Homenaje a las víctimas del 11-M

10 / 03 / 2017 Enso Kimé
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Personas de diversas religiones rezan en el monumento conmemorativo de los atentados de Atocha justo cuando se cumplen 13 años desde que estallaran los trenes.

Hakam, ciudadano musulmán de Madrid. [Foto: Enso Kimé]

Es un sábado de diciembre. La sala está vacía y la luz de la mañana se cuela por el cilindro translúcido creando una atmósfera tranquila y de recogimiento. Hakam camina por la sala intentando atrapar entre sus manos extendidas el profundo significado del monumento.

Unos días antes estuvimos charlando sobre terrorismo y los atentados del 11 de marzo de 2004. Nuestra conversación no giró alrededor de los autores o de las implicaciones políticas de los mismos. Hablamos sobre las víctimas, el dolor, la memoria y el respeto. Desde que se levantó el monumento, Internet se había ido llenando de fotos de personas que, en aquella inmensa sala azul, rendían homenaje a los fallecidos, pero entre toda esa infinidad de imágenes no pude encontrar ninguna en la que apareciese, de forma reconocible, ninguna persona de cultura, tradición o creencia musulmana.

“Es posible que haya personas que puedan sentirse molestas al ver una imagen de un musulmán en el monumento a las víctimas, pero eso no quiere decir que no sintamos el mismo dolor e indignación que el resto”, me comentaba Hakam.

Las bombas no hicieron distinciones por razones de edad, procedencia, sexo, ideología o creencia religiosa. Los atentados se llevaron por delante la vida de casi 200 personas de una forma cruel y cobarde. Hubo víctimas de muchos lugares del mundo, cada uno con su cultura y sus creencias. A partir de esta reflexión surgió el interés por mostrar algo que no había logrado encontrar y me parecía una realidad evidente e importante. Algunas personas de mi entorno consideraron una locura e incluso una posible provocación fotografiar a una persona de fe musulmana en ese espacio dedicado a la memoria de las víctimas. Sin embargo, Hakam comprendió rápidamente la profundidad de la imagen. El dolor, el homenaje, el respeto o la tristeza son movimientos del alma que, en última instancia, pertenecen al ser humano individual, concreto y determinado. El alma es patrimonio del individuo y no debería ser hipotecada o utilizada para hacer transacciones ideológicas interesadas.

Hakam da vueltas por la sala acercándose al cilindro donde pueden leerse las frases compartidas por la gente en la estación de Atocha tras los atentados. Me mira y pregunta: “¿Qué hago?”. “No lo sé. Supongo que solo has de fluir...no tengo la respuesta correcta”, le contesto.

Hakam respira profundamente y cierra los ojos. De pie y en silencio veo que sus labios se mueven recitando una oración. Creo que se siente tan sobrecogido como yo y tomo conciencia de que una cámara observándole no ayuda a que se relaje. Sé que está nervioso pero no hay nada que pueda hacer al respecto.

Aquel día hablamos sobre el islam, sobre su significado y sobre la corrupción del pensamiento radical que aplasta al individuo ejerciendo una violencia indiscriminada y perversa. Esta no es la creencia que él practica. Su sensibilidad se basa en la solidaridad y el respeto, en la paz y en la preocupación por los demás. Su vida transcurre entre el hospital en el que trabaja y la atención médica que, de forma desinteresada, proporciona a los niños más desfavorecidos de Marruecos. Hakam siente una profunda desolación ante cada atentado. Aquel día hablamos de espiritualidad más que de religión.

No hay guion. Hakam intenta darme algo especial para las fotos y yo, como fotógrafo, intento captar un momento único e irrepetible. Al cabo de un rato y tras sentirnos desbordados por el ambiente del monumento, decido que es hora de dejar la cámara y no insistir demasiado.

“Hakam, yo ya he terminado con las fotos”, le comento mientras cuelgo mi cámara al cuello. “Bien –me contesta– déjame un momento más...”.

Hakam respira y se arrodilla para rezar. Su cuerpo está relajado y su gesto es tan espontáneo y profundo que me sorprende. Instintivamente y sin que se dé cuenta, disparo una ráfaga de fotos desde el pecho, sin enfocar y dudando del resultado final de las mismas. Es un momento personal e íntimo y no quiero molestarle. En ese instante me doy cuenta de que he tenido la fortuna de fotografiar el espíritu de un ser humano rindiendo sincero homenaje a las almas de las víctimas de uno de los peores ataques terroristas que hayamos conocido.

La espiritualidad nace en nuestro interior. Es un fruto personal que puede manifestarse de múltiples y diferentes formas. La religión es una de ellas. La espiritualidad precede al sentimiento religioso. Este ayuda a dar forma, contexto y apoyo a aquella, pero no es su dueño. Esta foto no trata sobre religiones. Tampoco es un alegato a favor o en contra del islam ni una imagen que pretenda mostrar la obvia realidad de que una religión nunca debe ser juzgada por los actos de algunos individuos. Esta foto es una reflexión sobre la espiritualidad individual, sobre la decisión íntima e intransferible de vivir en paz y con respeto más allá de ideologías o interpretaciones. Habla de la decisión final, de cada ser humano, de situarse en un lado u otro de la balanza del espíritu. No es mi intención entrar a analizar las causas políticas, económicas, culturales o de cualquier otro tipo que subyacen en el terrorismo. No sé mucho sobre todo esto, así que no lo voy a intentar. Mi intención es mostrar el mundo de las decisiones personales, la confianza en la reflexión individual para encontrar el camino más acertado hacia la convivencia y el respeto. Defiendo la espiritualidad en su libertad plena. Una espiritualidad abierta a todas las personas sin distinciones ni diferencias. El alma y el espíritu no pueden ir orientados a la propia destrucción cuando lo que ansían es la trascendencia de nuestras vidas y de nuestros actos. Cualquier paso dado en aquella dirección es un grave equívoco en la comprensión de la esencia humana. Nada justifica la destrucción de un alma o de una vida por interpretaciones interesadas.

Tras tomar la foto y editarla, se la mostré a las mismas personas que juzgaron mi idea como provocadora. Su respuesta fue bastante diferente al verla. Los comentarios se habían transformado en expresiones como “paz, quietud, respeto...”.

Resulta curioso ver cómo una idea puede sugerirnos algo tan distinto a una imagen real. Tal vez nuestro pensamiento sea más crítico, cerrado y rígido que las emociones que surgen de nuestra percepción y, aun así, desarrollamos la mayor parte de nuestras ideas y creencias en función de nuestra actividad cerebral en vez de hacerlo desde la sensibilidad. Es posible que nos sintamos más seguros con la rigidez de nuestra mente que con la flexibilidad de nuestro espíritu. Asesinar a otro ser humano exige una rigidez mental considerable, una elaboración de ideas que solo pueden calar en personas que anulan la elasticidad de sus emociones. Cualquier pensamiento u organización que establezca la destrucción y la violencia como forma justificada de existencia, comete un acto de perversión contra el universo individual y colectivo.

Tras ver esta foto comprendí que lo que marca la diferencia en el espíritu de las personas es la Quietud, entendida no como una pasividad estéril sino como un acto de humildad y apertura que nos permite escuchar la parte más profunda de nuestra naturaleza. La Quietud supone el desprendimiento de nuestras ideas y permanecer receptivos a la esencia de ese mundo invisible en el que se mueve nuestro espíritu. Cuando veo a Hakam rezando por las víctimas me cuesta creer que exista un ser omnipotente y eterno que vaya a juzgarlo un día con equidad y sea el mismo que entregará 72 huríes a los que asesinan inocentes. No puedo creer en alguien que otorga más valor a la muerte y a la violencia que a la Quietud y a una vida entregada a los demás. Creo, sin duda alguna, en un ser de compasión y justicia arrodillado junto a Hakam, en perfecta unidad con él y con las almas de las víctimas, preocupado por ofrecer refugio y consuelo a los que nos fueron arrebatados y a los que lloran su pérdida... También creo en Hakam. Comparto con él una misma espiritualidad aunque pueda adoptar una forma externa diferente. Nuestro universo es igual cuando lo miramos desde la Quietud interior.

Hace poco volví al monumento. Siento que me muevo por un círculo que se cruzó en mi vida de forma fortuita (o tal vez no...). En todo este proceso me veo como un instrumento a disposición de Hakam, con su fe y su sensibilidad personal, y de la memoria de las víctimas de aquel 11 de marzo. Mi papel ha sido el de reflejar una realidad de la que no soy protagonista. Los papeles principales recaen en los fallecidos y en los que guardan su memoria con respeto y dolor, sea cual sea su edad, sexo, ideología o creencia religiosa.

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