ESCRITOR

Juan Bolea

13 / 01 / 2014 12:54 Daniel Jiménez
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Un buen enigma y un personaje ya clásico son las señas de identidad de su nueva novela, El oro de los jíbaros. 

 “El objetivo es disfrutar”

Cuando un escritor disfruta escribiendo sus propios libros, lo más lógico es que los lectores lo noten, y que los disfruten. Juan Bolea (Cádiz, 1959), disfruta mucho y lo reconoce alegremente: “No hay nada que me divierta más que escribir este tipo de novelas”. Y eso se nota y se transmite al lector. Después de transitar con éxito por varios géneros, el autor gaditano se ha centrado en el relato policiaco y de misterio. Y ha sabido dar otra vuelta de tuerca a un género tantas veces plagado de clichés. Bolea defiende que se trata de un género “idóneo para convertir la escritura y la lectura en un guiño lúdico a la inteligencia”, evitando, además, la violencia gratuita. “En mis novelas no son necesarios retorcidos psicópatas armados de motosierras para desmochar cabezas de núbiles adolescentes. Mis argumentos solo necesitan de un buen enigma”. Como el que se plantea en su última novela, El oro de los jíbaros, que supone el regreso de Bolea a la colección La Trama de B. Su protagonista, Martina de Santo, se enfrenta esta vez a una investigación donde sí rodarán cabezas, pero reducidas, y sin derramamientos innecesarios de sangre.

Martina de Santo, detective singular y mujer de carácter, se ha convertido ya en un personaje inolvidable. ¿Está enganchado, como muchos de sus lectores, a su propia serie?

Una serie de novela negra como la protagonizada por Martina de Santo exige constancia e ilusión. Desde el primer título, Los hermanos de la costa, que B publicó en 2005, hasta hoy, hemos trabajado muy duro. Digo “hemos” porque Martina no es un personaje de reparto, sino una criatura detectivesca con albedrío propio, al margen, incluso, de mi voluntad. Juntos hemos llegado hasta El oro de los jíbaros, la sexta entrega. ¿Juntos? Sí, pero no revueltos. A pesar de sus dones, Martina no tiene más remedio, para existir, que engancharse a mi pluma. Si yo estoy enganchado a ella es por la misma razón que nuestros lectores: ella nos fascina.

 

¿Cómo convive un autor con su personaje? ¿Alguna vez se ha presentado Martina en su despacho, como le pasó a Unamuno con Augusto en Niebla, para quejarse por algo que le obligó a hacer?

Nuestra relación es tan difícil de definir como nuestro método de trabajo. Básicamente, yo urdo un enigma e invito a Martina a que lo resuelva en medio de una galería de personajes inventados para el episodio. Ella acepta solo si el caso le gusta, si es enigmático, si tiene alma, profundidad, misterio. Cómo lo solucione es cosa suya. Por eso, porque su personaje está más que vivo, a lo largo del proceso de redacción absorbe y domina la trama, retorciéndola, como la retuerzo yo, hasta encontrar la solución, la salida al laberinto. Entonces me concede un descanso, que nunca dura demasiado.

Los lectores han apreciado a lo largo de la serie cambios en Martina, como la madurez y una creciente autenticidad. ¿Cómo ve el creador esta evolución?

Martina protagonizó su primera aventura con 25 años; hoy, tiene 40. Lógicamente, ha evolucionado en algunos aspectos. Es menos impaciente y posee más control sobre sí misma. Su natural inteligencia deductiva se ha visto apoyada por las nuevas tecnologías, que van empleándose en los nuevos casos.

 

Sin embargo, aunque Martina es una excelente detective para resolver misterios y adaptarse a las nuevas tecnologías, no se desenvuelve tan bien con el misterio de sus sentimientos. ¿Por qué?

Martina ha nacido para resolver casos difíciles, y ahí brilla, pero en la vida cotidiana, doméstica o sentimental se desenvuelve peor. A lo largo de la serie hemos conocido a algunos de sus novios (y novias). Mi favorito es Mauricio Amandi, el pianista que creía seducirla en Crímenes para una exposición. Recuerdo haber llorado de risa al escribir la escena en la que él quema una partitura de Mussorgski para inspirarse. En El oro de los jíbaros Martina se ha enamorado de un arqueólogo, Carlos Duma. Desconcertada por los síntomas de la pasión, los va anotando en su agenda, observándose a sí misma como un coleóptero.

 

Centrándonos en uno de los misterios de la novela, ¿cómo es que apenas no hay información sobre un personaje tan fascinante como Alfonso I de Amazonia?

Es extraño, porque la historia de Alfonso Graña, un gallego que llegó a ser conocido como el rey de los jíbaros, ya no puede ser más fascinante. Tiene una biografía por escribir y, por lo menos, una novela. Que no es esta, pues yo me he limitado a adaptar argumentalmente algunas de sus vivencias en el Amazonas.

 

Pero suena a ciencia ficción que todavía haya jíbaros y que exista un tráfico de cabezas reducidas. ¿Es un tráfico real?

Se han dado casos recientes de tráfico de cabezas humanas reducidas según la ceremonia jíbara. En Ecuador, concretamente. Un mercado negro, a razón de 60.000 dólares la cabeza, para coleccionistas macabros.

 

¿Cómo es el proceso de documentación de sus novelas: físico, espacial, virtual?

Riguroso. Visito con detenimiento los escenarios y me documento de forma exhaustiva, aunque después no emplee toda la información.

 

Parecía que Horacio no entraba en esta historia, pero sigue siendo el doctor Watson en la sombra. ¿Todo héroe necesita un exégeta?

Sí, creo que sí. La sincera admiración de Horacio hacia Martina y su esporádica condición de cronista de sus casos ha contribuido a realzar el talento, la personalidad y la originalidad de la inspectora.

 

Algunos críticos, y usted mismo, han afirmado que El oro de los jíbaros es la mejor novela de la serie. ¿Sigue aprendiendo con cada novela que escribe?

Mi lema es el de Goya: “Aún aprendo”, y me considero un artesano. Siento que he mejorado técnicamente, que cada novela, de las trece que he escrito, ha supuesto un paso más. Pero todo proyecto nuevo supone volver a empezar.

 

¿Cuántas aventuras le quedan por vivir a Martina?

Mi ilusión sería que Martina siguiera acompañándome durante el resto de mi carrera. Sería la mejor forma de divertirme hasta la vejez. De momento, no puedo imaginarla con canas, nietos y bastón, pero, ¿quién sabe?

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