Gobernar o morir

05 / 02 / 2016 Luis Calvo y Antonio Rodríguez
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El cronómetro de pedro Sánchez está en marcha. Si no logra fraguar un gobierno en los próximos meses serán sus propios compañeros quienes pidan su cabeza.

Por fin, después de 43 días de bloqueo político, Pedro Sánchez puso esta semana en marcha el reloj institucional. El líder socialistas aceptó la propuesta del Rey para buscar en el complicado Parlamento que salió del 20-D los apoyos suficientes para ser investido presidente. Esa es la palabra que, con todos sus sinónimos, corría durante esta semana por la Cámara Baja: complicado, difícil, delicado. Algunos iban más allá. La búsqueda de apoyos será dura, agotadora, penosa... quizá incluso imposible.

Sánchez tampoco tenía otra opción. Con un partido roto en el que vuelan los cuchillos, la única forma que el líder socialista tiene de garantizarse seguir al frente de Ferraz es presentar su candidatura desde La Moncloa. Aunque el calendario institucional estaba parado, el orgánico ya corría veloz en su contra. Cada día que pasaba suponía uno menos con su cabeza sobre los hombros. De hecho, la petición de “al menos un mes para negociar” que hizo después de su aceptación hace que ambos relojes, el institucional y el orgánico, se solapen. Parece improbable que Sánchez se someta antes de la primera semana de marzo a la votación. No solo tiene que conseguir que sus posibles socios renuncien a los vetos que habían planteado, incompatibles entre sí, sino que deberá someter el pacto que consiga alcanzar con ellos a la aprobación de la militancia.

La consulta, planteada por Ferraz para superar la resistencia al pacto de los barones críticos, no tiene fecha, pero fuentes de la dirección socialista creen que tendrían que pasar al menos 12 o 15 días desde que se alcance el pacto hasta la votación. Además, esta tendría que celebrarse, como tarde, una semana antes del Pleno de investidura para que se pueda convocar el Comité Federal que ratificará la decisión de los militantes. Nadie en el PSOE contempla otra opción. Si los dirigentes más críticos forzasen que el comité desautorizara el voto de los militantes, el partido no estaría ya herido, sino envuelto en una guerra civil que amenazaría su propia existencia. En todo caso, los plazos son permeables. La urgencia de una votación podría reducir al mínimo los plazos, dejando una semana solo para informar a los militantes y convocando al comité unos días después. Todo con tal de ir al Congreso con un acuerdo firmado y ratificado.

Esa es su única opción. Si Sánchez consigue ser investido en alguna de las dos votaciones (la primera por mayoría absoluta y la segunda, 48 horas después, por mayoría simple), inmediatamente el reloj orgánico se detendrá y podrá zafarse de la espada que cuelga sobre su cabeza. Nada blinda tanto a un líder socialista como el poder. El PSOE está pensado para gobernar, para ocupar las instituciones. Y si sus secretarios generales sufren cuando están en la oposición, como presidentes son casi intocables. El congreso socialista de mayo pasaría de ser el campo de batalla para una lucha fratricida al teatro donde encumbrar al nuevo presidente. No porque no se cumplieran las disposiciones estatutarias que permiten presentarse a los críticos, sino porque ninguno tendría valor para hacerlo.

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