Alimentos ecológicos ¿mejores o puro marketing?

27 / 10 / 2016 Lucía Martín
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Los hay que dicen que el sello eco es una mera estrategia de marketing, y que no son alimentos más sanos que el resto. Otros, en cambio, proclaman que son más saludables para el ser humano y el medio ambiente. Entre ambos, mucha literatura y una jugosa ristra de subvenciones.

En la céntrica calle de O’Donnell de Madrid ha abierto recientemente sus puertas un supermercado ecológico: lineales impolutos, fruta variada, zumos de toda índole que invitan a la degustación, pastas, chocolates... Todo muy apetecible, pero el susto viene cuando pasas por la caja: un zumo que no llega a los 50 ml, cuesta más de 3 euros... Claro, es ecológico pensarán, y estamos acostumbrados a pagar por esta alimentación dos o tres veces más que por la alimentación convencional. Todo sea por consumir sano... ¿Realmente?

Sobre los alimentos ecológicos se escuchan voces de todo tipo, a menudo, enfrentadas. Hay quien dice que es un simple marchamo, una mera etiqueta de marketing para vender (más caro) pero que en realidad no son alimentos más sanos que el resto. Y hay otros que defienden justo lo contrario: que sí, que tienen más nutrientes y sientan mejor al cuerpo y que, además, contaminan menos el medio ambiente. Veamos.

Actualmente coexisten tres términos: orgánico, más popular en el mercado anglosajón; biológico (o bio), que se da sobre todo en Alemania y el norte de Europa, y ecológico (eco), el que conocemos en el mundo hispano. El primer reglamento de producción ecológica data de 1991. En España, desde 1993, los términos bio y eco se reservaban para alimentos de producción ecológica. La normativa sobre este tipo de producción es común en toda la UE, pero su aplicación depende de cada país. En España, las competencias, como en otros muchos ámbitos, están transferidas a las comunidades autónomas, que deciden si se encargan directamente o las subcontratan a agencias certificadoras privadas. Cada una de estas agencias, públicas o privadas, tiene un sello propio que acredita la certificación. La primera comunidad que puso en marcha una agencia certificadora fue Andalucía, que creó el Comité Andaluz de Agricultura Ecológica (CAAE) en 1991.

Etiquetados

“Que un alimento esté etiquetado como ecológico solo quiere decir una cosa: que el productor ha cumplido con la normativa europea de producción ecológica, que un inspector lo ha certificado, que el agricultor o ganadero ha pagado y le han dado el sello que permite venderlo así”, comenta en el libro Comer sin miedo J.M. Mulet, licenciado en Química y doctor en Bioquímica en la Universidad Politécnica de Valencia. Esa normativa sigue un principio: que todo lo que se ponga en el cultivo sea natural, pero eso no significa que no se utilicen pesticidas ni fertilizantes en estas producciones: “Hay una lista de fitosanitarios que son producidos por las mismas compañías que fabrican los convencionales (Monsanto, Syngenta...). No se pueden utilizar fertilizantes sintéticos, pero sí naturales”, explica Mulet. ¿Esto es mejor? No necesariamente, dice este experto: “El Spinosad, que es natural, es tóxico para las abejas, por ejemplo. También hay otros compuestos naturales autorizados muy tóxicos, como el cobre, la potasa, el alumbre... Además, en comparación con los abonos químicos, los fertilizantes naturales (como el estiércol) producen más emisiones de óxido nitroso, un potente gas de efecto invernadero”, afirma.

Y es que consideramos ecológico a la forma en la que sembraban nuestros abuelos, pero desde siempre se han utilizado pesticidas, hasta ellos lo hacían. Mucha gente que compra productos ecológicos no sabe que se usan pesticidas en su obtención: “En las encuestas de consumo [la ausencia de pesticidas] es uno de los motivos principales para comprarlos, también es cierto que se anuncian como cultivados sin pesticidas y no reciben sanciones por publicidad engañosa”, continúa Mulet.

“En el caso de que sea necesario el uso de productos por riesgos para los cultivos, solo se pueden usar una serie de sustancias de un listado limitado. Entre esas sustancias está el Spinosad, un producto producido por un microorganismo. Como cualquier producto que se use en agricultura debe hacerse en las condiciones establecidas para un uso seguro. En la mayoría de los casos, la muerte de las abejas está derivada por un mal uso de los productos más que por la sustancia en sí. El uso del Spinosad en agricultores ecológicos está sometido a las inspecciones periódicas por los organismos de control y debe ser correcto en la sustancia y la aplicación. En agricultura convencional no hay un sistema obligatorio de vigilancia del correcto uso de los productos”, defiende Francisco Masero, responsable de Industrias en el CAAE.

Autenticidad

Para producir alimentos ecológicos tienes que obtener el sello, que viene por el visto bueno de los certificadores. Estas evaluaciones se realizan como mínimo una vez al año y con cita previa. Mulet es escéptico con estas visitas: “Te tienes que fiar de que el resto del año el agricultor no eche mano de otros pesticidas”, escribe en su libro. No lo ve así Felipe Silvela, uno de los socios de la pyme de alimentación cordobesa Calsesa que, entre otros, produce un aceite de oliva ecológico: “El asunto de los alimentos ecológicos se lleva en serio y con unas medidas estrictas que garantizan su autenticidad. Todos estos alimentos están controlados por una entidad certificadora, en nuestro caso, el CAAE. Controlan todo, desde el acopio de materias primas hasta el proceso de producción y almacenamiento. Cualquier trampa o irregularidad se castiga con severidad y puedes perder tu autorización para este tipo de producción”, asegura.

La extensión de este tipo de cultivos en España alcanza ya 1.756.000 hectáreas, lo que nos sitúa como el país de Europa con más suelo destinado a esta actividad. Cerca de 33.000 empresas toman partido en este mercado y su número sigue creciendo. Las bondades que se asocian a este tipo de productos han calado entre un buen número de consumidores, empujando a muchos productores a especializarse en este sector que, según los últimos datos recabados por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, ya representa un 7% de toda la superficie agrícola.

¿Qué hay de verdad?

Al igual que pensar que la agricultura ecológica no usa pesticidas, en la mente del consumidor está muy arraigada la idea de que estos productos son más sanos que los convencionales, pero ¿realmente lo son? Aquí la respuesta depende otra vez de quién la ofrezca: “Los estudios que se han hecho comparando el contenido de nutrientes de unos y otros dan el mismo resultado, no hay diferencias significativas. Además, en el primer reglamento de producción ecológica de 1991 estaba prohibido anunciar que eran mejores para la salud, algo que desapareció en 2007”, explica Mulet en su libro.

Una investigación dirigida por la Universidad de Newcastle, sin embargo, confirma que los alimentos ecológicos son más nutritivos y saludables que los convencionales: tienen más antioxidantes y menos metales. El estudio ha sido publicado por la revista British Journal of Nutrition y afirma que contienen hasta un 60% más de antioxidantes, un 50% menos de cadmio y un 30% menos de nitratos. Según el mismo informe, es cuatro veces más probable hallar pesticidas en cultivos convencionales que en ecológicos. Este estudio contradice el realizado en 2009 por la Food Standards Agency británica, que concluía que no existían diferencias sustanciales entre unos alimentos y otros (aunque este estudio se basó en 46 publicaciones, mientras que el de la Universidad de Newcastle analizó 343).

“Es verdad que existen estudios que destacan lo saludable que son estos productos, pero falta aglutinarlos. Pero no existe una comparativa entre los ecológicos y aquellos que no lo son, al menos, no me suena que exista”, dice Desirée Rubio, secretaria general de Ecovalia, asociación andaluza que impulsa la producción ecológica.

Por otra parte, según Mulet, el argumento de que son mejores para el medio ambiente, otro de los enunciados de quienes defienden esta alimentación, tampoco es válido: según él, los pesticidas autorizados para estos cultivos no son mejores para el entorno. La polémica, como vemos, está servida.

“Las subvenciones son el principal motivo por el que la gente produce ecológico, cuando hablas con los agricultores, la mayoría son escépticos, pero como le sale a cuenta, lo hacen. Es complicado cuantificar cuánto se lleva este tipo de agricultura porque hay diferentes canales de subvenciones de distintas administraciones, pero, por ejemplo, entre 2007 y 2011, Alemania y Austria recibieron casi 250 millones de euros cada una, España un poco menos”, dice Mulet. Solo en Andalucía se habrían recibido unos 200 millones de euros en cinco años.

Mulet defiende que los que ganan dinero con este tipo de agricultura son los que no viven del campo: los certificadores, los capacitadores, las ONG que organizan cursos, ferias, congresos... y todo esto ni siquiera se paga, según él, con las ventas de esta producción, sino con las subvenciones.

Pero si la agricultura ecológica tiene estas ayudas, ¿por qué es tan cara esta alimentación? Básicamente por economías de escala y eficiencia en los cultivos: si el método de producción es menos eficiente, la producción cae y tienes que venderla más cara. “Por ejemplo, en los cultivos que necesitan más nitrógeno, la producción cae en picado. Es el caso de los cereales, donde la producción ecológica es entre un 25% y un 50% menor, el problema es que la base de la alimentación de mucha gente en el mundo son los cereales”, apunta Mulet.

“Son más caros porque el coste de producción es mayor tanto en los cultivos como en los sistemas de elaboración. Los insumos que se usan son más caros. También hay que tener en cuenta que en los últimos años, y gracias al incremento del consumo interno, los precios se están reduciendo. No obstante hay que determinar qué es caro. El consumo de productos ecológicos en Estados Unidos está asociado a una alimentación sana y resultan mucho más caras las consecuencias médicas de una mala alimentación”, dice Masero.

Además, la certificación ecológica, el sello (o los distintos sellos), no es gratuita: el coste varía en función de si se solicita para un producto vegetal, ganadero o de la industria agroalimentaria. “El coste varía, si es vegetal, depende del tipo de cultivo, de la superficie. Si es ganadería, depende del tipo de ganado, del número de cabezas”, dice Rubio. “La obtención del sello ecológico es un proceso de certificación y precisa de un sistema de revisión previa, auditoría, toma de muestras y ensayo. Después, queda sometido a control periódico. Los costes se repercuten en relación a la dimensión de la industria, sus riesgos y el número de auditorías que hay que hacer al año. Existe cierta variabilidad en los precios pero por poner un ejemplo, una almazara mediana puede estar en torno a los 700 euros anuales”, explica Masero.

 

Los que compran eco

Laurent Vaz gestiona el supermercado Epicure en Valencia donde hay un importante apartado de productos ecológicos y de comercio justo. En la parte eco pueden encontrarse cafés, chocolates, pastas, cereales... “Fruta no, porque por coste nos sale demasiado caro y además son más perecederas que el resto”, dice. ¿Tiene realmente salida la alimentación eco? “A ver, en nuestras ventas representa un porcentaje muy pequeño, pero sí que hay un público fiel, sobre todo veganos. Hay artículos que se ponen de moda y tienes que tener, como la chia y la quinoa, y es verdad que hay otros que están muy buenos, mejor que los convencionales, como el chocolate o el café. Si tienes paladar, notas la diferencia”, continúa Vaz. ¿Y la diferencia de precios? “También se nota: el café del que hablaba cuesta 3,25 euros los 250 gramos. Uno convencional, por ejemplo, sale por poco más de dos euros”. Solo en Andalucía, habría unas 1.000 industrias transformadoras de productos ecológicos y unos 1.400 productores.

Según Mulet, el perfil del consumidor de productos ecológicos en España responde a un 15% de clase alta y un 19% de clase media alta. “Consumir ecológico es una alternativa tan válida como no hacerlo, pero solo se justifica desde la elección personal, no porque sea mejor para la salud y el medio ambiente”, finaliza el profesor.

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