Cuando El Pardo fue una feria de rumores

18 / 11 / 2015 Alfonso S. Palomares
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Los rumores sobre la muerte del Caudillo se desataron un mes antes de su fallecimiento, convirtiendo los alrededores de su residencia en un hervidero de periodistas

A media mañana del viernes 17 de octubre de 1975, Walter Haubrich, corresponsal del Frankfurter Algemeine Zeitung, llamó a la redacción de la revista Posible para saber qué había de cierto en el rumor de que Franco había sufrido un infarto. Una hora después, el rumor era un clamor general que precisaba incluso que le había dado en pleno Consejo de Ministros. En todas las redacciones estalló la fiebre de los teléfonos, pero desde los despachos oficiales del Pardo o de la presidencia del Gobierno en el paseo de la Castellana, 3, en Madrid, nadie confirmaba ni desmentía nada. A las cinco de la tarde varios periodistas españoles y extranjeros localizaron en su consulta al doctor Pozuelo, médico personal del jefe del Estado, para que les informara sobre su estado de salud, Pozuelo respondió con una pregunta: “¿Qué mejor prueba quieren de que el rumor es falso que el hecho de que yo esté pasando consulta?”. Sus palabras rebajaron la temperatura de los ánimos exaltados, la gravedad había sido rebajada a una afección gripal. En la prensa internacional hubo alusiones a la precaria salud de Franco, pero con las declaraciones del doctor Pozuelo y otras desde distintos aledaños del poder, lo periódicos ingleses, franceses e italianos daban el episodio como superado sin grandes alardes tipográficos.

El lunes 20, las cosas cambiaron en el paisaje de los medios de comunicación  internacionales, fue a partir de un pequeño suelto en la sección Periscope del semanario estadounidense Newsweek afirmando que la salud del general Franco era alarmante. La noticia fue recogida y lanzada a todos los rincones del mundo por emisoras, teléfonos y teletipos abriendo los informativos con gran relieve. En España, donde se habían apagado los rumores, los medios volvieron a incendiarse. Los mecanismos informativos se pusieron en marcha, España se había convertido en epicentro de la información internacional y la incertidumbre política que podía abrirse en España era objeto de análisis y preocupación en las cancillerías de medio mundo, principalmente en las de Estados Unidos y en las europeas.

Pero quien seguía con más atención los acontecimientos era el rey de Marruecos, Hassan II, que estaba dispuesto a apoderarse del Sáhara español al precio que fuera. Para conseguirlo había montado la Marcha verde. El día 21, la estación de radio y televisión norteamericana ABC informó de que en El Pardo se había producido el fatal desenlace, Franco había muerto. En unos minutos la noticia dio la vuelta al mundo y todas las embajadas acreditadas en Madrid empezaron a recibir llamadas de sus Gobiernos sembrando el desconcierto entre el personal diplomático ayuno de noticias. La Casa Civil emitió un comunicado desmintiendo rotundamente la noticia y se calmaron las aguas. La noticia del fatal desenlace de Franco no la había dado el corresponsal en Madrid, ni ningún periodista norteamericano acreditado en España, la dio el periodista John Scali, que cubría para la emisora el Departamento de Estado. Según declaraciones posteriores de Scali para justificar el imperdonable patinazo, le habían dado la información en el Departamento de Estado y la noticia tenía su fuente original en medios diplomáticos estadounidenses acreditados en Madrid.

El embajador indiscreto. Eso de que el origen de la noticia estaba en medios diplomáticos de Madrid debió de ser verdad porque a las redacciones españolas había llegado el rumor de que se acercaba la muerte del dictador y se daba por cierto que estaba firmado el traspaso de poderes al príncipe Juan Carlos. Aseguraban que el origen del rumor estaba en una confidencia del embajador de EEUU, Wells Stabler. Ningún medio español se atrevió a publicarlo, pero la temperatura subió muchos grados, en las redacciones sabíamos que el presidente Carlos Arias Navarro había estado en El Pardo, también don Juan Carlos, las agencias estaban tensas por ser las primeras en dar la noticia, no solo las españolas sino las grandes como AP, Reuter o France Presse, pero tampoco querían dar un paso en falso como el de la ABC, que les causaría una grave erosión a su credibilidad. Supimos que Arias Navarro había comido con Alejandro Rodríguez de Valcárcel, presidente de las Cortes, en el restaurante Zalacaín y posteriormente visitaba a Juan Carlos en el palacio de la Quinta, regresaba a su despacho en Castellana 3 y de allí, a las siete de la tarde, se iba al Pardo para después volver a visitar al Príncipe en La Zarzuela.

La plazoleta del Pardo estaba llena de periodistas, muchos periodistas, especialmente corresponsales extranjeros y de las nuevas revistas que apostaban por un futuro democrático sin perfume franquista. La más emblemática era Cambio 16, pero también estaban Cuadernos para el Diálogo, Posible, Sábado Gráfico, Guadiana, Triunfo, Doblón, Andalán y otras. El Pardo era una feria de rumores, pero ninguna información concreta hasta que a las ocho y media de la tarde la Casa Civil del Caudillo hacía público el primer comunicado oficial sobre la salud del jefe del Estado: “Insuficiencia coronaria aguda”. Al día siguiente a mediodía todos los medios explicaban lo que era una insuficiencia coronaria, en los días siguientes hasta su muerte conocimos mucho de anatomía a causa de los males que afectaban el cuerpo del Generalísimo. Madrid y toda España eran un mar de rumores que tenían como gran referente El Pardo.

Al atardecer El Pardo volvía a llenarse de periodistas aparte de los que cubrían la información durante todo el día. Los teléfonos de los bares, e incluso los de las casas particulares, se utilizaban para comunicar con las redacciones y dictar crónicas urgentes. Todos los altos personajes que salían y entraban eran objeto de análisis por parte de los informadores, se les describía el semblante al entrar y al salir, también tenían como centro de observación La Zarzuela, la presidencia del Gobierno y las Cortes. Los medios comentaban que Arias había estado cuarenta minutos con Franco, que Rodríguez de Valcárcel había visitado al Príncipe, que Fraga había vuelto de Londres, donde era embajador, que Juan Carlos había consultado con su padre una posible interinidad. Más tarde se supo que Fraga continuaba en Londres. A medida que la enfermedad avanzaba de manera irreversible a pesar de la carnicería a la que le sometían los cirujanos, primero en El Pardo y después en el hospital de la Paz, la cita con la muerte se daba por segura, especialmente a partir del momento en que el Príncipe asumió los poderes del jefe del Estado. Los medios internacionales se ocupaban en apuntar hipótesis sobre el posfranquismo, hacer balances sobre el franquismo y describir la personalidad del Príncipe. Por el semanario francés Le Journal du Dimanche, supimos que don Juan Carlos medía 1,80, pesaba 77 kilos, tenía un perímetro torácico máximo 104 centímetros...

¿Franquismo sin Franco? También se especulaba con sus ideas y sobre si iba a continuar la obra de Franco o conducir el país hacia la democracia. Había un consenso común desde Le Monde al Times de que el franquismo sin Franco era imposible. Los corresponsales Harry Debelius, Walter Haubrich o William Chrislett entrevistaban a los líderes de la oposición sobre el tan añorado futuro. Le Monde hizo un editorial bajo el título: “¿Regreso a Europa?”, donde sostenían que la ruta del progreso para España pasaba por Bruselas y por París, donde el último febrero se le aconsejó que procediera a organizar elecciones. El periódico L’Aurore en el artículo “El delfín al timón”, que arrancaba en primera página, afirmaba que el futuro soberano disponía de una carta ganadora, la de la Europa del Mercado Común, que concedía todo su apoyo al delfín. La prensa norteamericana se hacía eco y comentaba las declaraciones de Henry Kissinger prometiendo cooperar a fondo con don Juan Carlos, pero había que esperar a que el acontecimiento fuera realidad. El corresponsal del New York Times, William Chrislett, declaró más tarde refiriéndose al espíritu con el que actuaban los corresponsales y los enviados especiales extranjeros: “Nos identificamos mucho con el proceso de cambio, lo cual, sin duda, influyó a veces demasiado en nuestras crónicas.” El semanario L’Express señalaba la importancia de España en el paisaje internacional, ya que es un inmenso portaviones entre Europa y África, entre el Atlántico y Mediterráneo.

Cuando sucedió lo irremediable, la prensa internacional le prestaba más atención al futuro de la nueva España bajo Juan Carlos que a los funerales del dictador, a los que solo asistió un presidente extranjero, el chileno Augusto Pinochet.

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