El día que el PSOE se rompió

30 / 09 / 2016 Luis Calvo
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El PSOE se descompone en una guerra civil sin precedentes. Sánchez, atrincherado en Ferraz, promete dar batalla. 

La guerra está abierta. El PSOE, completamente roto. Ni siquiera los más veteranos, aquellos jóvenes que pusieron de nuevo en pie el partido tras la dictadura, recuerdan un momento en el que la formación estuviera tan cerca de hundirse por culpa de una guerra orgánica, por la lucha por poder interno. El enfrentamiento, larvado durante meses y cocinado a fuego lento con rencores antiguos, es fratricida. Todos en el PSOE se han visto en las últimas horas obligados a tomar partido en una batalla en la que la mitad de sus dirigentes está dispuesto a acabar con la otra mitad, con sus compañeros de escaño, Gobierno o ejecutiva, con sus amigos. Sin piedad. A muerte.

La presentación de la dimisión en bloque de 17 miembros de la Ejecutiva para forzar la caída de su secretario general es el último episodio de un conflicto que comenzó hace algo más de dos años con la elección de Pedro Sánchez y que ha ido in crescendo hasta hacer las posiciones irreconciliables, no solo desde el punto de vista político sino con odios personales que han llegado a hacer el ambiente del partido irrespirable.

Tanto que la dirección no permitió el paso a Antonio Pradas, hombre de Susana Díaz en Madrid y uno de los dimisionarios, ni para recoger sus efectos personales. Optó en cambio por hacer oídos sordos al reto lanzado por los críticos y se negó a perder el control de Ferraz. Para ello el núcleo duro de Sánchez se aferra a la literalidad del artículo 36 de los estatutos socialistas: “Cuando las vacantes en la Comisión Ejecutiva Federal afecten a la Secretaría General, o a la mitad más uno de sus miembros, el Comité Federal deberá convocar Congreso extraordinario para la elección de una nueva Comisión Ejecutiva Federal”. En otras ocasiones, cuando ha habido vacíos de poder, autonómicos o nacionales, el periodo hasta que se celebra dicho congreso ha estado pilotado por una gestora, que nombraría el propio Comité Federal. Pero los estatutos no dicen nada al respecto.

En lugar de dimitir y dar paso a esa gestora, Pedro Sánchez y su núcleo duro han optado por atrincherarse. Ninguno de ellos parece dispuesto a renunciar al anclaje orgánico que Ferraz proporciona de cara a renovar el mandato. Bajo sus órdenes, la mermada Comisión Ejecutiva, de la que solo quedan 18 miembros de los 38 originales, pretende seguir rigiendo el día a día del partido hasta que se elija una nueva dirección. Su intención es convocar un nuevo Comité Federal que a su vez convoque un congreso, de forma que el sector crítico no pueda en ningún momento tomar decisiones que hipotequen el futuro del PSOE, como una hipotética abstención.

Congreso a pesar de todo

 Si la estrategia funciona, algo que está por ver, los críticos solo habrían conseguido ganar algo de tiempo. El congreso se celebraría igualmente y con las mismas normas que aplican en este momento, por lo que en última instancia seguirían siendo los militantes quienes se pronunciaran sobre el liderazgo del partido y en consecuencia sobre si avalan el “no es no” del que ha hecho bandera Pedro Sánchez en los últimos meses. Mientras, los críticos aseguran que ya no existe ninguna Ejecutiva y que serán otros compañeros los que se hagan cargo del partido.

El empecinamiento de unos y otros podría acabar decidiéndose en la Comisión de Ética y Garantías, que tiene la última palabra en la interpretación de los estatutos y contra la que no cabe más recurso que el judicial.

La rapidez y crudeza con la que se ha desencadenado el mayor conflicto orgánico del PSOE en su historia ha sorprendido a todas las partes, pero es consecuencia directa de las acciones de unos y otros. En la última semana, tanto la dirección como los críticos habían estado tirando de la cuerda convencidos de que los otros acabarían soltando su extremo antes de que se rompiera. Ambos se equivocaban.

El tira y afloja

 El anuncio de la convocatoria del 39º Congreso Ordinario, pendiente de fecha desde principios de este año, para resolver de una vez por todas el problema de liderazgo que arrastra el partido fue interpretado por el sector crítico como una encerrona, un intento de desautorizarles frente a los militantes y cerrarles definitivamente la puerta a una futura sucesión orgánica. 

Lo era. El lunes, Pedro Sánchez aseguró que en el futuro congreso so-
 cialista él defendería ante las bases, igual que ha hecho hasta ahora a pesar de
 las voces discrepantes del partido, un No rotundo a Mariano Rajoy. “Quien tenga un proyecto mejor, que dé un paso al frente”, desafió al tiempo que animaba a los partidarios de la abstención a no esconderse y hablar claro. Trasladado al imaginario socialista, que rechaza un Gobierno del Partido Popular por encima de todas las cosas, solo podía haber una lectura: “O yo secretario general, o Rajoy presidente”.

La simplificación, aunque tramposa, funcionaba en el discurso que Ferraz había estado construyendo de resistencia a las presiones internas y externas. Ningún socialista en su sano juicio puede defender ante los militantes una abstención para mantener en Moncloa a un Ejecutivo del PP sin acabar de golpe con todo su capital político.

Los plazos, además, estaban pensados para jugar a favor del secretario general. Incluso si otro candidato se apuntara, como él, al No inamovible a Rajoy, los militantes estaban llamados a votar el 23 de octubre, solo una semana antes de que termine el plazo para formar Gobierno y se tengan que convocar elecciones. Ganase quien ganase en las primarias, es muy probable que no tuviera tiempo de armar un Ejecutivo y el país volviera una vez más a las urnas.

La única estrategia posible para los críticos era evitar la convocatoria inmediata del congreso. Desde el anuncio del lunes hasta primera hora de la tarde del miércoles, las principales federaciones críticas (Andalucía, Castilla-La Mancha, Extremadura, Valencia, Aragón, Asturias) estuvieron intentando convencer a la mayoría de los 35 miembros de la Ejecutiva para que dejasen el cargo. Querían tener al menos 18 dimisiones para dejar en minoría a Sánchez dentro de su actual dirección. No lo consiguieron. Solo 17 estamparon su firma en el documento. Sin embargo, la dirección socialista tenía ya tres vacantes respecto a la composición que salió del pasado congreso extraordinario: Pedro Zerolo por su fallecimiento, y José Ramón Gómez Besteiro y Javier Abreu por renuncia. Son, por tanto, un total de 20 vacantes en una Ejecutiva original de 38 miembros. Mayoría. La interpretación de los críticos es que no importa la razón por la que los puestos han quedado vacantes, sino que superen el 50% del órgano.

Militantes contra notables

 Más allá de los números que puedan presentar unos y otros, el debate en el PSOE, y el que acabará configurando sus órganos de poder, gira en torno a quién debe tener la última palabra en las decisiones que afectan al partido. Hasta hace poco más de dos años, las primarias se limitaban a la elección de candidatos electorales. Los secretarios generales, verdaderos rectores del partido, eran elegidos por delegados en un congreso.

Fue Eduardo Madina quien en 2014, con su lema “un militante, un voto”, logró que se diera la palabra a los afiliados frente al aparato en la elección del líder. Su estrategia cortó el paso a Susana Díaz, que confiaba más en su poder orgánico para amarrar delegados que en su tirón entre las bases. Para vengarse apoyó a Sánchez, que gracias al voto andaluz venció al diputado vasco.

Curiosamente, hoy las tornas han cambiado. Susana Díaz ha liderado la mayor revuelta histórica de notables y barones socialistas contra un secretario general, el mismo al que aupó hace solo dos años. Junto a ella, como uno de sus hombres de confianza está precisamente Eduardo Madina, pero también la enorme mayoría de los presidentes autonómicos (todos menos la balear Francina Armengol) y buena parte de la vieja guardia. No en vano, tras la revuelta están todos los exsecretarios generales del partido: Felipe González, Joaquín Almunia, José Luis Rodríguez Zapatero y, en un lugar destacado, Alfredo Pérez Rubalcaba. Todos ellos son hombres de aparato. El movimiento, de hecho, no solo pretende apartar a Sánchez de la secretaría general. También devolver el poder orgánico a las federaciones frente a los militantes.

Entre los altos dirigentes socialistas existe el convencimiento de que los afiliados del partido están políticamente más a la izquierda que sus notables. Si ellos hablan, Sánchez tiene aún una bala para volver a la secretaría general. La duda que asalta a sus fieles es si le permitirán usarla antes de arrebatarle la pistola. 

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