De la moción de censura a la de confianza

16 / 06 / 2017 Agustín Valladolid
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La moción de censura de Podemos ha sido el primer examen sobre un futuro entendimiento entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez.

Pablo Iglesias, durante la moción de censura en el Congreso. Foto: Juan Manuel Prats

El martes pasado Mariano Rajoy le dijo a Pablo Iglesias una frase que le gusta repetir, “somos una nación ejemplar”, como tirándosela a la cara, como dando a entender que Podemos trabaja para convertir a España en otra cosa, en una nación venida a menos, en Venezuela sin ir más lejos. La moción de censura, ideada inicialmente para reforzar la imagen de Podemos como única oposición, tuvo que ser reescrita después de que las primarias socialistas resucitaran a Pedro Sánchez.

El objetivo ya no podía ser arrinconar al PSOE que se abstuvo para que Rajoy pudiera gobernar y dar estabilidad al país. Ese PSOE traidor había dejado de existir por obra y gracia de la voluntad de la militancia, y hubo que cambiar a toda prisa el guion. No sin antes intentar una maniobra de verdadero contorsionismo político al ofrecer a Pedro Sánchez retirar la moción si el repuesto líder socialista presentaba una propia.

No estoy seguro de que fueran conscientes los militantes socialistas, que dieron la espalda a Susana Díaz y apoyaron a Pedro Sánchez, de que con su voto iban a provocar, en un solo acto, libérrimo e indivisible, tres movimientos de tierras que van a marcar lo que queda de legislatura. A saber: el achicamiento de la zona de influencia de Podemos, el probable ensanche parcial de la de Ciudadanos y el seguramente menos buscado: la reafirmación del liderazgo de Mariano Rajoy.

Al decaer el propósito original de la moción, desacreditar al PSOE de Susana Díaz (ni una sola referencia crítica de Irene Montero contra el PSOE en más de dos horas de intervención), la iniciativa se transformó en el primer acto de la que podría llegar a ser con el tiempo la segunda tentativa de formar, desde la izquierda, un Gobierno alternativo al del PP. No porque Sánchez e Iglesias hayan realizado ya, necesariamente, algún avance en ese sentido, sino para no arruinar futuros acuerdos.

Removido el obstáculo de la presidenta andaluza, el plan de Sánchez para llegar al poder requiere el cumplimiento de dos variables: mantenerse por delante de Podemos en unas futuras elecciones, y para ello ha de moderar el discurso más radicalizado que utiltizó en la campaña de primarias, y que Iglesias, como alguien ha descrito con agudeza, se “errejonice”, que reniegue en parte de Vistalegre II y module su izquierdismo para hacer posible y verosímil el futuro pacto de las izquierdas dirigido a expulsar al PP del poder. Esta hipótesis de trabajo tiene como dificultad principal la resistencia que va a oponer el sector más radical de Podemos, pero es la única posibilidad real de que una coalición de izquierdas le doble el pulso en un futuro a la otra alianza política que el tiempo acabará por confirmar, la del PP y Ciudadanos. La moderación de Iglesias es además condición necesaria para que el segmento más templado del votante socialista no huya hacia Ciudadanos y acepte consolidar con su voto la recomposición de una alternativa de izquierdas con opciones de gobernar

Primer examen

Podría por tanto decirse que la moción de censura, más allá de lo visible, tuvo un trasfondo paralelo, en tanto daba la impresión de estar asistiendo al primer examen sobre la voluntad de entendimiento entre Iglesias y Sánchez. Una voluntad que tiene como elemento a favor la muy similar concepción que sobre la política y el poder tienen ambos personajes y que incluye, como paso previo a su aplicación práctica, la ruptura generacional, la consumación del divorcio con la España de la Transición que tanto Sánchez como Iglesias consideran imprescindible para desembarazarse de la vieja socialdemocracia, que entienden irrecuperable, y de sus símbolos, y abrir una nueva etapa en la Europa de la globalización en la que las formas tendrán más importancia que el fondo.

Léase lo que sigue como una postdata: justo ahora, cuando se cumplen 40 años de las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, de la matanza de Atocha, de la Ley de Amnistía, de las penúltimas carreras delante de la Policía franquista, y de la inmensa corriente de energía positiva y de ansias de libertad acumuladas que liberaron aquellas recuperadas urnas, se diría que hay quienes, como Alberto Garzón, parecen incapaces de construir un futuro sin criminalizar a los que les precedieron. Lástima.

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