Es la gente que nos espera a nosotros. Pero si nos empeñamos en ocupar el puesto de Esquerra, no podremos mantener su confianza mucho más”, explica otro dirigente.

Ante ese planteamiento, subrayan que “ya en el año 1979 sacamos el que se puede considerar el peor resultado en unas elecciones generales: 8 diputados, como el pasado 20 de diciembre. Convergència estuvo a punto de desaparecer en aquella ocasión, pero contra todo pronóstico, al año siguiente ganamos las autonómicas y nos hicimos con el Gobierno de la Generalitat. ¿Por qué ahora no puede pasar lo mismo?”, razona una de las fuentes consultadas, y añade: “Tenemos más de 200 alcaldías y miles de concejales. Si hay que volver a empezar, no pasa nada. Tenemos la suficiente fuerza como para levantar de nuevo el partido. Pero para eso debemos variar el rumbo”.

Consejeros descontentos

El dato negativo para Mas es que el descontento no solo ha cundido entre los cuadros del partido, sino en su propio Gobierno. De hecho, hay varios consejeros que han criticado el rumbo de Artur Mas y el escenario de las negociaciones con los radicales de la CUP. Consejeros como el de Economía, Andreu Mas-Colell; el de Justicia, Germà Gordó; el de Territorio, Santi Vila; e incluso el de Empresa y Empleo, Felip Puig, han alertado de la deriva independentista y de la imposibilidad de asumir los compromisos que se prometían a los radicales. Algunas fuentes hablan de un “descontento controlado”, que no quiere meter el dedo en la llaga porque sería contraproducente abrir en estos momentos una fractura dentro de Convergència.

“Está claro que no podemos seguir así. Hemos ido perdiendo influencia y centralidad y hoy por hoy el esperpento de las negociaciones con la CUP nos ha hecho mucho daño. En este vodevil que los de la CUP han organizado, Artur Mas es la víctima y sabido es que a este país le gustan las víctimas. Por tanto, en este sentido podemos vender victimismo, porque eso nos reporta votos. Pero lo malo es que con un acuerdo Junts pel Sí-CUP, quedaríamos en manos de una fuerza muy volátil. ¿Son estos, que anteponen la asamblea a todo, los que me tienen que aprobar los presupuestos del Gobierno? ¿Se puede gobernar con una fuerza tan inestable?”, dice a Tiempo una fuente cercana al Gobierno.

Esta fuente señala también que “Artur Mas está al tanto del malestar que provoca el rumbo que ha tomado y conoce que hay miembros del Gobierno que hablan entre ellos y critican la hoja de ruta. Pero sabe también que no le van a dar una puñalada trapera, sino que le plantarán cara en el congreso de abril, con luz y taquígrafos, sin juego sucio. Y no se trata de apartarlo del cargo. Ni siquiera de que haga autocrítica. Artur Mas se ha ganado a pulso ser el presidente del partido. Pero debe dejar hacer a otros. Él, que se dedique a representar al partido y a figurar y los demás ya llevarán las riendas”. En otras palabras: la meta no es cargarse a Mas, sino neutralizarlo y corregir la hoja de ruta. Hacer tabla rasa.

La gran batalla sobre el futuro de CDC, pues, tendrá lugar en abril, fecha para la que se espera un congreso que quiere ser una refundación del partido. Queda ahora la incógnita de quién será el abanderado de los críticos. En el partido no hay mucha gente capaz de ser una alternativa. En la actualidad, ni Josep Rull, coordinador general, ni Lluís Corominas controlan el aparato de Convergència. Y mucho menos Francesc Homs, que tuvo la habilidad de copar gran parte del poder en estos dos últimos años de Gobierno como consejero de Presidencia y Portavoz. Descartado también Felip Puig, que en su día sí controlaba todo el aparato, el único que provoca unanimidad y que mueve los resortes es el propio Mas.

Los casos de corrupción

En estos momentos, pues, el presidente catalán es el único activo importante que tiene la formación. Los dirigentes de Convergència reconocen que los últimos escándalos han hecho mucho daño. Desde que estallase el caso Palau, la imagen de CDC se ha asociado a menudo con la corrupción. De hecho, hay varios escándalos judiciales que salpican al partido. El primero y más importante es el desvío de dinero de la constructora Ferrovial a la fundación CatDem a través del Palau de la Música: la empresa pagaba en concepto de comisión el 4% del monto de las adjudicaciones que le daba la Generalitat. De ese porcentaje, el 1,5% se lo quedaba el corrupto presidente del Palau, Fèlix Millet, mientras el otro 2,5% llegaba a la fundación de Convergència. Por ese escándalo está imputado el extesorero Daniel Osàcar, que había sido secretario particular de Mas, y el partido tuvo que poner trece de sus sedes como aval de la responsabilidad civil exigida por los tribunales.

El segundo escándalo fue el conocido como operación Pretoria, en el que resultaron detenidos el que fuera poderoso secretario general de Presidencia y mano derecha del presidente Jordi Pujol, Lluís Prenafeta, y el no menos poderoso consejero de Economía, Macià Alavedra, acusados de tráfico de influencias para la recalificación de terrenos y adjudicaciones de contratos públicos. El tercer escándalo es el de la operación Clotilde, por la que fue imputado el exalcalde de Lloret de Mar, Xavier Crespo. El cuarto es el que provocó la imputación del secretario general del partido, Oriol Pujol, cuyo círculo de amigos y negocios tejían una enmarañada red de empresas para recibir adjudicaciones del Gobierno: el caso ITV. Oriol Pujol tuvo que dimitir de sus cargos de secretario general y de presidente del grupo parlamentario de CiU. El quinto es el escándalo que salpica a la familia Pujol, tras descubrirse que durante más de 30 años mantuvieron cuentas millonarias secretas en Andorra con ingresos que día a día van sorprendiendo más por su origen y su cuantía. Por si fuera poco, Jordi Pujol Soley era el presidente de honor de Convergència, cargo que dejó. Asimismo, tuvo que renunciar a la oficina de expresident, pagada con fondos públicos. El sexto escándalo es el caso Innova, de desvío de fondos públicos de la sanidad para negocios particulares. Por este escándalo, que todavía está siendo investigado, tuvo que dimitir hace pocos meses el presidente del Instituto Catalán de la Salud (ICS), Josep Prat. Y el último es el de la operación Petrum o el escándalo del 3%, que acabó con la detención del actual tesorero convergente, Andreu Viloca, y el registro de su despacho y de la sede de la fundación CatDem, además de varias empresas, como Teyco y Copisa. A estas investigaciones abiertas cabe añadir las condenas de convergentes de pro en otros sumarios, como en los casos Hacienda, Pallerols, Turismo, Farreres (donde fue condenado el exconsejero de Trabajo Ignasi Farreres), el caso de las pensiones que se habían adjudicado los directivos de Ferrocarrils de la Generalitat... Demasiados escándalos para tan poco partido.

De hecho, la proliferación de casos de corrupción fue la causa de que la CUP no diese el visto bueno a la investidura de Mas. Un informe titulado Bases para un acuerdo político de futuro elaborado por la formación radical explica que “el nuevo país no lo pueden diseñar ni unos pocos ni los de siempre”. Decía también el informe: “Creemos honestamente que la responsabilidad de la presidencia y del Gobierno ha de recaer en una opción de consenso no ligada al ciclo anterior, que abra una nueva etapa no vinculada a los recortes ni a los casos de corrupción ni a una gestión del proceso que a menudo ha primado los intereses de partido confundiéndolos con los del país”. Porque los radicales no se acaban de fiar de Mas. Añade el documento citado que “de las 51 medidas [contra la corrupción] anunciadas por la Presidencia de la Generalitat en febrero de 2013, solo se han cumplido –y parcialmente– un 7%”. Enumeran también que en los “Països Catalans” (Cataluña, Valencia y Baleares) hay 605 imputados por corrupción, 161 causas de corrupción urbanísticas, 147 investigaciones abiertas por los Mossos d’Esquadra desde 2010, seis condenas recientes y siete causas que afectan directamente al “mundo de CDC”.

“Artur Mas es imprescindible”

Otro documento que la CUP debatió en su asamblea de Sabadell el 27 de diciembre decía textualmente que “CDC se encuentra en estado de descomposición. Podrida por la corrupción. Ha perdido el apoyo de la oligarquía catalana ligada a la española, desde que apostó públicamente por las tesis soberanistas, a favor de Unió, Ciutadans o el PP”. Y ya apuntaba a que hay “tensión interna entre un sector que quiere hacer descarrilar el proceso y volver al peix al cove [es decir, a la estrategia de callar mientras se reciba dinero de Madrid] pactista entre los que se encuentran cuadros dirigentes que tuvieron poder dentro de CDC y están vinculados a su obra de gobierno y otro sector de cariz más vinculado al que se ha llamado ‘soberanismo transversal’ y la pequeña burguesía y las clases populares”.

Apuntaban los radicales que los convergentes confían en que su tabla de salvación “será la refundación del partido y el fuerte liderazgo de Artur Mas, cierto control de los medios de comunicación y la sumisión coyuntural de ERC y el control, también, de las estrategias de las asociaciones soberanistas”. O sea, el control “social” a través de organizaciones que se presentan como no partidistas, como la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural. Los analistas de la CUP no iban desencaminados, aunque desde las filas de Convergència se subraya que “Artur Mas es quien arrastra los votos de la pequeña burguesía y de una masa de población que jamás entregaría los sufragios a la CUP. Que sepan que si el independentismo tiene en estos momentos alrededor de dos millones de votos en Cataluña no es por la CUP, sino por Artur Mas, que es quien arrastra a más gente. Si Mas no estuviese al frente del proceso, este no contaría ni con la mitad del apoyo que tiene en la actualidad. Por tanto, Artur Mas es imprescindible en el proceso, al margen de que este no existiría si no llega a ser por él”.

El sector moderado al que alude la CUP es el que considera que Convergència tiene “las suficientes alternativas en el Parlamento” como para no abandonarse “en brazos de una fuerza antisistema. Por ejemplo, JxS podía haber tendido puentes con los socialistas. Cierto que habría que renunciar a algunas cosas, pero toda negociación implica renuncia. De hecho, abordar una operación de ruptura con el Estado español con el 47% de los votos emitidos es muy peligroso. Ni siquiera sobrepasando el 50% puedes iniciar una operación de este calibre. Has de tener una mayoría cualificada para plantear un proceso rupturista y, aun así, con mucho tiento”.

Las consecuencias del “frentismo”

Evidentemente, el líder de los socialistas, Miquel Iceta, ya puso sus condiciones tras el 27-S: no a una declaración de independencia, no a la hoja de ruta rupturista y no a la desobediencia de las leyes vigentes. Precisamente todo lo contrario de lo que prometió Artur Mas a la CUP.

Incluso los exsocios democristianos del president se abonan a la teoría de la errada hoja de ruta de Mas. Para Ramón Espadaler, secretario general de Unió Democràtica, la situación actual se ha generado “porque hay una incapacidad manifiesta por parte de Junts pel Sí, que ganó las elecciones, de poder dialogar con otras fuerzas políticas del Parlamento, porque ellos mismos se han acotado en este espacio”. Los democristianos echan la culpa de la tensión al “frentismo” alimentado desde el independentismo pero también desde el españolismo.

Pero, ¿de cuánto es la “mayoría cualificada” que circula en boca de los moderados de CDC? Aproximadamente de entre el 70% y el 75% de los votos. Con ese porcentaje de voto independentista, se podría abordar, según afirman las fuentes internas de Convergència, un proceso de “desconexión”, aunque “de manera civilizada, con inteligencia y sin poner en peligro el Estado de derecho como se ha hecho en la actualidad, en que se sitúan a las instituciones fuera de la ley, conminando a desobedecer leyes o sentencias”.

El democristiano Espadaler no está lejos de estas tesis y critica que el 9 de noviembre pasado se aprobase en el Parlamento catalán una declaración de “inicio de desconexión con España” que “a ojos de Europa y del mundo, ha hecho perder muchos activos a Cataluña. Esta votación, dictada por la CUP y casi acríticamente por JxS nos sitúa prácticamente fuera de Europa con todas las consecuencias derivadas que esto tiene y de fractura del Estado de derecho”.

Pero ya se huelen los cuperos que una de las consecuencias que puede generar el no a la investidura de Artur Mas es que haya un “peligro de retorno a posicionamientos moderados y pactistas y de reencuentro con Unió, lo que acabaría por deshacer el soberanismo transversal”. En eso están los barones de Convergència: en rehacer lo que consideran un “centro político” que consideran perdido y que nadie puede ocupar. “Estos chicos de la CUP se lo creen demasiado, pero se van a llevar una decepción cuando vean que, contrariamente a lo que dicen en algunos círculos, en vez de sumar diputados van a perder, porque ahora tienen muchos votos prestados que volverán a su sitio”.

Todo ello al margen de que “las nuevas elecciones podrían configurar una nueva coyuntura similar a la actual. Aunque CDC pudiese perder la hegemonía, seguiría condicionando porque es difícil que la CUP y ERC sumen mayoría absoluta y si CDC obtiene mejores resultados que la CUP podría poner sus condiciones para apoyar a Esquerra”.

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