Freixenet:una guerra entre burbujas

12 / 04 / 2016 Antonio Fernández
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El patriarca, José Ferrer Sala (91 años), dirige una contraofensiva para evitar que la emblemática bodega de cava caiga en manos alemanas después de que fricciones personales entre primos hayan creado una brecha en la familia.

Enrique Hevia, segundo por la derecha y artífice de la batalla, acompañado de José María Ferrer, Pere Bonet, José Luis Bonet, Pere Ferrer, José Ferrer y Tom Burnet, en las bodegas de Freixenet en California.

Érase una vez un tejedor de lino de la comarca de La Segarra llamado Francesc Sala que, tras acabar la segunda guerra carlista (1872-1876) se casó con una moza de Sant Sadurní d’Anoia (Barcelona) llamada Josefa Tubella, y se trasladó a esa localidad. Allí se hacían algunos vinos de poco prestigio, por lo que Francesc los acabó comprando en La Segarra y vendiéndolos en Barcelona. El negocio comenzó en 1855 y fue tan bien que el tejedor cerró su taller de botas y lo convirtió en bodega, alcanzando cierta fama con su caldo Casa Sala. Luego, cuando se inauguró el ferrocarril de Tarragona a Barcelona, compró las fincas situadas frente a la estación para asegurarse el pronto traslado de los vinos. “Hasta que se construyeron las cavas junto a la estación, se elaboraba en Mediona, en la masía Can Sala”, dice a TIEMPO un miembro de la familia. De hecho, en esa masía se fabricaba cava hasta mediados de los 70 del pasado siglo. Francesc Sala era el tatarabuelo de José Ferrer Sala, actual presidente de honor de Freixenet. Su historia es algo más que la de un hombre: es la vida de una saga, de un pueblo, de un imperio, de una leyenda, la de una de las firmas de espumosos más poderosas del mundo. Porque los tranquilos viñedos del Penedès, comarca cercana a Barcelona y cuna mundial del cava, esconden historias novelescas que ya quisieran algunas series de Hollywood. Más que nada porque aquí las historias son de verdad. Los conflictos entre familias, los esfuerzos por hacer negocio, la vertiginosa tarea de liderar el mercado mundial... son historias no aptas para cardiacos. En 1914, Pere Ferrer se casaba con Dolors Sala Vivé, de Mediona. Pere era de la finca La Freixeneda, de Sant Sadurní, llamada así por los frondosos fresnos de la hacienda y, especialmente, por el que crece ante la casa. A Pere se le conocía como Freixenet, un diminutivo del topónimo de la finca y que, a la postre, daría nombre a la empresa y a la marca de cava buque insignia de la familia. El suegro de Pere Ferrer dejó el negocio en sus manos y comenzó entonces a elaborar un espumoso copiando el método champenoise francés e instalaron las cavas en Sant Sadurní d’Anoia. En 1932, sacó al mercado el primer brut nature de España y, en 1935, comenzó a exportar tímidamente a América. En ese año abría el primer establecimiento en Nueva Jersey.

La Guerra Civil significó un punto de inflexión en el negocio. Pere Ferrer y su primogénito, Juan, fueron fusilados por los anarquistas en 1936 y la empresa fue colectivizada. Al acabar la contienda, su viuda y su hija mayor, Pilar, que entonces contaba apenas 21 años (murió el pasado 10 de enero a la edad de 98 años) tomaron las riendas de la empresa y se pusieron a elaborar cava en serio. En 1941 salía al mercado el Carta Nevada, cuyo hermano, Cordón Negro, vería la luz mucho después, en 1974. Por esa época de los 70 comienzan a levantar el vuelo las exportaciones, que llevarían a la empresa familiar a ser líder en ventas en el exterior durante la década de los 80 en cavas elaborados por el método tradicional.

Antes, en los años 40, Pilar se había casado y había comenzado a gestionar la firma Napoleón Serra, bajo la atenta mirada de la matriarca Dolors. A finales de los años 50, tomó las riendas José Ferrer Sala, el actual patriarca, presidente de honor de la firma y el menor de los hijos de Pere Ferrer: solo quedaban él (en la actualidad tiene 91 años pero se siente joven de espíritu) y sus hermanas Pilar, Lola y Carmen. Una década más tarde fue José Luis Bonet (actual presidente de Freixenet e hijo de Pilar Ferrer) el que se incorporó y lanzó el eslogan de la burbuja Freixenet. La pequeña empresa familiar se hacía mayor a pasos agigantados.

Su expansión fue ya imparable, con la compra de viñedos en otras zonas vinícolas de España, como La Rioja, Priorat o Ribera del Duero, y en California y Australia. Actualmente tiene 18 bodegas en siete países de tres continentes. Su plantilla cuenta con más de 1.400 empleados y sus caldos se venden en 140 países de todo el mundo, ya que tiene las marcas de espumosos Freixenet, Segura Viudas, Conde de Caralt, Castellblanch, Canals & Nubiola y la francesa Henri Abelé. En la Ribera del Duero los Ferrer se hicieron con el Valdubón, y en Galicia lanzaron a mediados de los 90 el Vionta Albariño, cosechado en el mítico Pazo Baión, que fue propiedad del narcotraficante Laureano Oubiña. A través de Vionta, Freixenet compró Agnus Dei en el año 2013, propiedad de Abanca, con viñedos en las Rías Baixas, en Oporto y en la Ribera del Duero.

Freixenet fue la primera empresa en emplear la tecnología de refrigeración del mosto para controlar su temperatura. En el Penedès dispone de 350 hectáreas de viña, aunque compran a otros productores de la zona para poder atender una demanda que supera los 200 millones de botellas al año. “Solo añadimos tecnología a nuestra producción si aporta calidad al producto”, explican desde la familia.

La paz del cava

 En el remanso de paz que es la comarca del Penedès, coexisten dos familias que mantuvieron no hace mucho una guerra de más de una década. La historia comenzó en 1996, cuando los Raventós, propietarios de la firma Codorniú, interpusieron una denuncia contra Freixenet, propiedad de los Ferrer, acusando a la firma de no dejar reposar el cava los nueve meses reglamentarios. La compañía de los Ferrer fue sancionada pero el Tribunal Constitucional anuló esa sanción. Entonces, Freixenet contraatacó con otra denuncia contra Codorniú por utilizar ilegalmente la variedad de uva pinot noir, vender más vino que el que podía hacer de Raimat y plagiar sus botellas esmeriladas. En el año 2007, por fin, las dos familias sellaron la paz del cava. Codorniú pagó cuatro millones de euros a la compañía de los Ferrer como indemnización y le cedió más de dos millones de botellas esmeriladas que tenía almacenadas, que costaban otros 3,5 millones de euros.

Fue un episodio más en la rica historia de la comarca. Los Raventós ya habían sufrido una dolorosa ruptura familiar que dividió la empresa en dos... y al clan también, por añadidura. Un árbol que separaba las propiedades de las dos ramas de la familia (los Blanch y los Negre, apellidos que ni escogidos a propósito) fue el símbolo mudo de la división de las fincas de los Raventós. Los Ferrer, en cambio, siempre han permanecido unidos haciendo camino juntos en su dura lucha por mantener los más de 500 millones de euros de facturación al año.

Unidos, al menos, hasta ahora: en el plazo de dos años, han fallecido tres hermanas, por lo que tan solo queda José Ferrer Sala, el patriarca, que ostenta el cargo de presidente de honor de Freixenet. Pero aunque sea un emporio mundial, Freixenet es una empresa estrictamente familiar: en su consejo de administración se sientan los miembros de todas las ramas: los Ferrer Noguer, los Bonet Ferrer y los Hevia Ferrer.

Cuando la soltera de la familia, la tía Lola, murió hace un par de años, el equilibrio de la familia Ferrer comenzó a resentirse. Ella era un punto de referencia para todos. Vivía en la masía Freixenet, donde ocupaba los pisos superiores de la casona, y todos los jueves reunía a sus familiares en torno a una paella. Por Navidad, regalaba un pavo que ella misma criaba a los empleados de la compañía.

Los doce primos

Eran cuatro hermanos con cuatro hijos cada uno, salvo la soltera. La rama de los Ferrer Noguer (de José Ferrer Sala, el único varón de los hermanos) tenía el 42% de las acciones y el resto se lo repartían a partes iguales las tres hermanas: Pilar, Lola y Carmen. Los cuatro hijos de José Ferrer son Pere Ferrer, consejero delegado de la firma, José María Ferrer, director comercial y máximo directivo de la empresa en Australia, y dos hermanas más, Dolores y Mercedes, que no trabajan en la compañía. Los hijos de Pilar, la mayor, son el presidente de la firma, José Luis Bonet Ferrer, el director de marketing de Freixenet, Pere Bonet Ferrer, y el director de Segura Viudas, Eudald Bonet Ferrer. A ellos hay que añadir a Pilar Bonet, la única mujer de esta generación. Los hijos de Carmen Ferrer son Enrique Hevia Ferrer, director financiero de Freixenet, y sus tres hermanas, Carmen, Agustina y Montserrat. “La gran paradoja de la empresa es que, a pesar de que fueron precisamente dos mujeres las que la salvaron y reflotaron tras la Guerra Civil, ninguna de las mujeres de la familia trabaja en Freixenet o tiene cargos de responsabilidad en ella. Solo los hombres”, dice a TIEMPO una fuente que conoce al clan.

En febrero de 2010, los cuatro hermanos, que ya pasaban entonces con creces de los 80 años, dejaron el consejo de administración y este pasó a estar formado por los 12 primos varones. Un relevo generacional que supuso un punto de inflexión. Aun así, cuenta uno de ellos, “José, como presidente de honor, se presentaba en las reuniones del consejo y exigía que se le escuchase. En realidad, no se jubiló nunca”. Es más: su gran vitalidad le hace mantener una actividad envidiable pese a su avanzada edad. Y, de hecho, ya octogenario, mostraba su opinión en los temas del día a día. “Cuando hablaba lo hacía con mucho conocimiento”, subraya uno de los miembros de la familia.

El nexo de unión

 A la muerte de la tía Lola en 2013 (tenía 92 años), sus acciones se repartieron a partes iguales entre sus familiares. Pero el destino ya estaba escrito: según explican a TIEMPO fuentes del entorno, Enrique Hevia había pedido permiso para sacar vino al mercado por su cuenta, al margen del grupo. En un principio, todos le dieron su visto bueno. Casi dos años después, sin embargo, revocaban el plácet y Hevia se enfadó. “Enrique considera que los Ferrer ya tienen vinos y cavas propios, los que hacen en la masía Casa Sala, por lo que no comprende el veto que se le impuso. Pero también ahí entran en juego otros condicionantes, como el peso específico de una asesora contratada por Hevia, que creó un equipo propio con el que copaba parcelas de decisión y desplazaba a la familia. Una de sus sobrinas fue nombrada directiva en Estados Unidos. Todo ello contribuyó a abrir una brecha en el clan”, relata la fuente.

La ruptura familiar

 Lo cierto es que el pasado marzo, Enrique Hevia informó al consejo de su intención de vender el paquete accionarial de los Hevia Ferrer y que ya tenía comprador: el gigante alemán Henkell (propiedad del grupo familiar Dr. Oetker) que valoró el grupo en 500 millones de euros. Los Ferrer Nogué, en cambio, son contrarios a la venta. Y los Bonet Ferrer no han expresado aún su opinión. Según parece, Eudald y Pere están dispuestos a vender, mientras que José Luis prefiere continuar con la empresa. Falta por conocer qué quiere hacer Pilar Bonet Ferrer con su poco más del 7%, porcentaje que necesita José Ferrer para mantener el control de más del 51% del capital de la sociedad. Y es que la oferta de los alemanes es de control, es decir, que solo se llevaría a cabo si tienen la mayoría absoluta de las acciones (más del 50%).

De ahí que la rama de los Ferrer se haya movilizado: Pere Ferrer es del consejo asesor del Banco Santander, entidad que le puede echar un capote al patriarca José Ferrer. Pere había heredado el puesto en el banco de su padre, que en esta guerra, a pesar de su edad, no se ha quedado con los brazos cruzados: aseguran que es uno de los más activos en la contraofensiva contra el proyecto de los Hevia. Sus números son simples: para que el capital no caiga en manos de los alemanes, como tiene derecho de tanteo, habría de pagar unos 150 millones de euros por la parte de los Hevia. Como tiene en caja 30 millones, necesita una financiación de 120 millones. Y el Santander no lo ve mal, aunque pone condiciones, porque, pese a una facturación de 503 millones, los beneficios en el último ejercicio fueron de solo dos millones largos de euros. Por tanto, hay que elevar la rentabilidad, lo que solo se logrará con un cambio de gestión: pide a los Ferrer acabar con la gestión familiar y profesionalizarla.

Vocación política

La batalla, al más puro estilo de Dinastía o de Dallas, está servida. Las posiciones tomadas por las ramas familiares parecen, hoy, inamovibles. Los Hevia han llegado a un punto de no retorno y los Ferrer se atrincheran en sus viñedos para mantener la empresa, aunque solo sea por sentimentalismo. Y todo ello ocurre en una saga con un notorio peso específico en los sectores económicos, sociales e institucionales. José Luis Bonet, por ejemplo, no solo es presidente de Freixenet, sino también de Fira de Barcelona y de las Cámaras de Comercio de España. Y Eudald Bonet es presidente del elitista Real Club de Polo. Enrique Hevia preside otro club elitista: el Golf de Sant Cugat. Y Pere Bonet, el Consejo Regulador del Cava. En política, los propietarios de Freixenet son de los contados empresarios de postín que se posicionaron claramente en contra de la deriva independentista propugnada por Artur Mas. Lo dijeron públicamente el patriarca José Ferrer y su sobrino, José Luis Bonet. “En la familia siempre ha habido vocación política. Algunos antepasados estuvieron vinculados a la Lliga Regionalista Catalana”, dice una fuente cercana a la familia. Pero tras pasar por una accidentada biografía familiar, por una guerra con la otra gran familia del cava, por el boicot a los espumosos lanzado desde sectores ultraespañolistas y por su oposición pública al proceso independentista, los dueños de Freixenet afrontan una batalla decisiva: aquella en la que no solo se juegan el futuro de la compañía, sino el futuro de la propia familia. Porque no hay guerra más cruenta que una guerra civil y mucho más si se da dentro de una familia.

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