SECRETARIO GENERAL DE CÁRITAS ESPAÑOLA.

Sebastián Mora

16 / 01 / 2015 Luis Calvo/ Foto: José Luis Roca
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Cáritas se ha convertido en estos años en el último recurso de muchas familias españolas abocadas a la pobreza por culpa de la crisis. Para su secretario general, las primeras luces de la recuperación deben servir para que España decida si quiere una sociedad con crecimiento económico y pobreza u opta por otros modelos. 

 “Las instituciones no han estado a la altura de la crisis”

Se repite el mensaje de que la crisis termina. ¿Cuál es su percepción?

Ese mensaje del que habla pone de manifiesto la paradoja en la que vivimos y vamos a vivir. Es compatible el crecimiento económico con un incremento de la pobreza y el mantenimiento de la desigualdad. Hablamos a dos niveles. Por un lado, macroeconómico: ¿vamos a crecer y va a disminuir la prima de riesgo? Seguramente. Por otro, social. Habrá unos niveles de exclusión y sufrimiento muy altos para la población. En la crisis de los 90, menos intensa en tiempo y virulencia, tardamos casi diez años en recuperar los niveles de empleo. En esta, mucho más potente, ¿cuánto vamos a tardar? Yo me atrevería a decir que nunca lo haremos. La sociedad del futuro que estamos creando no va a ser como la de la que partimos. En algunos aspectos yo espero que sea mejor, pero en otros será mucho peor.

¿A pie de calle estamos peor que hace uno o dos años?

Sí. Estamos viendo una precarización del vivir social. La exclusión se mide a través de tres factores: por la intensidad con la que afecta a los ciudadanos, la extensión o a cuánta gente afecta, y la cronicidad, es decir, cuánto tiempo están en esa situación. Pues bien, los tres aspectos se han incrementado. Eso quiere decir que la gente sigue mal. Y dos aspectos son muy preocupantes. Por un lado, esa cronicidad: cuando alguien lleva mucho tiempo en exclusión no solo se deteriora el nivel de renta, se deterioran la autoestima, las relaciones sociales, las expectativas laborales, la familia... Y por otro lado, la brecha de desigualdad. Se está generando una gran brecha entre los que tienen acceso a bienes y servicios y quienes no.

¿Ha cambiado el perfil del demandante de ayuda?

Claro. A medida que la pobreza se hace más extensa, el perfil se amplía mucho. Y al hacerse más intensa y afectar a condiciones básicas, cambia también lo que el demandante pide a Cáritas. Nosotros hemos visto un cambio fuerte de perfiles. Partíamos de un 70% de inmigrantes y un 30% de autóctonos y ahora son mitad y mitad. Teníamos un 80% de mujeres y un 20% de hombres y ahora estamos en un 60/40. Partíamos de colectivos históricamente más vulnerables, personas sin hogar, drogodependientes o vecinos de barrios muy humildes, y se ha ampliado a una clase media precarizada.

El informe de Cáritas solo detecta un 34% de la población a salvo del riesgo de exclusión. Es una cifra dramática.

Hay que ver también de dónde partimos. El informe compara tres momentos. En 2007, la época de mayor bonanza, ese dato de personas no afectadas por ningún indicador ya era solo el 50%. Ahora es el 34%. ¿Qué indica eso? Que estamos en una sociedad muy frágil y muy vulnerable. Ya no es una sociedad con muchos pobres, sino una pobre sociedad. Es una sociedad incapaz de cohesionar, una sociedad que no protege los derechos humanos.

¿Qué se necesita para recuperar el bienestar de esos sectores tan frágiles?

Nosotros siempre distinguimos entre lo que se necesita a corto, medio y largo plazo. A corto plazo es necesaria una atención mucho más intensa para algunos colectivos y una renta mínima garantizada para aquellas familias sin ingresos. La EPA habla de cerca de 750.000 familias sin ingresos, si restamos las personas que cobran alguna renta mínima (la EPA no las discrimina) queda en torno a medio millón de hogares sin absolutamente ningún ingreso. Esas familias deben tener algún tipo de renta, y además de garantía estatal, que cubra esos huecos que dejan las rentas mínimas autonómicas. Eso a muy corto plazo.

¿Y a medio y largo plazo?

A medio plazo hay que dar solidez a los servicios públicos que atienden a estas personas: sociales, dependencia, sanidad y educación. Eso sabiendo que el mejor indicador de integración es el empleo, pero las perspectivas a medio plazo no son buenas, así que hay que asentar esos cuatro pilares del bienestar. Y a largo plazo tenemos que decidir qué sociedad estamos construyendo y qué sociedad queremos construir. ¿Una con crecimiento y mucha pobreza o podemos pensar en otros modelos? Nosotros creemos que sí. Otros modelos que no se construyan desde el imperativo legal o económico, sino desde valores de una ciudadanía activa. No hay cambios reales y profundos que no sean también éticos o morales. Si no, ni miraremos al inmigrante de la valla, despreciaremos al parado, tacharemos al indigente de vicioso... Si solo podemos ser una sociedad con crecimiento y pobreza habría que hacer como Mafalda y bajarse del mundo.

¿Le han dicho alguna vez que tiene un discurso parecido al de Podemos?

Bueno, nosotros nacimos mucho antes que Podemos y ya teníamos este mismo discurso. Quizá habría que preguntarle a ellos si han adoptado el mensaje de Cáritas. No, en serio. Si los pasamos a limpio los discursos son muy distintos. Pero es verdad que la necesidad de un cambio la ve Podemos y la ve la gran masa de la ciudadanía. Existía antes que Podemos y que el 15-M.

Pero, ¿es positivo que alguien lleve esos temas al debate político?

Claro. Nosotros todas las ideas que vayan a favor de los más pobres, bienvenidas sean. Pero hay que tener cuidado. Las ideas sueltas en una globalidad distinta pueden no significar lo mismo. Hay que ir al fondo. También el PP tiene muchas ideas nuestras. Potenciar una política familiar o una cartera de servicios centralizada y única son ideas que compartimos. Y nadie nos dice que nos parecemos al PP.

Quizá porque tanto el PP como el PSOE han gobernado y todo sigue igual.

Pero, fíjese: la fuerza comunicativa de Podemos es tan grande que parece que ahora solo puedes ir a favor o en contra de ellos. Pues bien, yo no estoy ni a favor ni en contra. Sí es cierto que la sociedad ha asumido el convencimiento de que necesitamos un cambio. Y eso es en parte gracias al nacimiento de Podemos.

¿No son las ONG, incluida Cáritas, un parche que tapa los agujeros del Estado?

Sí. Es verdad. Muchas veces cubrimos situaciones que deberían ser cubiertas por las administraciones públicas. Un dato: el 68% de quienes usan nuestros recursos de atención primaria vienen derivados por profesionales públicos que no tienen capacidad para atenderlos. Eso da cuenta de la fragilidad del sistema. Las instituciones públicas no han estado a la altura. Y a veces no es solo una cuestión de dinero. Se habría necesitado una mayor sensibilidad. Y eso, como Cáritas y como Iglesia, nos ha dolido. Y no solo del PP. Las primeras medidas fueron del PSOE. De la clase política, que ha tenido muchos discursos sobre los sacrificios, pero no ha estado cerca de la gente que los sufría.

¿Qué opina de leyes como la que retira la sanidad a los inmigrantes irregulares?

Yo siempre hago un recorrido histórico en este tema. En 2007, antes de la crisis, dos presidentes autonómicos reclamaron cientos de miles de inmigrantes como mano de obra. A los ocho meses decían que la mitad de los que vivían allí se tenían que marchar. La inmigración ha sido para nosotros un recurso material. Y ese concepto de la movilidad humana como mero recurso produce leyes injustas. El ejemplo más claro es la sanidad. Y no solo respecto a los inmigrantes. Lo que antes era un derecho, ahora es un seguro. Y en cualquier momento puedes dejar de estar asegurado. Además, cuando pensamos en inmigración, pensamos en gente saltando la valla, pero muchos de ellos ayer estaban aquí de forma regular, cuidaban a nuestros padres y a nuestros hijos, limpiaban escuelas y hospitales. Luego se quedaron en paro y tienen una irregularidad sobrevenida. Ahora se les tacha de invasores, pero era la gente que cuidaba lo que más queremos, a nuestra familia. Esa es la gente que estamos expulsando de la sanidad. Y lo peor es que es un mensaje que cala, rentable. Por ejemplo, las devoluciones en caliente. ¿Qué da más popularidad, prohibirlas o no? Probablemente ponerlas. Se usa a la inmigración como chivo expiatorio y como anaquel de votos. Decía Kant que las personas son fines y no medios.

¿Ha notado cambios en la Iglesia con la llegada de Francisco?

Yo los noto desde Benedicto XVI, que comenzó un cambio muy importante. Publicó tres encíclicas y dos tenían el foco en lo social. Y con su renuncia puso la Iglesia en situación de cambio. Francisco no es alguien de Buenos Aires que cae del cielo. Benedicto ya puso boca abajo la pederastia y en primer plano la necesidad de una economía ética. Y después viene Francisco, un papa muy social, que indudablemente nos ha activado a todos. Y vamos a recibir ataques. Igual que él los ha recibido. Le han llamado comunista, peronista, incluso antipapa algunos católicos.

¿Hay resistencia de algunos sectores?

Sí, muy claramente. Solo hay que darse un paseo por la Red. Hay gente a la que no le gusta el Papa por su aspecto social, su humildad, su horizontalidad y por confrontar ciertos temas que son muy complejos.

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