El gran lío de Pilar Urbano

11 / 04 / 2014 Luis Algorri
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¿Qué hay de cierto en las revelaciones de la periodista sobre el 23-F? ¿Cómo se enteró de conversaciones que solo oyeron sus protagonistas? ¿Cuántas veces más ha sucedido esto con Urbano?

"No. Si es para hablar de mi libro, que está funcionando de maravilla, te contesto a lo que quieras. Pero responder a los desmentidos que me están haciendo, eso no me interesa. Yo no tengo por qué desmentir a los que me desmienten a mí, que hagan lo que quieran. Yo he escrito un libro muy riguroso y muy documentado, que me ha llevado muchos años de investigación. Pero la polémica de los desmentidos no me interesa. Llevo cincuenta años haciendo periodismo serio y riguroso, no tengo que demostrarlo a estas alturas. Cuando quieras me llamas y hablamos del libro. Pero eso que tú me preguntas, repito, no me interesa”.

La periodista Pilar Urbano Casaña (Valencia, 1940) renuncia así a aclarar con sus propias palabras y opiniones la tremenda polémica que ha provocado la publicación de su último libro, La gran desmemoria (Planeta), en el cual arroja muchas más sombras que luces sobre lo sucedido en el golpe de Estado contra la democracia que vivió España en la tarde del 23 de febrero de 1981. Aquella tarde en que el teniente coronel Antonio Tejero entró en el Congreso de los Diputados e interrumpió a tiro limpio la sesión de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, cuya candidatura estaba siendo votada para suceder a Adolfo Suárez en la presidencia del Gobierno. El libro ha provocado  una tormenta que podría sintetizarse en una pregunta esencial: ¿es verdad todo eso?

La autora podría aclararlo. Pero no le interesa.

El largo libro de Pilar Urbano tiene una supuesta revelación fundamental: que el Rey estaba detrás, conocía e impulsaba la llamada operación Armada, una maniobra para forzar la legalidad constitucional e imponer a un militar, Alfonso Armada, como presidente del Gobierno en sustitución de Adolfo Suárez, que se negaba a ceder el poder a pesar del evidente deterioro de la situación política. El Rey, pues, según Urbano, habría estado detrás... no del golpe del 23-F, el que de verdad se produjo, sino de otro blando que era igualmente inconstitucional; golpe que debió pararse cuando Suárez finalmente dimitió y el Rey aceptó su sustitución por Calvo-Sotelo (11 de febrero; Urbano dice que el Rey no aceptó sino que impuso al político gallego), pero que habría sido imposible de desactivar por la bravuconería irreductible de Tejero, por el golpismo “genético” (según el libro) de Milans del Bosch y por la ambición del propio Armada, engolosinado con la idea de ser presidente del Gobierno. Y así se llegó al golpe.

¿Hay algo nuevo en esa historia?

No, no lo hay. Todo eso se ha publicado cien veces, lo mismo que otras hipótesis, conjeturas o conspiranoias muy diversas y más o menos imaginativas sobre el asunto, pero que tienen todas un nexo común: repetir que la llamada “versión oficial” es falsa y que el Rey estaba detrás de un golpe de Estado... que él mismo paró, porque nadie más que él podía pararlo. Y así lo hizo.

El libro es, pues, la misma vieja fantasía contada de otro modo, con las piezas ordenadas de manera distinta. ¿En qué consiste, pues, la novedad que aporta Pilar Urbano?

En los diálogos. En las conversaciones secretas. En los testimonios que avalan irrefutablemente, siempre según la autora, que el Rey estaba detrás de todo. O de casi todo. Son conversaciones de extrema violencia verbal entre el Rey y Suárez, en las que nadie más estaba presente: “Uno de nosotros dos sobra” (el Rey); “Nos la has metido doblada (...) Esta situación la has provocado tú” (Suárez); “Me estás amenazando, so cabrón. Tú no puedes retirar tu dimisión como presidente... ¿Todavía no te has enterado de que ha sido a ti a quien han dado el golpe?... Políticamente estás muerto” (el Rey). Todo esto con la cinematográfica presencia del perro de don Juan Carlos, Arky, excitadísimo y dispuesto a lanzarse a dentelladas contra el presidente del Gobierno.

Ciertamente apasionante, como muchas otras escenas de igual o parecida temperatura dramática que hay en el libro. Pero la pregunta sale sola: ¿cómo supo todo eso Pilar Urbano? Las más jugosas de esas escenas y conversaciones se produjeron en privado. Nadie más que los protagonistas las vio ni las oyó. ¿Cómo puede la periodista repetir hoy con semejante exactitud los diálogos que mantuvieron, hace 33 años o más, el Rey y Suárez, o Armada, o Sabino Fernández Campo, o tantos otros? En resumen, ¿de dónde ha sacado todo eso Pilar Urbano? Sobre el 23-F se ha escrito casi tanto como sobre la Guerra Civil. Se han publicado cientos de libros. ¿Nadie más que Pilar Urbano ha logrado, en tres décadas, desentrañar la verdad? ¿Y cómo lo ha conseguido? ¿Cuáles son sus pruebas, sus fuentes de información?

El libro contiene nada menos que 69 páginas de notas clasificadas por capítulos en las que la autora cita sus fuentes documentales y testimoniales. Es decir, quién se lo contó todo. Las frases se repiten una y otra vez: “Adolfo Suárez a la autora”. “Sabino Fernández Campo a la autora”. “Relato de algunos pasajes por Agustín Rodríguez Sahagún a la autora”. “Santiago Carrillo, a la autora”. “Gutiérrez Mellado a la autora”. Y así con muchos personajes más.

El único problema es que todos esos están muertos. El último en irse ha sido el propio Suárez, de quien Pilar Urbano dice que, para él, “estaba clarísimo que el alma de la operación Armada era el Rey y que [la iniciativa] nació en Zarzuela”. Suárez falleció el pasado 23 de marzo y llevaba casi una década enfermo de Alzheimer. No parece fácil que ni él ni ninguno de los antedichos se levanten de la tumba para confirmar ahora (ni para desmentir, desde luego) las espectaculares conversaciones o revelaciones que Pilar Urbano pone en su boca.

¿Cómo demostrar, entonces, que esos testimonios son ciertos y que Pilar Urbano no se los ha, sencillamente,
 inventado?

El método más habitual para probar lo que uno pone en boca de otros es la existencia de una grabación. La voz del muerto daría verosimilitud casi irrefutable a esos testimonios.

Pero Pilar Urbano, según ha dicho ella misma muchas veces, jamás utiliza grabadora. Ni toma notas en sus entrevistas. Se fía nada más que de su memoria. Esas grabaciones, pues, no existen.

Otra forma de probar la veracidad de esos testimonios es acompañarlos de otros testimonios de gente viva que ratifique los hechos.

Eso sí lo hace Pilar Urbano. Su libro está repleto de frases y relatos de protagonistas o testigos de aquellos años y de aquellos hechos.

En el índice onomástico de La gran desmemoria, Rafael Arias Salgado, ministro de la Presidencia con Adolfo Suárez, por ejemplo, tiene 36 menciones. El teniente general Andrés Cassinello, jefe de los Servicios de Información de la Guardia Civil cuando se produjo el golpe, tiene 18. Aurelio Delgado, Lito, cuñado de Suárez, su secretario y su hombre de confianza, 26, y además aparece en la página de “agradecimientos” en que la autora reconoce la ayuda que otros le han prestado para escribir el libro. Jaime Lamo de Espinosa, también ministro entonces, tiene 9, y también está en esa página de “agradecimientos”, como el igualmente exministro Rodolfo Martín Villa (nada menos que 66 menciones). El general Fernando López de Castro, ayudante militar de Suárez, aparece también 9 veces; los exministros José Pedro Pérez Llorca y Salvador Sánchez Terán, 27 y 8, respectivamente, y el hijo mayor de Suárez, Adolfo Suárez Illana, tiene 15 menciones.

Algo muy estimable de no ser porque todos ellos, fuentes de la autora (algunos, hay que repetirlo, con especial agradecimiento) y personajes de indiscutible peso en los hechos que se relatan, han hecho público un comunicado en el que comienzan por lamentar la publicación de este “típico relato novelado-libelo, que parece tener por objeto desestabilizar las instituciones y atacar frontalmente la figura de S. M. el Rey y al presidente Suárez a través de una acusación infame y tergiversando la verdad. Los abajo firmantes, que de una u otra manera son citados con reiteración en la publicación como fuentes directas o indirectas de quien lo ha escrito, manifiestan que cuanto se pone en su boca es, según los casos, total o parcialmente falso o, en muchos casos, torticeramente manipulado. (...) No podemos sino condenar enérgicamente la infame y falsa operación política que trata de poner al descubierto  la publicación”.

Los informantes y destinatarios del sentido agradecimiento de la autora añaden a renglón seguido, en su condición precisamente de testigos directos de lo que el libro relata, que el Rey nunca estuvo detrás de ninguna operación Armada, que no fue –como afirma Urbano– el célebre “Elefante blanco” ni nada semejante, lo cual les parece una “gravísima ofensa”, y que “es el Rey y solo el Rey quien desbarata y acaba con el intento golpista y devuelve a España a la normalidad constitucional”.

Continúan las “fuentes” de Pilar Urbano: “O la persona que ha escrito el libro ha perdido definitivamente el oremus, escribiendo una novela-ficción más que un libro de rigurosa investigación histórica, o es utilizada con inexplicables fines”.

Como dice la vieja frase, “con amigos así ¿quién necesita enemigos?”. El durísimo comunicado deja la fiabilidad periodística de Pilar Urbano a los pies de los caballos. ¿Cómo responde ella? No responde. Repite una y otra vez que eso no le interesa.

No se queda ahí. Adolfo Suárez Illana, primogénito del fallecido Adolfo Suárez, ha dicho que no piensa tolerar que se le dé “una bofetada al Rey con la mano de mi padre”, y ha hecho públicas notas manuscritas inéditas y personales del fallecido presidente que desmontan, esta vez sí clara e irrefutablemente, las tesis conspiranoicas de la autora. Aurelio Delgado, cuñado y confidente personal de Suárez a cuyo testimonio atribuye la autora el relato de algunas de las famosas conversaciones “a solas”, asegura a Tiempo que hace más de quince años que no cruza palabra con Pilar Urbano. José Antonio Segurado, expresidente de la organización empresarial CEIM, a quien Urbano se refiere como “comparsa” –entre otros– de la operación Armada, desmiente todo lo que la periodista dice sobre él, asegura que esa insinuación es “inadmisible, por absolutamente falsa” y hace ver que nunca conoció al general Armada ni habló con él. Felipe González, a quien Urbano sitúa como vicepresidente del Gobierno que habría de presidir Armada y complaciente con aquella maniobra golpista, dice que Urbano “miente mucho más que habla”. El propio teniente general Cassinello dice a Tiempo, en medio de un cabreo monumental, que está “harto, pero más que harto, de todo esto”, que no quiere añadir nada más, que se remite al durísimo texto del comunicado colectivo que firmó hace días (se hizo público el día 3) y que “ojalá pase toda esta miseria de una vez”. Por último, la Casa del Rey ha calificado el libro de “pura ficción imposible de creer”.

De todo esto cabe concluir una sola cosa cierta y contrastada: la credibilidad de Pilar Urbano como periodista está seriamente en entredicho. Cuando publicas algo y prácticamente todos los implicados dicen que lo que has escrito no es verdad, incluidos aquellos a quienes das las gracias por sus testimonios; y solo te queda la actitud de don Tancredo (decir que todos se han puesto de acuerdo para mentir, por ejemplo, que hay una especie de conjura universal contra ti), hay un problema grave. Porque si no tienes pruebas, no hay noticia.

Periodismo y literatura.

No es la primera vez que le pasa. Pilar Urbano ha publicado numerosos libros que se han vendido muy bien gracias a sus espectaculares “revelaciones”. En Yo entré en el Cesid (1996) relataba con prosa magnética cómo el avión de Iberia que se estrelló en el monte Oiz (Vizcaya) en febrero de 1985, tragedia en la que perdió la vida el exministro Gregorio López Bravo, fue en realidad derribado por un misil de ETA, algo que nadie más que ella sabía y que, como escribió, fue ocultado por el Gobierno para no hacer “fracasar el pacto de Ajuria Enea, que acababa de firmarse”. Apasionante historia salvo por un pequeño detalle: el pacto de Ajuria Enea se firmó el 12
 de enero de 1988, casi tres años más tarde. Así que lo del misil quedaba claramente en el aire. Como corresponde a un misil.

No es, ni mucho menos, el único caso ni el único problema con los usos correctos del periodismo que ha manifestado la autora de La gran desmemoria. Urbano cubrió el célebre juicio del 23-F, en las instalaciones militares de Campamento (Madrid), para el diario ABC. Eso fue en 1982. Hubo que ponerle asesores que la acompañasen porque, para pasmo de los responsables del diario, sus crónicas no se parecían en nada a las que escribían los redactores de los demás periódicos. Parecían contar cosas completamente diferentes. Pero eran literariamente apasionantes, eso sí.

Pilar Urbano, que jamás graba las entrevistas, ha manifestado siempre graves problemas con los entrecomillados. Estos sirven para poner en boca de alguien una frase exacta, literal y comprobable. Pero en su libro La Reina muy de cerca, de 2008, doña Sofía parecía decir, con sus propias palabras, cosas tremendas contra el por entonces recién legalizado matrimonio entre personas del mismo sexo, sobre el aborto y sobre muchas cosas más. Cosas impensables en una persona que ocupa el puesto institucional que ocupa la Reina y a la que jamás se le ocurriría desautorizar a su propio Gobierno. Y cosas, desde luego, extraordinariamente semejantes a la opinión que sobre esos asuntos suele tener una persona del Opus Dei, organización religiosa a la que pertenece desde hace muchos años Pilar Urbano. ¿Pensaba la Reina aquellas cosas que puso en su boca Pilar Urbano? Eso nadie lo sabe. Pero la Casa del Rey (o sea, la propia Reina) las desmintió y afirmó rotundamente que doña Sofía jamás había dicho semejantes palabras. De nuevo una conversación “a solas” de la que no hay pruebas fehacientes y que es desmentida por una de las dos únicas personas que hablaban. Pero el libro, cuajado de descripciones circunstanciales (objetos, habitaciones, etc.) de lo más verosímil, se leía, eso es verdad, con la facilidad de una novela.

¿Dónde termina el periodismo veraz y dónde empiezan la literatura, la invención y la ficción?

Quizá Pilar Urbano lo sabe. O quizá eso tampoco le interesa.

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