23-F: La historia no contada

27 / 03 / 2006 0:00 Consuelo Font
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Con profusión de datos y diálogos inéditos, uno de los grandes periodistas de la Transición, cronista político de “Tiempo”, escribe un relato novelado sobre “el último intento de acabar con la democracia en nuestro país”.

`No general, la única salida es una Junta Militar, si no, puede producirse una auténtica masacre, porque estoy dispuesto a que se reproduzca en este recinto la misma escena que en el Santuario de Santa María de la Cabeza durante la Guerra Civil’. Armada sintió un tremendo escalofrío. Tejero estaba completamente loco”. Ese fue el dramático diálogo que se produjo la noche del 23 de febrero de 1981 en el Congreso entre el general Armada y el teniente coronel Tejero, cuando aquél le reveló su proyecto de presidir un gobierno de militares y políticos, incluso de izquierdas. Le ofreció también un avión para irse de España. Tejero respondió. “General, me mareo en los aviones”. En ese momento, sobre todo después de que Milans del Bosch, a cuyas órdenes actuaba, le instó a obedecer a Armada, era consciente de que le habían engañado y amenazó con provocar una masacre en el hemiciclo y luego pegarse un tiro.

La escena pertenece al libro 23-F. La historia no contada, escrito por el periodista José Oneto que publica Ediciones B, y sale a la calle esta semana en vísperas del 25 aniversario del fallido golpe de Estado. Oneto vivió en sus carnes la intentona golpista como director de Cambio 16, el semanario estrella de la Transición. Con profusión de datos y diálogos inéditos, hace un relato novelado de un acontecimiento que, indica, “supuso el último intento de acabar con la democracia en nuestro país”.

Esta “historia no contada” deja claro que el cerebro del golpe fue Alfonso Armada en connivencia con el comandante Cortina, del Cesid, su hombre de confianza, increíblemente absuelto después en el Consejo de Guerra. También desvela los motivos por los que la intentona fracasa. Además del caos entre sus cabecillas y la confluencia de distintos golpes, hay dos elementos fundamentales: Tejero se niega a aceptar la solución Armada, reclamando una Junta Militar presidida por Milans del Bosch; y, no menos importante, a Armada, que estuvo 22 años al servicio del Monarca y decía actuar “en nombre del Rey”, se le prohibió esa tarde del 23-F la entrada en Zarzuela, privándole así de su coartada. Mérito que hay que atribuir al general Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa de Su Majestad, que según el libro hacía tiempo que desconfiaba de Armada y dio la orden de que no se le dejara entrar libremente en La Zarzuela. Fernández Campo es, según Oneto, uno de los grandes protagonistas del 23-F: “Tomó decisiones propias de un presidente de gobierno y cubrió en todo momento al Rey”.

Un Rey que vivió una de las jornadas más duras de su vida, pues aparte de ver a la Corona en un tris, fue traicionado por dos militares de su confianza: Milans del Bosh y Armada, como se deduce de sus conversaciones con ambos reproducidas en el libro. A Milans le gritó: “Te juro, Jaime, que ni abdicaré ni abandonaré España. Quien se subleve debe saber que puede provocar una guerra civil y será responsable de ello”. Peor fue el trago con Armada, que le chantajeó con que si no aceptaba una salida, aunque fuera al margen de la Constitución, “la Corona puede ser causante de una auténtica masacre”.

Otro de los grandes protagonistas a juicio de Oneto es Francisco Laína, director de la Seguridad del Estado, quien, sincronizado con Zarzuela, capitaneó un gobierno civil de subsecretarios y secretarios de Estado, para evitar que los militares aprovecharan el vacío de poder. Con la ayuda inestimable de un teléfono verde malla 0, cuyo sistema por radio le permitió contactar con el Rey y otros personajes clave. Sin olvidar que alertó a Adolfo Suárez de lo que se avecinaba.

UN ARISTÓCRATA DEL OPUS

Suárez, que había dimitido precisamente para evitar el golpe, era enemigo de Armada, pues provocó su cese como secretario de la Casa de Su Majestad. Esta aversión, unida a la personalidad del militar, un aristócrata militante del Opus, explica, según Oneto, el proceso que le llevó a promover el golpe: “Imbuido de mesianismo político y religioso quiere salvar al Rey en contra del Rey, vengándose a su vez de quien le separó del propio Rey”. También Tejero odiaba a Suárez, como refleja el libro cuando, en pleno asalto, el comandante López de Castro se identifica como encargado de la seguridad del presidente y Tejero le espeta: “¿Y por qué no lo has matado ya?”.

La historia arranca con una secuencia de los protagonistas la mañana del 23-F, ajenos a lo que se avecinaba: un Suárez que proyecta irse de vacaciones, un Felipe González preocupado por la salud de su madre, un Carrillo que recela de Calvo Sotelo o un Rodríguez Sahagún, ministro de Defensa, que, en contra de la opinión de Suárez, nombró a Armada segundo jefe de la JUJEM. “Confiemos Agustín en que no tengamos que arrepentirnos toda la vida”, le dijo el presidente.

La acción del asalto al Congreso, el largo secuestro y el posterior desenlace se desarrolla en varios escenarios como Zarzuela, el Congreso, el Hotel Palace, la Junta de Jefes de Estado Mayor, la sede del Ejecutivo al mando de Laína o el Gobierno Civil de Valencia. En paralelo a los protagonistas, el libro entreteje las vivencias de una serie de actores secundarios que son muy elocuentes. Como José María Fernández del Río, gobernador civil de Valencia, donde Milans del Bosch decretó el estado de sitio. Prisionero del gobernador militar, general Caruana, su estrategia de entregar disimuladamente a su mujer papelitos con información, permitió a Laína estar al tanto de la situación en Valencia. Ciudad que, como refleja Oneto, “parecía una reedición de la Guerra Civil. La tiendas de alimentación se saturaron. Se produjeron actos de bandidaje. Las gasolineras conocieron colas insólitas provocadas por los que querían irse de la ciudad”.

CONFUSIÓN

La mayoría de los guardias civiles que protagonizaron el asalto ignoraban su misión y a otros les dijeron que un comando de ETA había tomado las Cortes. Incluso se produjeron escenas “fratricidas” entre asaltantes y policías nacionales, como se ve en el libro: ”El guardia civil colocó el Cetme en el vientre del policía, abalanzándose sobre el revólver que colgaba de su cintura. ’¿Qué haces, me quieres desarmar?, espetó éste estupefacto. ‘Esto es un golpe de Estado’, repuso el guardia civil”.

Una confusión que refleja la historia de “Juan”, un joven número que fue sacado del baño por un teniente y montado en un autobús para una “acción antiterrorista”. Dejó una carta a su novia a medio escribir. En medio del asalto, vio un teléfono y llamó a su padre para avisar que llegaría tarde, pero no sabía ni dónde estaba. “¿Cómo se llama el edificio? –preguntó–. Ah, pa- pá, que estoy en el Congreso, en una misión antiterrorista”. Sin embargo, al avanzar la noche, se dio cuenta de que le habían metido en un lío, y podían morir todos. Se lo confía a Gutiérrez Mellado. “General, no sé cómo va a terminar esto. No sabíamos a qué veníamos”.

REHENES DE LUJO

En una maniobra intimidatoria, Tejero había sacado del hemiciclo a Gutiérrez Mellado, Suárez, Rodríguez Sahagún, Felipe González, Guerra y Carrillo. Salvo a Suárez, aislado en otra sala, confinaron al resto en el Salón de los Relojes. Estos “rehenes de lujo” sospechaban que, aunque el golpe fracasara, como intuyeron al no llegar la anunciada “autoridad militar”, Tejero no les iba a perdonar la vida. Sus pensamientos, reflejados en el libro, indican la tragedia que flotaba en el ambiente: Gutiérrez Mellado quería morir con dignidad, con su uniforme de teniente general; también Carrillo se preparaba moralmente para su fusilamiento; Guerra se recreaba en la imagen de su hijo, Alfonso, de año y medio; y Felipe González sentía inmensa tristeza pensando, si es que salían vivos, en la represión que se iba a producir y en empezar de nuevo en la clandestinidad. “Qué largo será el camino”, pensó. Sombríos pensamientos que también rondaban entre algunos diputados, como el centrista Antonio Morillo, de Cádiz. Pensaba que si salía vivo, a lo mejor tendría que abandonar su pueblo, Vejer, del que era alcalde. ”Allí podrían reproducirse los fusilamientos como en la Guerra Civil. Es más seguro Madrid”, se decía a sí mismo.

La dramática espera culminó a las 12 de la mañana del 24 de febrero, hora en que los diputados abandonan la Cámara flanqueados por los asaltantes: Tejero, tras la negativa de sus hombres a seguirle en su orgía de sangre, había firmado la rendición. Pero el 23-F estaba ya sentenciado desde que Milans, por orden del Rey, anuló el estado de sitio en Valencia. Y sobre todo, desde que Armada, ante la cerrazón de Tejero, tiró la toalla y accedió ir a ver a Paco Laína, con quien se sinceró. Sus palabras, que el libro reproduce, son elocuentes. “El Rey se ha equivocado. Ha comprometido a la Corona divorciándose de las Fuerzas Armadas. Esto es un asunto militar que tenemos que resolver los militares”. Estaba hundido.

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