Así negoció Alcalá-Zamora la caída de Alfonso XIII

08 / 04 / 2011 0:00 ANTONIO RODRÍGUEZ [email protected]
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Niceto Alcalá-Zamora revela en sus diarios, perdidos durante más de 70 años, cómo negoció la salida del monarca del país en abril de 1931.

08/04/11

DEL 12 AL 14 DE ABRIL de 1931 se produjo en España un cambio político tan pacífico que no había tenido precedentes en Europa. Acostumbrado el Viejo Continente a revoluciones como la francesa de 1789 o la rusa de 1917, que dejaron infinidad de cadáveres, o a destronamientos que requirieron de la intervención del Ejército a base de golpes de Estado castrenses, el parto republicano en España fue un ejemplo de civismo que sorprendió a propios y extraños.

En aquellos días cruciales, en los que el país se acostó monárquico el 13 de abril y se levantó republicano al día siguiente sin que se pegase ni un tiro, el bando republicano estuvo liderado por Niceto Alcalá-Zamora (Priego de Córdoba, 1877-Buenos Aires, 1949), quien luego se convertiría en el jefe del Gobierno provisional durante unos meses y en el primer presidente de la Segunda República, de diciembre de 1931 a abril de 1936.

Tanto su primer volumen de memorias manuscritas, que abarca desde su niñez hasta el final de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, como el segundo, titulado Recuerdos de la victoria republicana, escrito en 1932 y que cubre el final del reinado de Alfonso XIII y los primeros pasos de la joven República, han estado ocultos durante más de 70 años, así que constituyen un testimonio esencial para entender aquel cambio de régimen político que asombró a medio mundo.

Alcalá-Zamora analiza en su primer libro de memorias, al que ha tenido acceso Tiempo, las consecuencias del golpe militar del 12 de septiembre de 1923, en el que ve un culpable de aquella interrupción constitucional que se prolongaría hasta 1930. “Fue el monarca quien concilió y acarició el plan, contando siempre con utilizar el Ejército, su debilidad y su temor, pero sin pensar en Primo de Rivera como caudillo”, afirma Alcalá-Zamora, quien había sido ministro de Guerra (el equivalente a Defensa) hasta unos meses antes del golpe y que conocía muy bien a los generales. En su opinión, el rey vio al final a Primo de Rivera como un “elemento indispensable por su mando sobre la inquieta guarnición de Barcelona y su carácter ambicioso”.

En su último encuentro con Alfonso XIII, Alcalá-Zamora intuyó el germen del golpe. Fue el 11 de mayo de 1923 y notó que había perdido la confianza del monarca, al regreso de este de un viaje oficial a Bélgica. “Cuando le enteré de la dimisión [como ministro de Guerra], con glacial respuesta, casi desatenta, se limitó a decirme: ‘Casi es un bien, al punto a que han llegado tus relaciones con [Santiago] Alba”. Sin embargo, el político cordobés opina que las maniobras de Alfonso XIII buscaban sacarle del Ministerio de Guerra para que su “dócil” sucesor le dejara “disponer las combinaciones de mandos”, en las que él no transigía, “seguro de la conspiración triunfante”.

Rumores de golpe en Suecia.

Lo más curioso es que Alcalá-Zamora recibe los primeros rumores del golpe de Estado de 1923 durante el mes de agosto, cuando se encuentra en Gotemburgo en una reunión internacional sobre desarme organizado por la Sociedad de Naciones. La noticia le llega “de labios de socialistas suecos”, que le hablan de una asonada militar inminente en España. “Al notar mi sincero asombro, en vez de encontrarme enterado, cual suponían, recogieron rápidamente velas, cortando la conversación en que habían entrado de lleno”, cuenta en sus memorias. El hecho de que Primo de Rivera respetase de inicio al PSOE de Pablo Iglesias dentro de una aparente legalidad, llevó a Alcalá-Zamora a elucubrar si a estos socialistas suecos les había llegado alguna información de sus colegas españoles a través de la II Internacional, en la que estaban presentes las formaciones socialdemócratas de entonces.

Con la caída en desgracia del régimen primorriverista a finales de enero de 1930, empieza un Gobierno aperturista encabezado por el general Berenguer. Una dictablanda que no convence a Alcalá-Zamora, quien manifiesta la “culpabilidad incorregible” del monarca, al que ve como el “verdadero asiento del régimen absolutista del que fue máscara y se creyó eje el dictador”.

El progresivo republicanismo de Alcalá-

Zamora le lleva a participar en el otoño de ese 1930 en el complot de San Sebastián, en el que los partidos republicanos organizan una insurrección para derribar a la Corona. Los conspiradores cuentan desde el principio con el general Gonzalo Queipo de Llano, “constante en la oferta y cumplidor en la acción”, pero también con la “adhesión espontánea y leal” del general Miguel Cabanellas, y la del por entonces gobernador militar de Guinea, el general Miguel Núñez de Prado.

De las notas de Alcalá-Zamora, lo más sorprendente es que a principios de octubre intentó atraerse a la causa al entonces coronel José Enrique Varela, uno de los héroes de la guerra de África y que luego tendría un enorme protagonismo en la contienda civil al lado de Franco. Ambos mantuvieron una reunión secreta en un caserío de la carretera de Córdoba a Écija para que el regimiento de Cádiz se sumase a la sublevación, pero Alcalá-Zamora no logró convencerle “para que saliera de una expectativa a lo sumo benévola”.

El 12 de diciembre de 1930 se produjo el levantamiento de la guarnición de Jaca a cargo de los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, en uno de los episodios más estudiados de aquel cambio de régimen. Los dos militares se adelantaron en tres días a los planes del Gobierno revolucionario, lo que neutralizó cualquier efecto sorpresa y provocó una violenta reacción por parte de la Monarquía. Santiago Casares Quiroga, uno de los compañeros de conspiración de Alcalá-Zamora, fue a Jaca para intentar “calmar y respetar a Galán hasta el momento más oportuno”, pero llegó en la noche del 11 y se fue a dormir a un hotel sin avisarle de que el levantamiento se había retrasado unos días.

Aquella decisión de Casares Quiroga fue el principio del fin de la sublevación, sin embargo Alcalá-Zamora le exonera de toda culpa. A su llegada a la ciudad pirenaica, explica en Recuerdos de la victoria republicana, “nada de anormal, ni como síntoma, se percibía” y fueron los tiros del movimiento desatado por Galán, “con quien le fue imposible hablar”, los que interrumpieron su “agitado sueño” e iban a frustrar el movimiento “tan afanosamente preparado”.

Es más, el futuro presidente de la República subraya que nunca se llegó “a fijar y menos a comunicar” una fecha para la sublevación, que finalmente sería el 15. Una vez consumado el fracaso del levantamiento, Alcalá-Zamora fue detenido y encarcelado hasta marzo de 1931. Tras su paso por la prisión y el advenimiento de la Segunda República, pudo reflexionar sobre lo ocurrido en aquellos meses. “Aunque el daño [de la sublevación de Jaca] pareció de momento grave e irreparable, [...] fue mejor nacimiento para la República el hecho legal de la voluntad ciudadana ocurrido en abril, que la confusión revolucionaria de masas y fuerzas sublevadas del 15 de diciembre” de 1930, anotó en sus memorias.

La obra “de unos pocos días”.

La convocatoria de elecciones municipales para el 12 de abril del año siguiente sería la puntilla para la Monarquía. En los días previos los mítines de campaña fueron un excelente altavoz para los candidatos de la conjunción republicano-

socialista. Alcalá-Zamora ilustra cómo era el ambiente con una conversación que tuvo el 29 de marzo a la salida de un mitin con Miguel de Unamuno, quien había sufrido destierro bajo la dictadura de Primo de Rivera. “Esto va a galope, con rapidez nunca vista”, observaba el insigne escritor y filósofo en aquel momento. “Cuando se mire desde alguna distancia la revolución española parecerá la obra de unos pocos días”, le contestó él.

Los comicios fueron muy concurridos después de casi una década sin convocatorias electorales. “Nunca se vieron los colegios electorales como aquel día. Por centenares formaban fila los electores para votar desde primera hora”, subraya Alcalá-Zamora, quien al mediodía ya sabe que el triunfo republicano es incuestionable en Madrid. “El cálculo hecho por las mesas era de nueve papeletas republicanas por cada diez y bajo el influjo de tal creencia, el desaliento de los interventores monárquicos les hacía parecer como meras figuras decorativas”, constató.

La percepción republicana el 14 de abril es que “la batalla está ganada” y Alcalá-Zamora se prepara para el asalto al poder. A las 12.30 se produce una reunión clave en casa del doctor Marañón, en la que él se reúne con el conde de Romanones, ministro de Estado y una de las figuras del liberalismo español. Este último llegó a la cita con dos propuestas en un intento por salvar a una Monarquía que se tambalea: la formación de un Gobierno presidido por Alcalá-Zamora o por otra persona “de su afecto”, pero el curso de la historia ya ha tomado otro rumbo.

“Imposible, ‘pasó el tiempo de todo eso’ le contesté, y en el acto pedí la renuncia del rey, a cuyo requisito o documento ni asintió explícito ni opuso el menor reparo” el citado conde de Romanones. Las cartas ya están echadas y Alcalá-Zamora se da cuenta de que tiene la iniciativa. Exige que se les transfiera el poder “antes de la puesta de sol” y que Alfonso XIII abandone el país.

“En cuanto al itinerario del rey y por signos, más que por palabras, reconoció que el mejor camino por ser el más corto era el de Portugal”. Sin embargo, no se fía del ministro. “Conocía lo bastante al conde para no sorprenderme ante otro itinerario que luego resultó ser Cartagena”, escribió a posteriori.

Alcalá-Zamora utilizó esa reunión con el conde de Romanones, en la que este ofreció la “capitulación monárquica que daba solución pacífica y total a la República española”, para hacer llegar al catalanista Francesc Macià el “objetivo idéntico” de un alzamiento en Madrid y el resto de España, y para convencer al general Sanjurjo, director de la Guardia Civil, de que toda oposición era inútil.

Del futuro golpista solo tiene palabras de agradecimiento por su actitud en aquel momento. “Expresó que él y la Guardia Civil estarían al lado de España, del orden y de la paz, representados por la República como lo habían estado cuando el símbolo de todo ello era la Monarquía”, indica sobre la posición de Sanjurjo, clave para que Alfonso XIII renunciase a la jefatura del Estado, aunque sin una abdicación formal ni una renuncia de derechos en favor de sus descendientes.

Ante las “veleidades” del monarca y la “discordia” que había entre miembros del Gobierno, Alcalá-Zamora y el resto de líderes republicanos dan un último golpe de efecto dirigiéndose a media tarde hacia la Puerta del Sol, sede del Ministerio de Gobernación y donde ya se congregan miles de personas. Salen en dos coches y, cuando enfilan la calle Alcalá, el gentío reconoce al Gobierno provisional y le obliga a aminorar la marcha. “Desde aquel instante y aun suplicando hasta enronquecer, tardamos sobre tres cuartos de hora en recorrer los veinte números que nos faltarían para llegar a la Puerta del Sol y al trozo de esta hasta el Ministerio”, cuenta con alborozo.

Desde el balcón principal los protagonistas de la naciente República se dirigen al público, pero “los aplausos de aquel mar viviente” ahogaban sus voces. “La revolución había triunfado sin disparar ni un tiro ni atropellar a nadie. Por la calle, sin más traba ni inquietud que el empujón formidable de la masa, circulaban alegres y tranquilos niños, mujeres, ancianos”. Abrumado por las emociones y afónico, aquel 14 de abril fue un poso inagotable de recuerdos en sus memorias. “Todo cuanto habíamos sufrido y aun arriesgado era poco, parecía nada junto a aquella victoria obtenida como en ninguna otra de las sacudidas revolucionarias que afirman la libertad de las naciones”, concluía Alcalá-Zamora a finales de 1932 al echar la vista atrás.

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