Los 'cadáveres' de Rajoy

29 / 09 / 2014 Luis Calvo
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El camino de Rajoy está sembrado de juguetes rotos. Rivales políticos, pero también acompañantes incómodos han ido cayendo a su paso. No les fulmina. Fiel a su estilo, les da cuerda hasta que ellos se ahorcan. Este es el cementerio del presidente.

En 2008, tras perder sus segundas elecciones, la carrera política de Rajoy colgaba de un hilo. En el partido arreciaban las críticas y más de un periódico daba por muerto al presidente del PP. No pasaba un lunes sin que Génova se despertara con un nuevo reproche de algún dirigente, o que los nombres de los posibles sucesores llenaran titulares. Llegó a generalizarse la expresión de los “lunes negros” del PP. Sonaron entonces Esperanza Aguirre, Juan Costa o incluso el recién dimitido Alberto Ruiz-Gallardón. Fiel a su estilo, Rajoy se limitó a reafirmar su intención de seguir en el puesto y dejó pasar el tiempo inmune a los reproches internos o externos. Solo se permitió una advertencia: “Si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya”. Ninguno de los dos existían y nadie, por tanto, movió un dedo.

Los resultados son evidentes. Hoy, él es presidente y ninguno de los otros tres está en primera línea política. No es que les haya forzado a abandonarla. La técnica de Rajoy es distinta. Hace años que el presidente hizo suya la máxima de que resistir es vencer. Ni siquiera pelea esas batallas, las ignora hasta que sus rivales o aquellos que le resultan molestos se acaban suicidando. Se limita, como cuenta aquel famoso consejo chino, a sentarse junto al río para ver pasar cadáveres. Y ya van unos cuantos.

El primero fue el de su máximo competidor para suceder a Aznar, Rodrigo Rato. El expresidente confesó hace poco que llegó a ofrecer a Rato el puesto en dos ocasiones y él lo rechazó. Cuando cambió de idea, Rajoy ya había ocupado el hueco. Rato, impulsado por el “milagro económico español” que había dirigido, acabó como director gerente del FMI. Desde entonces se convirtió en una especie de gurú para los críticos con Rajoy, siempre en las quinielas para sucederle. Al menos hasta que la crisis poco a poco desmoronó su legado económico. El eterno delfín se ha ido desgastando, primero al frente del FMI incapaz de prever la crisis y, sobre todo, como responsable del hundimiento de Bankia, hasta enterrar todo su capital político. Tanto que acabó imputado por su gestión, declarando ante el juez y convertido en una de las caras visibles de la crisis financiera española.

No es el único de aquel Gobierno que se ha visto apartado poco a poco de la vida pública. Uno a uno, por competencia, renovación o simple conveniencia política, Rajoy ha ido relegando a un segundo plano el núcleo duro de aquel PP, incluido el expresidente José María Aznar, con quien Rajoy pronto dejó enfriar las relaciones. Eduardo Zaplana, portavoz del Gobierno, y Ángel Acebes, responsable de la desastrosa gestión del 11-M, acabaron en la empresa privada. Federico Trillo, señalado por el accidente del Yak-42, y Gustavo de Arístegui, en las embajadas de Londres y Nueva Deli. Todos representaban una etapa y unas formas que Rajoy estaba decidido a dejar atrás. Y a todos les encontró un acomodo.

Más traumática fue la caída en desgracia de Francisco Álvarez Cascos. El exministro se mostró muy crítico con Rajoy tras la derrota de 2008. Dos años más tarde, cuando Cascos trató de encabezar las listas del PP en Asturias, se encontró con la indiferencia de Génova. La candidata ya estaba elegida. En enero de 2011 abandonó el partido “por dignidad” acusando a Rajoy de orquestar una campaña en su contra. Fundó un nuevo partido que coincidía con sus siglas Foro Asturias Ciudadanos (FAC) y con él alcanzó la presidencia. Fue un mandato fugaz, de menos de un año. La oposición de PP y PSOE le obligó a convocar unas elecciones anticipadas que perdió.

Tampoco fueron fáciles las salidas en 2008 de María San Gil o José Antonio Ortega Lara, descontentos con la deriva ideológica del PP, especialmente en cuestiones de política antiterrorista. Aunque los abandonos sacudieron la bases del partido, Rajoy aguantó impertérrito hasta que pasó la tormenta. Poco antes de las europeas, ambos apoyaron a Vox, el nuevo partido de Alejo Vidal-Quadras, otro de los repudiados del PP. La formación se quedó sin representación y lucha ahora por sobrevivir a la derrota y las crisis internas.

Las europeas también se llevaron por delante a otro de los históricos del Partido Popular, Jaime Mayor Oreja, que durante meses esperó la designación de nuevo como candidato. Nunca llegó. Mayor Oreja decidió entonces dar un paso atrás, consciente de que su carrera había terminado.

Compañeros incómodos.

Las filias y fobias de Rajoy no solo tienen que ver con las amenazas a su liderazgo o las críticas internas. Más de un dirigente ha sido inducido al suicidio por mera oportunidad política. La última fue la alcaldesa de Madrid, Ana Botella. Acosada por las encuestas y la presión del partido, la mujer de Aznar decidió comunicar al presidente una dimisión anunciada. Él por supuesto no la rechazó. Lo mismo pasó con Manuel Pizarro, que en pocas semanas pasó de número dos de la candidatura a ocupar puestos menores del partido. Tras dos años apartado, decidió abandonar.

Quizá uno de los más incómodos fue el expresidente valenciano Francisco Camps. En mayo de 2011 Rajoy le ofreció su “amistad y apoyo, el de tu partido y el de los valencianos” para volver a pelear la Comunidad Valenciana pese a estar imputado por el caso Gürtel. Ganó por mayoría absoluta, pero solo unos meses más tarde, en julio, dimitía para ahuyentar la sombra de corrupción que pesaba sobre la campaña de Mariano Rajoy. Él mismo aclaró que lo hacía “para que Mariano Rajoy sea el próximo presidente del Gobierno”. Aunque fue absuelto por el caso de los trajes, Rajoy nunca le recuperó.

El último en llegar, Gallardón, engrosa una lista ya abultada de juguetes rotos. Y mientras, Mariano Rajoy, impertérrito, sigue jugando.

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