El día que ETA consiguió echar al corresponsal de TIEMPO

24 / 04 / 2017 Fernando Rueda
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Santi Etxauz trabajó en el País Vasco y Navarra durante 25 años. Sus investigaciones le costaron varias querellas de Herri Batasuna, que siempre ganó. Finalmente, los terroristas le marcaron como objetivo.

Una imagen de Santi Etxauz en la actualidad

Una radiante mañana de mayo del año 2001, Santi Etxauz, delegado en el País Vasco del semanario TIEMPO, paseaba junto a su escolta por el centro de Algorta, ubicado en el municipio de Getxo, donde residía, cuando se topó de frente con un grupo de jóvenes de Jarrai, la correa de transmisión juvenil de ETA y Herri Batasuna (HB). Al contrario que otros amenazados que apenas pisaban la calle y recurrían a excursiones los fines de semana para escapar de sus localidades, había decidido mantener sus costumbres sociales y no renunciar a la libertad de movimientos. Incluso en ocasiones se escapaba de los escoltas para acompañar a sus hijos los fines de semana a sus actividades deportivas, acudir a San Mamés y
 reunirse con la cuadrilla a tomar potes y cenar. Se opuso a vivir en soledad, recluido en casa. Era inevitable que se cruzara de frente con los radicales que protagonizaban la kale borroka, las algaradas callejeras. Fue entonces cuando uno de ellos le observó retador, con una mirada de odio y resentimiento brutal.

En Getxo se conocían casi todos. Incluso había tenido relación, por diferentes motivos, con los padres de algunos de aquellos jóvenes “salvadores de la patria”. También media docena de ellos eran compañeros de colegio de sus hijos. Aquel semblante adolescente desencajado, crispado, irracional y fanático dejaba a las claras que figuraba en su lista negra. Esa faz retadora, cargada de resentimiento, se repitió dos semanas después. Esas señales, más el recrudecimiento de los atentados contra periodistas vascos, precipitó su exilio del País Vasco. Tomó tierra de por medio por precaución y para salvaguardar a su familia, pero mantuvo su domicilio en el País Vasco y siguió trabajando los temas de Euskadi.

El acoso de la izquierda aberzale comenzó en 1988. Aquel año Herri Batasuna le interpuso una “querella coyuntural política” por publicar el cisma abierto en el Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) que culminó con la expulsión y purga dirigida por ETA de los disidentes de HASI, la organización que entonces controlaba HB. En el juicio le tildaron de “terrorista de la pluma” pese a que la información publicada era veraz. Los querellantes buscaban que revelara sus fuentes de información, que sabían no eran policiales. Ese mismo año otro artículo sobre una dirigente de ETA, posteriormente empotrada en HB, mereció otra demanda de los seguidores de la banda. Una demanda tan absurda que el abogado de HB solo acertaba a decir que “era un mandado”, ya que lo que contaba el reportaje era cierto. Las dos querellas se archivaron. Aquella lluvia de citaciones judiciales trataba de amedrentar al periodista y a Tiempo. Pese a todo, Etxauz siguió informando con rigor, objetividad e imparcialidad.

Los etarras y su paraguas del MLNV, que agrupaba a las organizaciones sociales y políticas que obedecían sus órdenes, aconsejaron en 1995 atentar contra periodistas y empresas de comunicación “por su labor de represión contra la izquierda aberzale”. Los profesionales de la información se convirtieron en objetivos prioritarios en su estrategia de “socialización del sufrimiento”, junto a profesores, jueces y empresarios. Entre ellos situaron a Tiempo y a su representante en el País Vasco y Navarra. Hasta la derrota de ETA, cincuenta periodistas han sido protegidos por escoltas y 326, amenazados directamente. Más de un centenar abandonaron el País Vasco. Para marcar a sus víctimas, los etarras se servían de sus medios afines, que desarrollaban campañas de desprestigio hacia los considerados medios de comunicación “enemigos del independentismo”. Después, venía el atentado directo de ETA, complementado casi semanalmente con la violencia de persecución, el terrorismo de baja intensidad, caracterizado por las pintadas, las llamadas amenazantes, los cócteles molotov y los artefactos explosivos caseros contra domicilios...  En el caso de Santi Etxauz se siguió el manual. En el año 1996, los “cachorros de ETA” distribuyeron varios panfletos por sus sedes sociales en el que le acusaban de “ocultación, tergiversación, desinformación, manipulación e intoxicación informativa”, en contra de los intereses de ETA y Batasuna.

En el punto de mira

En 1998 se publicó el libro Colegas, editado por los “amigos de los terroristas”, que situó en el punto de mira a un centenar de reporteros. Al delegado de tiempo le citaban en una treintena de ocasiones. Coincidió su publicación con un recrudecimiento de los atentados, sabotajes y agresiones contra periodistas y medios de comunicación. El diario Egin se sumó a la campaña escribiendo un recuadro contra Santi Etxauz.

En marzo del 2000, cerrado el Egin por colaborar con ETA, la izquierda aberzale crea Ardi Beltza, una publicación dirigida por Pepe Rei, que, entre otros trabajos, elabora el dosier “Más de un centenar de periodistas hacen información según las directrices de Interior”. En él se decía que el delegado de Tiempo y varios corresponsales de periódicos españoles estaban al servicio de la lucha antiterrorista. Terminaban particularizando en “los Calleja, Etxauz, Landaburu y Gurrutxaga”. Dicha información constituía una sutil amenaza, todo un aviso a navegantes. En mayo de ese año fue asesinado el colaborador de El Mundo en el País Vasco José Luis López Lacalle.

Ese artículo de la revista de Pepe Rei, acusado de colaborar con ETA, se complementó en noviembre del 2000 con el vídeo El negocio de mentir, ampliamente difundido por ETA-HB en locales y asociaciones de la izquierda aberzale. Curiosamente, los únicos periodistas citados en aquel panfleto que residían en el País Vasco y que aparecían al comienzo de la grabación eran Santi Etxauz y Aurora Intxausti. El 10 de noviembre, una semana después de su distribución, la organización terrorista ETA atentó contra Aurora Intxausti, su marido y su hijo cuando salían de su domicilio en San Sebastián. Afortunadamente la carga mortífera que les iba destinada no llegó a explosionar. Ese mismo día, la Ertzaintza proporcionó escolta a Etxauz y le prohibió salir de casa hasta que le asignaran medidas de seguridad. “Tenía cena con varios amigos –recuerda Etxauz– y no falté. El trabajo con protección policial es engorroso ya que hay fuentes de información que requieren discreción. El principal problema de los escoltados es cómo asimila la nueva situación el entorno familiar. Se procura dejarle al margen pero resulta imposible que obvien ese ambiente de hostigamiento. Recuerdo que al tener sombra algunos conocidos se sentían incómodos, otros eludían saludarte y evitaban cualquier contacto, pero los buenos amigos permanecieron fieles. Los escoltas marcan a la potencial víctima y muchos ciudadanos vascos te evitan para sortear futuras complicaciones”.

La decisión más dolorosa

En la primavera de 2001 redoblaron la presión sobre los medios de comunicación y ETA asesinó a Javier Oleaga, del Diario Vasco, e hirió gravemente al periodista Gorka Landaburu. La decisión más dolorosa de Santi Etxauz de su vida tardó en llegar. “La mirada de odio de los jóvenes fanáticos del barrio –recuerda–, más algún desplante y provocación en los locales que frecuentaba en Bilbao, además de las advertencias de miembros de la Ertzaintza y de los Cuerpos de Seguridad del Estado me decidieron a tomar la dolorosa decisión de abandonar mi pueblo. Quería también proteger a mi familia. Eso sí, aunque desde la distancia, seguí trabajando los temas del País Vasco, viajando regularmente y manteniendo mi casa y empadronamiento en Vizcaya”.

El año 2004 volvió a trabajar como director de comunicación de una compañía que ha desaparecido. Cuando tenía preparado su traslado con su familia a Vizcaya, los etarras le volvieron a mentar en su boletín oficial, Zutabe, como periodista enemigo del pueblo vasco. Los directivos de la empresa de construcción en la que trabajaba no le renovaron el contrato. Así que volvió a colaborar con Tiempo como expatriado.

“Espero –concluye–, si mis ahorros lo permiten, volver a mi ciudad con mi gente y que esa historia de odio y sinrazón no vuelva a germinar en futuras generaciones. El deber de un periodista es informar, de manera que ayude a la humanidad a la convivencia y a no fomentar el odio y la arrogancia. Ese es el trabajo que realizamos cientos de periodistas anónimos, más visibles en Euskadi, y pagamos, como otros sectores sociales, un alto precio por informar. La paz en convivencia implica no olvidar y requiere recuperar la memoria de los años de plomo, para que las futuras generaciones no recurran al terrorismo y respeten la libertad, la democracia y los derechos humanos”.

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