Del Cupo al cuponazo o cuando el más sensato es Montoro

01 / 12 / 2017 Agustín Valladolid
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El debate sobre el Cupo es legítimo, pero conviene no abordar un problema sin antes garantizar que no se provoca otro mayor.

El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, en el Congreso. Foto: Zipi/EFE

Cataluña lo pudo tener y no lo quiso. Fue Jordi Pujol quien, en 1980, se negó en redondo a que Cataluña asumiera el modelo vasco de financiación, que por aquel entonces negociaban el ministro de Hacienda de la UCD, Jaime García Añoveros, y el conseller de Economía de Convergència, Ramón Trias Fargas. Pujol no quería de ninguna manera que la Generalitat contrajera en solitario la ingrata tarea de recaudar impuestos, y que Madrid dejara de ser, al menos en ese terreno, el malo de la película. Y es que, toda la vida de Dios, eso de quitarle al ciudadano parte de su estipendio ha estado muy mal visto y ha restado votos a quien lo hace. Así que Pujol decidió que era mucho más rentable el victimismo que echarse sobre sus espaldas toda la responsabilidad fiscal de Cataluña.

No ocurrió lo mismo con los dirigentes nacionalistas de Euskadi que, después de que la Constitución de 1978 reconociera los derechos históricos forales, se aplicaron en su desarrollo a través de lo que se conoce como el Cupo, o la cantidad que los vascos pagan al Estado por los servicios que este presta en aquella comunidad. Desde entonces, cada vez que hay que renovar el Cupo se producían las discusiones de rigor sobre la cantidad, sin que el acuerdo, fruto de la obligada negociación, fuera cien por cien compartido por las partes. Pero había acuerdo sin que se pasara a mayores, y el sistema ha funcionado, aportando una estabilidad muy necesaria en un territorio azotado por un terrorismo que lo distorsionaba todo, empezando por la convivencia y acabando por las dificultades que la violencia añadía a la racional planificación de las inversiones y la utilización adecuada de los recursos disponibles.

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